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Lo familiar y lo político

Columna de opinión por Antonia García C.
Domingo 11 de agosto 2013 13:41 hrs.


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La distinción entre espacio público y espacio privado nunca constituye una frontera infranqueable. Todo el tiempo, sea cual sea el régimen político en vigor con los correspondientes matices, se hace la experiencia de las interferencias entre interior y exterior, adentro y afuera. Esa zona fronteriza es y seguirá siendo un ámbito de poder. Vale decir un ámbito donde se ejerce el poder y donde pueden conformarse contra-poderes. Nuestra historia reciente ofrece múltiples ejemplos. Uno de ellos ha sido la irrupción en el espació público de “lo familiar”.

En esta segunda entrega de la serie de “impublicables” quisiera abordar este tema. Como lo mencionaba en la columna anterior, investigar el pasado reciente presenta una serie de dificultades específicas. Por ejemplo, respecto al tema de las fuentes. ¿Con qué se trabaja? ¿Con qué materiales se puede interrogar el pasado? ¿Cuáles son las herramientas que nos permiten elaborar una reflexión? ¿Sobre qué pasado? ¿En función de qué presente? ¿Teniendo en mente qué futuro? Pero, también, la investigación sobre el pasado reciente cuenta con sus propias oportunidades. Lo interesante, lo realmente asombroso, es que no siempre se puede poner de un lado las dificultades, del otro las oportunidades. A veces van juntas. Paso a explicarme.

El tema de lo familiar se presentó de distintas maneras en esta investigación que vengo comentando y que tuvo por nombre “La muerte lenta de los desaparecidos en Chile”. En primer lugar fue un eje de la investigación. Una parte del trabajo se centraba en analizar de qué manera una decisión política (hacer desaparecer), que movilizó importantes recursos del Estado, tuvo efectos a corto, mediano y largo plazo en diversos ámbitos de la sociedad chilena. Entre ellos, el ámbito familiar. La casa, el hogar. Conjuntamente se trataba de entender de qué manera desde ese mismo espacio, habitualmente asociado a lo más privado, lo más íntimo, se gestó una movilización de familiares que ha tenido un rol eminentemente político. Movilización que también tuvo efectos a corto, mediano y largo plazo.

Claramente, durante la dictadura esa zona siempre permeable que separa lo público de lo privado se vio avasallada. Literal, brutal y sistemáticamente, la casa fue objeto de todos los ataques. Allanamientos, detenciones, golpes, destrucción. Ese golpe asestado a la casa no se termina cuando la fuerza que reprime se retira. Ahí dónde falta un ser querido (ejecutado, desaparecido) la casa sigue siendo aquello que ha sido violentado. En estos días en que se informa desde Buenos Aires sobre “la restitución de la identidad” de Pablo Germán Athanasiu Laschan, cuyos padres eran chilenos, esta realidad se reactualiza ante los ojos de todos. ¿Cómo puede ser que se robe una identidad? ¿Una familia? ¿Una historia? Pero así fue y muchos son los que han trabajado y siguen trabajando, desde las más variados posturas y desde los más variados enfoques, sobre estos temas. Y si lo hacen es sin duda porque –como dijo Karen Veloso en uno de sus comentarios– esto no es historia de “ellos” sino historia “nuestra”.

Por mi parte me interesó tratar de entender cómo fue esa irrupción de lo familiar en lo político a través del itinerario de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. No voy a entrar en detalles porque he escrito sobre esto en otras instancias. Sólo subrayar la extraordinaria fuerza que ha tenido frente al poder que violenta, asesina y hace desaparecer, la lógica familiar. Y es que no hay con qué darle. La lógica familiar es “ilógica” ante los postulados de la mayoría de los gobernantes (militares y no militares). Resiste. No se pliega. Tiene su propia razón. Esa razón es amor. Y el amor ha sido un gran componente de nuestra vida política aunque la afirmación pueda sorprender. Las “viejas”, como dicen algunos, nos lo han enseñado. Tanto las que pertenecen a la AFDD como las que pertenecen a la AFEP y otras que no pertenecen ni a la una ni a la otra. Y otras que no son mujeres sino hombres que han amado y que porque han amado no han renunciado a sus luchas. Es cosa de releer “Antígona” para entender que estos asuntos de lo familiar y lo político no son propios de la historia chilena ni latinoamericana. Que conste, detalle poco mencionado, que Antígona no era una madre ni era una hija ni era una esposa. Antígona era una hermana. Sófocles eligió poner en manos de una hermana ese NO que enfrenta al poder. No debe ser casual que ese lazo familiar sea también el único que haya sido erigido en causa común y como tal lo encontramos en distintas tradiciones. Llámese “hermandad”. Llámese “fraternidad”.

Ahora bien, la desaparición forzada fue un instrumento de poder. Concretamente dentro de una estrategia que buscaba destruir, desmantelar grupos políticos organizados y, más allá, impedir cualquier estructura capaz de actuar como vehículo de un proyecto político antagónico al de la junta militar. Desde esta perspectiva, la desaparición forzada introduce una variable específica: la posibilidad de afectar a muchos a través del golpe asestado a uno solo. Así, la desaparición de un individuo tendrá efectos en todos los ámbitos en los que esta persona se desempeña: como militante, activista, sindicalista; como familiar; como profesional. La ausencia del militante, del familiar, del profesional transforma cada uno de esos espacios y esa transformación es colectiva. Afecta a muchos.

Buscando una formulación para sintetizar estos procesos y dentro de las herramientas que me ofrecía la sociología llegué a una formulación que parecía aceptable: la desaparición forzada afecta principalmente redes sociales. Un individuo que desaparece cuenta no sólo por sí mismo sino por la ubicación que tiene dentro de determinados grupos. Conversando estos temas con un profesor de filosofía –el profesor Douailler– me dijo algo mucho más simple, suerte de traducción de estas ideas: “me quedó claro, los desaparecidos son aquellos que tenían muchos amigos”. En eso pensaba hoy leyendo el comentario de un lector que hacía mención a Leonelo Vincenti Cartagena, su amigo. Pensaba en la amistad. Otra modalidad de lo familiar. Otra modalidad de lo político.

Sucede que esta dimensión de lo familiar, en sus diversas acepciones, cumplió además un rol durante la investigación. Especialmente en las entrevistas. Las primeras fueron realizadas con familiares de detenidos-desaparecidos. Para tomar contacto con la Agrupación recurrí a contactos personales. Y esto que para los profesores en su momento era más bien una dificultad (“ojo con la empatía”), tenía su lado positivo, porque la empatía puede llegar a ser un modo de conocimiento. O sea: conocer es también ponerse en el lugar del otro, intentar mirar el mundo a través de los ojos del otro. Respecto a estos temas, el trabajo de entrevista se presentó paradójicamente como un camino de alejamiento. Las primeras entrevistas fueron realizadas con gente conocida y, de contacto en contacto, cada cual me fue recomendado hablar con personas con las que, finalmente, yo no tenía ningún tipo de relación personal (como se supone que tiene que ser en la investigación en ciencias sociales). En ese marco sucedió algo inesperado que no he tenido ocasión de contar. Lo cuento ahora.

Acababa de llegar a Chile, desde Francia, para realizar una serie de entrevistas. Me encuentro con un amigo. Hacía un tiempo que no nos veíamos y nos pusimos al día. Le cuento entonces a lo que he venido y él me dice: “Oye, Antonia, pero yo te puedo servir”. Me quedé callada. Este amigo era, como todos, muchas cosas en su vida. Pero en su vida tenía además la particularidad de que sus padres habían sido militantes de un partido de izquierda y, como tales, habían sido detenidos y asesinados después del golpe de Estado. Los dos. Como yo no decía nada, insistió: “¿No te parece que yo te puedo servir?”. Nosotros nunca habíamos abordado ese tema, la situación de sus padres. Éramos muy jóvenes todavía y cuando nos encontrábamos, siempre se nos daba por hablar de otras cosas. De que si el cielo es azul. De que si las mujeres deben pintarse o no. De esto y de lo otro. Muy confusamente pensé que no había ninguna razón para que yo me enterara de cosas que él no me había contado espontáneamente. Y hasta me dio una suerte de enojo en contra de nadie: ¿y por qué mi amigo tendría que “servirme”? ¿Y por qué tendría que contarme algo tan personal? Es cierto que, puntualmente, me había entrevistado con amigos pero desde otro lugar, en ocasiones especiales y en general porque tenían un rol en la vida pública que me resultaba imposible obviar. Este caso era diferente. Entonces, como pude, le dije más o menos así: “Oye Chico, ¿sabes qué? En principio uno no anda por la vida estudiando a los amigos. Yo quiero que tú sigas siendo mi amigo”. A él le pareció correcto. Y aunque hace años que no nos vemos, sé que seguimos siendo amigos.

Por eso digo que no siempre es fácil saber qué es una dificultad y qué es lo que es una oportunidad cuando de investigar se trata. Toda investigación es un proceso de aprendizaje para el que la emprende. En ocasiones se aprende de lo que se hace, de la palabra que se recibe, del diálogo que se establece. Y en ocasiones se aprende de lo que no se hace, de lo que no se dice, de lo que queda afuera. O adentro… Según cómo se mire. Muy adentro.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.