Crimea, expresión de la balanza de poder

  • 04-03-2014

Hace tres semanas, en este mismo espacio escribí sobre el exabrupto de la subsecretaria de estado de Estados Unidos, Victoria Nuland, respecto de las contradicciones entre Europa y su país para manejar la crisis ucraniana. Ahí adelantábamos algunos escenarios probables de lo que podía suceder, sobre todo a partir de la percepción de Rusia sobre el tema y la importancia que esta potencia euroasiática le daba particularmente a Crimea. Decía en esa ocasión refiriéndome a Ucrania que “…su ubicación geográfica y su soberanía sobre Crimea desde 1954, le permiten tener algunos de los puertos más importantes en el mar Negro. En Sebastopol se encuentra –después de un acuerdo bilateral- la gigantesca Flota Rusa del Mar Negro que opera en el flanco sur del territorio ruso y en el Mar Mediterráneo, lo que le da importancia estratégica”.

Hoy, se tiene que hablar de un hecho consumado: la ocupación rusa de Crimea, un acontecimiento que era fácil de prever en las condiciones de balanza de poder que comienza a construir el mundo desde la crisis económica y financiera de Estados Unidos que lo debilitó, haciendo inviable mantener la unipolaridad como soporte del sistema internacional.

A través de la historia, Crimea ha sido una encrucijada de culturas y un territorio de permanente conflicto. Distintas civilizaciones se han establecido en esta península de 26 mil kilómetros cuadrados con costas en los mares Negro y de Azov.

La mezcla de los mongoles, -que permanecieron varios siglos- con los turcos que la ocuparon posteriormente, dio origen a los tártaros de Crimea que podrían considerarse sus habitantes autóctonos. Casi a finales del siglo XVIII, la zarina Catalina II incorporó Crimea a Rusia después de la victoria de esta sobre los turcos en 1774.

En 1922, cuando se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Crimea se transformó en república autónoma dentro de la estructura política del grandioso país que nacía. El apoyo de parte importante de los tártaros al ejército nazi durante la segunda guerra mundial dio pie a que, al finalizar la contienda, Stalin decidiera deportarlos a Siberia en grandes cantidades. Así comenzó a incrementarse la población rusa en la península, hasta que llegó a ser la mayoría, situación que se mantiene en la actualidad. De la misma manera, en 1954, Crimea fue despojada de su condición de república autónoma dentro de la Unión Soviética e incorporada en esa condición a la República Socialista Soviética de Ucrania. Esta decisión tuvo importantes consecuencias al desintegrarse la URSS toda vez que el control de los territorios marítimos del sur ha sido trascendental para Moscú desde hace dos siglos. Desde los puertos de Crimea y especialmente desde la base naval se Sebastopol, sede de la Flota del mar Negro, Rusia puede tener influencia sobre el este de Europa, el Mar Mediterráneo y el Medio Oriente.

Entre 1992 y 1997, Rusia y Ucrania negociaron la soberanía de la península. Rusia argüía que Crimea tenía un status espacial por ser la sede de la base naval. Finalmente reconoció la soberanía ucraniana sobre el territorio pero firmaron un acuerdo (renovable) por el cual la flota rusa puede permanecer en la base naval hasta el año 2042. Además del turismo, la actividad económica fundamental de Crimea gira en torno a la base naval que por razones de interés estratégico goza de una importante inyección de recursos financieros de Rusia, los que se derraman a toda la península en forma de empleos y elevación de la actividad económica respecto de sus alrededores.

La flota del mar Negro fue creada en 1783, en un momento posterior a la incorporación de Crimea a Rusia. El acuerdo de 1997, dividió la flota entre Ucrania y Rusia, a esta le correspondió conservar el 70% de las embarcaciones y aceptó que podía contar con un máximo de 388 naves entre ellas 14 submarinos convencionales, sin embargo, no puede ampliar esa cantidad y debe tener un permiso especial de las autoridades ucranianas en caso que necesite sustituir uno de esos buques.

Esta situación es la que determina la actuación de Rusia frente al conflicto ucraniano y su reciente intervención militar en la península. Una vez que el presidente Víktor Yanukovich fue destituido, la mayoría rusa de Crimea solicitó el regreso a la Constitución de 1992 que establecía la independencia, desconociendo a su vez al nuevo gobierno instalado en Kiev, la capital de Ucrania. El Parlamento de Crimea debió reunirse el pasado 26 de febrero para tomar una decisión respecto de la demanda rusa, sin embargo, la minoría tártara declaró lealtad a Kiev y rechazaron la moción.

Este fue el inicio de manifestaciones de la población rusa en toda la península pidiendo la realización de un referendo que establezca un nuevo status político para Crimea. Las acciones de una y otra parte llevaron a la violencia. Rusia entendió que sus connacionales corrían peligro y el presidente Putin solicitó al Senado la autorización para el envío de un contingente militar a Crimea. La carta de Putin al Senado expresa que “Debido a la extraordinaria situación en Ucrania, la amenaza para la vida de los ciudadanos de la Federación de Rusia (…), al contingente de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia acuarteladas en Ucrania (…) solicito al Consejo de la Federación el empleo de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia en territorio de Ucrania hasta la normalización sociopolítica en ese país”. La respuesta de la instancia legislativa no se hizo esperar. Le pidió al Presidente que tome “todas las medidas posibles para proteger la vida y la seguridad de los ciudadanos de la Federación de Rusia que viven en Ucrania, nuestros compatriotas y el contingente de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia acuartelado en Ucrania”. Esa decisión condujo a que el sábado 1° de marzo, 6000 soldados del ejército ruso arribaran a Crimea en una misión que Rusia asume como de protección de sus ciudadanos.

Así mismo, ese sábado el presidente del parlamento de Crimea anunció que en el referéndum del próximo 30 de marzo se preguntará a los habitantes si quieren que Crimea reciba el estatus de Estado. Agregó que las autoridades de la península actuarán inflexiblemente en el marco de la Constitución y de las leyes de Ucrania. Además, hizo hincapié en que el Parlamento de Crimea asume la responsabilidad política de la situación en la península “en condiciones de la profunda crisis en la que Ucrania está sumergida, en términos de ilegalidad y arbitrariedad”, dada las condiciones de la injerencia europea y estadounidense que produjo el cambio de gobierno en Ucrania.

Esta acción decidida por las más altas instancias rusas se inscriben en la lógica de los nuevos tiempos. A pesar de las advertencias amenazantes de Occidente, lo más probable es que Ucrania inicie un largo período de inestabilidad signada por la influencia rusa en Crimea y la región este del país, y la de Occidente en la zona oeste fronteriza con Europa. En Kiev permanecerá un gobierno aliado de Europa que incrementará sus vínculos con la OTAN, creando una situación de tensión permanente, toda vez que Rusia considera que la presencia de la alianza militar en la cercanía de sus fronteras es un peligro para su seguridad nacional.

Los líderes europeos han reaccionado rechazando la intervención rusa, pero su discurso ha sido cauteloso. Tal vez consideran su dependencia energética de ese país. Francia, Alemania y Gran Bretaña manifestaron preocupación por los acontecimientos y exhortaron a las partes a evitar una escalada en las acciones y a Rusia a respetar la soberanía de Ucrania.

Distinto ha sido el lenguaje de Estados Unidos. El presidente Barack Obama advirtió amenazante que la intervención rusa “podría acarrear costos”. En palabras que resultan risibles en boca de un presidente estadounidense dijo que lo ocurrido es una “profunda interferencia” que contraviene la “ley internacional”. La diplomacia estadounidense comenzó a actuar para convencer a sus aliados europeos a no asistir a la Cumbre del Grupo de los 8 (G-8) que se debe realizar en junio en la ciudad rusa de Sochi, relativamente cerca de Crimea. Así mismo, se han contemplado otras medidas de presión económica contra Rusia. El Secretario de Estado Kerry, incluso sugirió la posibilidad de expulsar a Rusia de ese grupo que congrega a las principales potencias políticas, económicas y militares del planeta. Por su parte, la OTAN en línea con el gobierno de Estados Unidos y olvidando que han sido los promotores y ejecutores de las más brutales y descarnadas intervenciones militares del presente siglo, establece pautas de comportamiento que serían importantes aplicar no sólo por Rusia sino por todos los miembros de la alianza. En una declaración que es la expresión más alta de la hipocresía, la soberbia imperial y la duplicidad de criterios el secretario general de la OTAN, el danés Anders Fogh Rasmussen manifestó que “lo que hace Rusia en Ucrania viola los principios de la Carta de las Naciones Unidas”. Se olvida de Afganistán, Irak, Libia y Siria.

Sin embargo, como expresión de una de las características del equilibrio que se vive en el sistema internacional, no se vislumbran acciones militares o una guerra entre potencias en Ucrania. El analista Dmitry Trenin, del Centro Carnegie de Moscú, no cree que el objetivo de Putin en Crimea sea una guerra. El especialista dijo al sitio online de la revista alemana Der Spiegel que “Rusia quiere evitar un baño de sangre” y explicó que las acciones militares rusas están encaminadas a “bloquear las vías de acercamiento para prevenir que unidades del ejército o la policía ucranianas o voluntarios nacionalistas entren en Crimea…”.

Hoy, el conflicto entre las potencias no es bélico, sino retórico, y no pasará a mayores mientras se respeten las áreas de influencia de cada uno. Las sanciones económicas, políticas y diplomáticas, solo contribuyen a mantener el equilibrio, evitando los desbordes que puedan desnivelar la balanza de poder a favor de uno u otro. La diferencia entre lo que hoy ocurre respecto de 10 años atrás, es que ahora Rusia y China han decidido ser protagonistas reales en el escenario internacional y Occidente lo ha tenido que aceptar. Rusia permanecerá en Crimea como lo hace en Georgia desde 2008.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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