Con los estudiantes de secundaria en la calle pidiendo el retorno de Leonarda Dibrani y la izquierda dividida sobre la actitud del ministro más popular del gobierno, Manuel Valls, responsable de la cartera de Interior, el ejercicio al que hoy se prestó Francois Hollande tenía que ser forzosamente el de un equilibrista. El presidente francés, más proclive al consenso que al enfrentamiento, quiso hoy reunir y contentar a unos y otros, aunque solo fuera a medias.
Así, Hollande defendió que la expulsión de la joven y de su familia había respetado los procedimientos legales, ya que habían agotado todas las vías de recurso, aunque puntualizó que a la policía le faltó el “discernimiento adecuado” al detener a la joven en medio de una salida escolar. Esas circunstancias particulares, que desencadenaron descontento en una parte de la izquierda, condujeron hoy al presidente a tender la mano a Leonarda. “Puede volver a estudiar en Francia si así lo solicita, pero solo ella”, declaró.
La respuesta cayó unos instantes después. Leonarda Dibrani, desde Mitrovica (Kosovo), replicó que no iba a volver sola a Francia. “No tengo a nadie allí y no soy la única que tiene que ir al colegio, también están mis hermanos”, declaró la adolescente, convertida ya en el símbolo del drama de los romaníes europeos, de los que días atrás el ministro Manuel Valls había dicho que no eran aptos a integrarse en Francia.
El caso Leonarda habrá servido al menos para clarificar algunas de las prácticas en materia de expulsión. El presidente Hollande destacó así que la vida escolar y los centros educativos deben ser preservados y anunció que dará instrucciones a los prefectos para que no se arreste a ningún menor cuando éste se encuentre en la escuela o realizando actividades escolares.
Queda por saber si la declaración salomónica de Francois Hollande bastará para zanjar este difícil expediente.