Del 20 al 24 de mayo próximo pasado se realizó en la ciudad de Cali Colombia la reunión cumbre de la Alianza del Pacífico. Aunque este es el séptimo cónclave de ese nivel en los dos años de existencia de tal coalición de naciones, la misma adquirió gran notoriedad en términos mediáticos dada las circunstancias en que se realizó en el marco de una ofensiva política superior de Estados Unidos en el continente que busca, en el corto plazo, consolidar un grupo de países que logren quebrar la voluntad integracionista de América Latina y el Caribe al margen de hegemonías y subordinaciones a imperio alguno. En el largo plazo, la creación de la Alianza del Pacífico se inserta en el conflicto global que enfrenta a Estados Unidos y China por mantener en un caso, y obtener en el otro, la supremacía mundial.
La Alianza del Pacífico se concibe a sí misma como un bloque comercial encaminado a cobrar una relevancia superlativa en el comercio y las exportaciones de la región. Está formada por México, Colombia, Perú, Chile y Costa Rica que se incorporó en este último encuentro, todos países gobernados por la derecha o la autodenominada centro derecha, pero que tienen en común la orientación neoliberal de sus economías . El objetivo vislumbrado por los países que acudieron a Lima al llamado del entonces presidente de Perú, Alan García, casi en los estertores de su gobierno en abril de 2011, fueron los de “profundizar la integración entre estas economías y definir acciones conjuntas para la vinculación comercial con Asia Pacífico, sobre la base de los acuerdos comerciales bilaterales existentes entre los Estados parte”.
García, conocido por sus tradicionales volteretas que lo han colocado a través de la historia en las antípodas de la política, asumiendo su habitual comportamiento rastrero, quiso prestar un postrer servicio a la potencia del norte, manifestando desafiante a Mercosur y a los procesos de integración latinoamericanistas de los últimos años que “Esta no es una integración romántica, una integración poética, es una integración realista ante el mundo y hacia el mundo”.
Lo que trasluce en el escenario regional es darle vida nuevamente al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) la cual fue marginada del escenario político en el continente después de la IV Cumbre de las Américas, por la firme posición asumida por los presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Luíz Inacio Lula da Silva, quienes denunciaron que tal coalición entrañaba una grave amenaza para los pueblos de la región. Ante la desventura, Estados Unidos retrocedió para recomenzar su posicionamiento a través de la firma de tratados bilaterales y subregionales de libre comercio y la promoción de los mismos como vía de facilitar las relaciones económicas con los países de la región a partir de sus propios intereses. De hecho, para ser miembro de esta alianza es requisito fundamental haber firmado tratados de libre comercio con cada uno de los otros participantes en la misma. Es menester recordar que todos los países de esta alianza tienen tratados de libre comercio con Estados Unidos.
En las siete deliberaciones de más alto nivel que se han realizado hasta ahora, han prevalecido los debates acerca del impulso al comercio e intercambio de bienes y servicios. En el corazón de la propuesta está la profundización del modelo neoliberal que tantas penurias ha causado a los pueblos de la región. Estas prácticas han permitido abaratar la mano de obra para atraer a las empresas transnacionales que campean sobre la base de mecanismos de flexibilización laboral que ponen a los trabajadores en condiciones de minusvalía frente a sus empleadores. Así mismo, la explotación de los recursos naturales y, en particular la apertura a las transnacionales energéticas y mineras que extraen sin control las riquezas de la región, contribuyen a crear un cuadro que visualiza claramente que esta alianza persigue incrementar el poder económico de las oligarquías locales y su subordinación a la hegemonía del capital transnacional en detrimento de los beneficios de la mayoría de los ciudadanos.
Para Estados Unidos, el interés es claro. En 2005 el entonces Secretario de Estado Colin Powell afirmó que “nuestro objetivo con el Área de Libre Comercio para las Américas es garantizar a las empresas norteamericanas el control de un territorio que va del Polo Ártico hasta la Antártida, libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”.
Más recientemente, hace un mes y medio, John Kerry nombrado por el presidente Obama como sustituto de Hillary Clinton en el mismo cargo, calificó a América Latina como el “patio trasero de Estados Unidos”. En un discurso ofrecido ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, Kerry quiso subrayar la importancia que tiene entablar un “mayor acercamiento con América Latina, por su condición de “´patio trasero’” de su país. Su esfuerzo en ese sentido lo esbozó a partir de la necesidad de “… hacer lo posible para tratar de cambiar la actitud de un número de naciones, donde obviamente hemos tenido una especie de ruptura en los últimos años”.
Por su parte, en una entrevista con el diario colombiano El Tiempo, durante su visita a Bogotá a fines de mayo, el vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden expresó la misma idea diciendo que “Durante las próximas décadas estaremos poniendo nuestro enfoque en las regiones donde vemos mayores oportunidades, y en realidad no tenemos que buscar más allá del continente americano. No existe otra región en el mundo que contribuya más a la prosperidad de Estados Unidos”.
En el ámbito global, la Alianza del Pacífico se inserta en los esfuerzos de Estados Unidos por subordinar la mayor cantidad de países en la lógica de lo que los analistas de temas estratégicos de ese país han llamado la “contención de China”. Desde que en noviembre de 2011 se celebraran las dos cumbres anuales de la región Asia Pacífico y sus reuniones y eventos paralelos; la Cumbre del Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC), en Honolulu, Hawai, y la Cumbre de la ASEAN, en Bali, Indonesia, así como una conferencia conjunta de Estados Unidos y Australia, en Canberra, se puso en evidencia el comienzo de cambios trascedentes en la región en lo que el presidente Obama ha llamado el inicio del “siglo asiático estadounidense”.
Los eventos paralelos realizados tuvieron lugar en Honolulu, la Reunión de Líderes de los nueve países de la Asociación Transpacífico (TPP, Trans–Pacific Partnership), y en Bali, la Tercera Reunión de Líderes de la Asean – Estados Unidos (Asean–USA), con la novedad de que esta es la primera vez que un Presidente de Estados Unidos participa en una reunión de la Asean–USA.
Las consecuencias de tales reuniones han sido nuevos acuerdos para instalar y/o modernizar bases militares en el Pacífico, ampliación de la fuerza naval estadounidense, en particular de sus portaviones portadores de armas nucleares y la injerencia en los diferendos bilaterales que China mantiene con varios países por la soberanía sobre islas ubicadas en las adyacencias de su territorio. A pesar que China está negociando tales divergencias por vía diplomática, Estados Unidos atiza la discordia a fin de justificar su presencia en la región.
La respuesta belicista del Secretario de Defensa de Estados Unidos Leon Panetta a las intenciones chinas de negociar pacíficamente estos conflictos fue contundente. Justificó el despliegue creciente de sus fuerzas militares como una respuesta “a las potencias emergentes que modernizan con rapidez sus fuerzas armadas e invierten en capacidades para negar a nuestras fuerzas la libertad de movimiento en regiones vitales como el área Asia-Pacífico”.
Es evidente que este esfuerzo necesita de una contraparte desde el otro lado del océano y, al parecer la Alianza del Pacífico es expresión de ese objetivo doble que se mencionó al inicio de este análisis. Como siempre, Estados Unidos juega simultáneamente varios tableros: en este caso el regional y el global con un solo instrumento.