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Cosmópolis: La frágilidad de la máquina

La nueva película de David Cronenberg nos ofrece una mirada fría sobre la crisis del capitalismo y las movilizaciones sociales. Desde la comodidad de su limusina, un joven multimillonario recorre Manhattan encontrándose con diversos personajes y buscando algo para sentir.

Antonella Estévez

  Domingo 23 de junio 2013 11:51 hrs. 
cosmopolis

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Con más de cuatro décadas haciendo películas, el cine de David Cronenberg se ha caracterizado por exponer la tensión en la materialidad humana y la tecnológica; por evidenciar los placeres y dolores de enfrentar el cuerpo a la máquina. Inquietantes cintas como “Videodrome” (1983), “La mosca” (1986) y “Crash” (1996) son ejemplos de una producción cinematográfica que se ha preguntado constantemente sobre la relación entre las pulsiones humanas y el desarrollo tecnológico, y que ha creado algunas de las más perturbadoras imágenes del cine contemporáneo.

En sus tres películas anteriores – “Una historia de violencia” “Promesas del Este” y “Un método peligroso”, todas protagonizadas por Viggo Mortensen- Cronenberg parecía haber reemplazado sus temas predilectos por una reflexión en torno a los límites de la mente, su potencial de bondad y de violencia, y es en ese sentido que “Cosmópolis” aparece como una buena mezcla entre las obsesiones históricas y recientes de este cineasta canadiense.

Hace varios años el productor Paulo Branco, quien trabajó repetidamente con Raúl Ruiz, compró los derechos de la novela del destacado escritor norteamericano Don DeLillo y le ofreció a Cronenberg hacer la película. El director escogió para el rol protagónico –y motor central de la película- al joven actor británico Robert Pattison, galán soñado de millones de adolescentes por su rol de vampiro romántico en la saga Crepúsculo. Por inusual que pareciese la elección resultó afortunada para ambos al permitirle a Pattison entrar a las grandes ligas del cine autoral y a Cronenberg obtener un rostro joven y con la dosis justa de vulnerabilidad y desidia que requiere el personaje.

Eric Packer es un multimillonario que decide cruzar la ciudad para cortarse el pelo. Ese día el tráfico estará especialmente denso por la visita del presidente a la ciudad, el funeral de un famoso rapero y más tarde por protestas anti capitalistas. Empecinado en su objetivo va observando la ciudad desde su limusina y recibiendo en ella a diversos personajes que vienen a informarle sobre el estado de las cosas y a otorgarle información, compañía, sexo y chequeos médicos, según sea el caso. El protagonista abandona escasamente su lujosa oficina en cuatro ruedas y lo hace para encontrarse con su bella y distante esposa, para luego volver a su vehículo y seguir moviéndose por la convulsionada ciudad, observando sin demasiado interés lo que sucede al otro lado de las ventanas y desde sus pantallas, el devenir de las bolsas.

Esta limusina blanca por fuera y lujosamente equipada de tecnología por dentro parece al mismo tiempo una nave espacial que levita por sobre esta ciudad efervescente y una espacie de ballena robot que cobija a este joven soberbio, brillante y aburrido de poder. Una imagen de la riqueza dolorosa en su vacío que resulta especialmente provocadora en estos momentos.

Cronenberg filma los espacios cerrados de manera orgánica, sin darle al espectador la esperanza de salida. Hace lucir la frialdad de su protagonista y se aprovecha de magníficos secundarios –Juliette Binoche, Samantha Morton, Mathieu Amalric y Paul Giamatti, entre ellos- para instalar inquietudes en él y en el espectador. El resultado es una película interesante, discursiva y, por momentos, excesivamente teatral en las actuaciones. Fundamentalmente atingente en los diálogos relativos al capital y los movimientos sociales en que, sin hacer evidentes juicios morales, entrega miradas complejas dignas de reflexión. Una película para pensar, especialmente si al salir del cine nos damos cuenta que las imágenes que vimos, se siguen repitiendo en las calles y en los noticieros.

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