Últimos días para ver tres exposiciones en la Estación Mapocho

Las propuestas se caracterizan por su gran contenido social y exploración artística

Las propuestas se caracterizan por su gran contenido social y exploración artística

“La bella censura”

En la Sala Lily Garafulic, acoge la muestra La bella censura, de la joven artista iraní Vida Mehri, la cual se conforma de cinco propuestas: la instalación de tinta, hilos e impresiones sobre papel “La censura es bella”; el cortometraje “Mis dedos crecieron y se hundieron en el asfalto”; las instalación de tinta sobre papel “Crecen esperanzas”; el lienzo “Perforado”; y una serie de dibujos sin título. Los trabajos artísticos de Vida Mehri tienen como principal foco el cuestionamiento a cerca de la definición de conceptos tales como censura, auto-censura, inmigración, libertad de expresión, y también sobre el efecto que ejerce sobre nuestra personalidad el entorno en el que vivimos, definiendo nuestra construcción social. Aunque parezca inapreciable a primera vista, todo el trabajo de Mehri podría ser catalogado dentro del llamado arte político.

“Tradición cotidiana”

Destinada a exhibir diversas propuestas de artes visuales, la Galería Bicentenario presenta esta vez la muestra “Tradición Cotidiana” con la que la artista Javiera Saavedra propone un desplazamiento del grabado, tanto de su técnica como de sus convenciones y tradiciones, con el propósito de plantear la existencia de dicha disciplina a partir de materiales no tradicionales. De esa misma forma, la matriz y la edición dialogan rompiendo la bidimensionalidad y, al mismo tiempo, identificando la tradición propia de la técnica.

“Perro, gallo, zorro

En la tradicional Sala Joaquín Edwards Bello, destinada exclusivamente a la fotografía, se expone la propuesta bipersonal de Andrea Spoerer y Francisco Navarrete “Perro, Gallo, Zorro”, una obra conjunta que encara sin tabúes la cartografía socioeconómica, profundamente estratificada, de la ciudad de Santiago. Se enfrentan ambas realidades, trasladas a la sala con la mediación de la operación fotográfica y la convivencia de dos estéticas diferenciadas. La metáfora que propone la muestra se configura así: anónimos lugares que no queremos ver, territorios invisibles perdidos en el flujo  precario del centro de la ciudad (perro), se enfrentan a lugares que no podemos ver, espacios privados y de acceso restringido donde la ornamentación se vuelve herencia de clase que legitima y sostiene la permanencia de los apellidos (gallo). La tensión de ambos espacios remite al diálogo entre ellos y al lenguaje soterrado de una desconfianza mutua (zorro). La operación pone en evidencia y cuestiona esta suerte de resentimiento de dos direcciones entre las partes de un mismo todo.





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