Ese parece ser el dilema que en estos días ronda a la presidenta Michelle Bachelet. Seguramente ella no se lo plantea así, pero el lenguaje dice más que el simple significado de las palabras. En su mensaje del 21 de mayo, habló de fomentar el diálogo, pero con el objetivo del cambio. Obviamente se refería a la salud, a la educación, a los tributos. Pocos de sus contrincantes se sintieron estimulados por tal visión. Prefirieron hilar fino. Decir, por ejemplo, que a ella le interesaban más las mascotas que la vida humana. Sin duda, una reflexión muy -muy, muy- profunda, acerca de la idea de legalizar nuevamente el abortó terapéutico. Lo dijo el ex presidente Piñera. Eso, estaba hasta dentro de lo previsto. Un postulante a la reelección, aunque sea a cuatro años plazo, puede darse esos lujos. Pero que, entre sonrisas mefistofélicas, se pronunciara así el cardenal arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, es otro cuento. Definitivamente, el poder no acepta ni siquiera un rasguño al statu quo que lo favorece. Y el malestar que produce una amenaza más vale cubrirlo con el tan tironeado manto valórico.
El panorama político actual da muestras de que sus actores están llegando a conclusiones. Algunas son muy obvias. Otras, las menos, son creaciones que parecen dictarlas los nuevos aires que remozan el pensamiento de los pueblos. Entre las obvias, está que la sociedad chilena cambió y que ya no está dispuesta a aceptar que los políticos sean, en realidad, meros ilusionistas. Entre las inéditas se encuentra asumir que la realidad nacional debe enfrentar cambios estructurales. No sólo remozar lo que ya existe. O, en otras palabras, la gente parece algo aburrida de más de lo mismo, aunque tenga un color diferente.
Y sobre esto pueden recogerse pruebas concretas. Una de ellas es la salida de la Concertación del poder, luego de la anterior administración de Bachelet. Posiblemente en eso haya influido el escaso atractivo del candidato para reemplazarla, Eduardo Frei Ruiz Tagle. Pero es indesmentible que el electorado prefirió otear hacia la derecha antes de seguir, por otros cuatro años, escuchando la misma monserga que le repitieron durante dos décadas. De alguna manera, eso fueron los veinte años de la “democracia de los acuerdos”. Que, en realidad, resultó ser un afianzamiento, lo más profundo posible, de un régimen neoliberal inédito en el mundo. Y que era la herencia de una dictadura que se sirvió de la ausencia de contrapeso para imponerlo a sangre y fuego, literalmente. De allí viene nuestra Constitución Política. Y en ella están las bases de nuestra democracia y, por tanto, los lineamientos centrales que rigen la educación, la salud, la preservación de los recursos naturales, el trato en materia tributaria y…un amplio etc. Es el punto de apoyo en que se sustenta esa especie de ícono sacrosanto que es el mercado y que aquí lo rige todo. Responsable, por tanto, de que Chile sea uno de los países que muestra mayor desigualdad en el mundo en materia de reparto de su riqueza.
Pues hoy, la presidenta parece haber comprendido que es necesario hacer cambios a las estructuras. Es lo que está anunciando. Sus palabras resuenan claras, pero los ecos que producen son dispares, incluso en su propia coalición. Ya un sector de la Democracia Cristiana ha salido a frenar ímpetus en cuanto a la Reforma en la Educación. Y advierte contra la gratuidad y el pretendido término del lucro en esta área fundamental. El argumento esgrimido: amenaza a la libertad de enseñanza. Y sus voceros lo han hecho de manera contundente. La ex ministra del ramo, Mariana Aylwin, trajo a la memoria las desastrosas consecuencias del Transantiago. El disparo fue cuidadosamente calculado, ya que la presidenta Bachelet, en su anterior mandato, fue la responsable de tal medida y debió pedir disculpas públicas por sus lamentables resultados.
Otro ex ministro, esta vez de Hacienda, Andrés Velasco, también abrió fuego. Su campo de acción fue la Reforma Tributaria. El ex candidato presidencial como abanderado de su Movimiento Fuerza Pública, afirmó que está de acuerdo con cambiar las reglas en matera tributaria. Pero advierte que lo que se está proponiendo carece de estudio de impacto en la inversión, en el ahorro, en el empleo. Velasco pertenece, al igual que Aylwin, a la Nueva Mayoría, coalición que apoya el gobierno de Bachelet. Ambos, también, formularon sus declaraciones a través de una de las caras visibles de la oposición en materia periodística: el diario El Mercurio. Otra coincidencia. Pese a estar de acuerdo en la necesidad impostergable de reformas en las áreas en que se desempeñaron en el Gobierno, durante sus períodos nada hicieron en tal sentido.
Las discrepancias al interior de la base de apoyo de la coalición gobernante ya son evidentes. Algunos preferirían hablar de profundizar la visión con contenido social. Otros prefieren evocar la imagen de cambios estructurales. La presidente pretende ponerse entre ambos. En su cuenta a la nación, el 21 de mayo, dijo que sus reformas “no partían de cero”. Un intento tranquilizador para los sectores de centro.
Pero el partido recién comienza. Habrá que ver si la mandataria cuenta con la decisión necesaria para seguir adelante con sus reformas, asumiendo un rol de conducción política que hasta ahora se le desconoce. O si opta por ubicarse en el estrado de los ilusionistas.