Fortalezas y riesgos de la “Nueva Mayoría”

  • 13-01-2014

En entrevista concedida a El Mercurio, el presidente del Partido Socialista radica en la consolidación de la unidad del centro y la izquierda la victoria electoral de la Nueva Mayoría que gobernará con Michelle Bachelet. Una fórmula, dice, que puede seguir prosperando en la medida que sea genuino el compromiso de todos estos partidos de ponerse lealmente detrás del programa de la Presidenta desde marzo próximo.

Es obvio que en la confluencia de diversas expresiones políticas siempre es muy posible cosechar triunfos electorales. Sin embargo, esta misma sumatoria muchas veces hace propicio los desacuerdos al momento de gobernar y compartir el poder. Los años que hicieron posible cuatro gobiernos concertacionistas se explican más bien en el deseo del país de superar la Dictadura más que por la unidad política de los partidos oficialistas, toda vez que los propios desacuerdos internos dejaron tan a maltraer al pacto gobernante que sobrevino el triunfo de la centro derecha y la administración de Sebastián Piñera. El desprestigio de los partidos y dirigentes de la denominada centro izquierda se pronunció a tal grado que la única posibilidad que tuvieron éstos para recuperar La Moneda fue apelar nuevamente al encanto de Michelle Bachelet e incorporar al Partido Comunista a su campaña como, ahora, al próximo gobierno.

Por cierto que el éxito del nuevo gobierno va a depender mucho de la disciplina de sus partidos, de la lealtad de sus dirigentes como de la posibilidad de consensuar entre estos la orientación que tomen las reformas que impulse el Ejecutivo. Aunque existe un programa oficial, es reconocido que en sus aspectos más relevantes no hay precisión todavía de lo que se va a hacer, así como es evidente que entre los actores de la Nueva Mayoría coexisten posiciones muy distintas respecto de cómo abordar la necesidad de una nueva Constitución, si implementar o no la educación gratuita en todos los niveles, cuanto con qué intensidad abordar una reforma tributaria, de la salud y del sistema de pensiones.

Para todos los observadores, lo cierto es que predomina demasiada incertidumbre en cuánto a lo que impulsará realmente la Presidenta, tanto que es en los rostros de sus próximos ministros y colaboradores donde muchos esperan que se aprecie realmente su predisposición.

En este sentido, no son pocos los que pusieron sus fichas en la figura de la Primera Mandataria, más que en las colectividades que la acompañan y respecto de los cuales ya se observa, de nuevo, una preocupación fundamental por los “equilibrios de poder” y las asignaciones de cargos, que por los lineamientos y urgencia de los cometidos programáticos.

A lo anterior, debemos recordar que en el triunfo electoral de la Primera Mayoría muchos intelectuales han comprometido su reflexión y esperanza en la posibilidad de que Chile realice un cambio drástico de rumbo, cifrado ahora en la necesidad de progreso, más que de crecimiento económico; de justicia social, más que buenos índices macroeconómicos; que se proponga el desarrollo sustentable y calidad de vida de todos los chilenos, más que exitismo y consumismo.

Más allá de la trayectoria de los distintos partidos concertados ahora en la Nueva Mayoría, lo cierto es que éstos ya no existen ideologías claras y monolíticas y que muchas de sus posiciones y conductas del pasado no son sustentadas hoy por sus dirigentes y militantes. La nacionalización del cobre o la misma “chilenización” de nuestro recursos fundamental, que antes dividiera tan tajantemente las aguas de la política, hoy se soslaya totalmente en sus idearios y discursos, en tanto que ninguno de estos actores siquiera discurre expropiaciones de tierras para recuperarle lo expoliado a la sociedad mapuche. No hay duda que la ventolera de neoliberalismo que polucionó la política mundial logró encantar hasta a los izquierdistas más radicales de ayer con un modelo sacrosanto y que podría, incluso, fin a la historia económica y social de la humanidad. Por el contrario, en más dos décadas se han multiplicado las privatizaciones de la Dictadura, al grado que ahora, no solo nuestras reservas del subsuelo pertenecen a empresas extranjeras, sino también los recursos hídricos, forestales y pesqueros. En un proceso ininterrumpido en que el capital foráneo no ha trepidado hasta en encaramarse a las cumbres cordilleranas para plantar su soberanía.

En este sentido, el presidente del Partido Socialista debiera reconocer que en la Nueva Mayoría cohabitan también muchos personajes que podríamos considerar de centro derecha, encantados con la conducta de los gobiernos de la Concertación, justamente por la fidelidad que demostraron con el modelo económico y la institucionalidad heredada del Régimen Militar, cuanto por la “prudencia” demostrada por sus mandatarios. Sectores que, aunque no ven con buenos ojos la incorporación del Partido Comunista, reconocen en las otras agrupaciones un profundo reciclaje doctrinario, desde que se definieran como marxistas, por ejemplo, proclamaran la dictadura del proletariado, la revolución en libertad, la sindicalización obligatoria de obreros y campesinos y auspiciaran la unidad política y social del pueblo… Desde que señalaran, también, al imperialismo norteamericano como uno de los estigmas más graves de la humanidad y la peor amenaza de nuestra región latinoamericana y caribeña. O desde que propiciaran “todas las formas de lucha” como camino legítimo para poner fin a la tiranía de Pinochet. Desde aquellos tiempos en que se daba por hecho que cada partido vanguardista debía tener su propia estrategia militar, cuestión que logró permear especialmente a la derecha, como pudimos comprobarlo después.

Sectores, yo diría, que demuestran más coincidencia con las posiciones de derecha, por lo mismo que, desde la adhesión a Michelle Bachelet, la instan a renunciar a la educación gratuita, a mantener los sistemas de pensiones y de las isapres o le exigen abstenerse de legislar respecto del aborto terapéutico. Que ahora que los comicios pasaron, se demuestran contrarios a una Asamblea Constituyente y que, sin reconocerlo a cabalidad, ciertamente quisieran que la Constitución de 1980 solo fuera retocada, pero preservada en lo fundamental. Esto es, como garantía de la democracia acotada y tutelada. Como también con un sistema electoral binominal sutilmente corregido.

Es indiscutible que la consolidación de esta Nueva Mayoría es un logro muy relevante si se lo compara con la profundidad del abismo en que sigue la derecha, el pinochetismo, sus pretendidos liberales, como sus sectores tradicionalistas o conservadores. Es cierto que esta agrupación en torno a la figura redentora de Michelle Bachelet ha logrado apabullar, además, a aquella izquierda presuntuosa y atomizada por el caudillismo, el consignismo y la falta de mínima de realismo político. Sin embargo, ello no es augurio sólido de que sus integrantes no vayan a cruzarse nuevamente por los disensos ideológicos, los hegemonismos y esa buena dosis de corrupción que los condenó a la derrota electoral de hace cuatro años. Y que los obligó a refundarse y camuflarse en este nuevo referente electoral.

Es preciso, por último, que los integrantes de la Nueva Mayoría no cedan a la soberbia y entiendan que detrás de ellos y de la propia Mandataria no hay una adhesión tan masiva y contundente como aseguran. Como que su triunfo se expresó con una abstención del 58 por ciento de los ciudadanos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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