Desde 1963 la mayoría de los políticos chilenos tenían claro que la sociedad estaba cambiando y sería preciso tener una nueva Constitución Política que incorporara cambios democratizadores.
Cuando en 1964 Eduardo Frei Montalva propuso una completa modificación constitucional, la izquierda y la derecha unidas pusieron todo tipo de obstáculos para evitarlo. Unos no querían más democracia y los otros no querían que Frei encabezara el proceso. Y pasó lo que pasó: un golpe de Estado y la imposición de una nueva Constitución Política mediante el uso de la fuerza y del fraude. Y ahora, cuando ahora la mayoría de los chilenos quiere una nueva Constitución, los conservadores, elitistas, institucionalistas, de dentro y de fuera del gobierno, de izquierdas y de derechas, se oponen a ello y tratan de poner dificultades.
La crisis política de 1972, podía superarse con un acuerdo institucional. Formulamos entonces una propuesta que recogía las crecientes ansias de participación y permitía canalizar las aspiraciones de grupos y personas en un marco institucional para el debate y la resolución de los conflictos sociales. El dilema era: o dar un salto hacia el futuro o presenciar una solución violenta a la crisis para la instalación de una dictadura.
Una mirada hacia una nueva sociedad requiere no sólo convicciones doctrinarias personales, sino sobre todo entender que el mundo está fundando una nueva era en la que las tendencias nos encaminan, más temprano o más tarde, hacia la libertad, la participación, las relaciones horizontales, el respeto a los derechos humanos, la responsabilidad política y social de las autoridades, en suma, el valor de la persona humana y su inserción en la comunidad. Hace 40 años era una inquietud personal recoger las aspiraciones de las clases marginadas e impulsar una sociedad integradora. Hoy es colectiva.
Cuando comenzaba a insinuarse la posibilidad de un cambio en el sentido de los nuevos tiempos, vino la intervención de la fuerza para impedirlo, instalándose una mirada exactamente opuesta, portadora de un proyecto fundacional conservador, elitista, autoritario y neo liberal en lo económico, con todas las contradicciones que el modelo podía contener. La idea de fondo era construir un sistema de “apariencia democrática”, pero que asegurara el poder en manos de las minorías, aunque los “otros” ganaran el gobierno e incluso tuvieran algunas mayorías relativas en el Congreso Nacional. Un pacto de elites políticas, que se mantiene vigente para muchos. Son los que dicen que la nueva Constitución tiene que discutirse y aprobarse sólo por métodos institucionales, lo que implica la aprobación de los sectores más conservadores. La actual Presidenta tiene que demostrar que de verdad quiere que una carta fundamental de todos los chilenos sea elaborada y aprobada mediante un procedimiento democrático, participativo e institucional. Chile nunca ha tenido una constitución gestada por procedimientos democráticos.
Lo central de la nueva Constitución no debe estar en resolver conflictos inmediatistas, esas urgencias que quitan importancia a las grandes decisiones. Lo primero, por cierto, es poner fin al diseño del Estado desde una mirada clasista, la ya sea en línea de Jaime Guzmán o de la mirada marxista. Una mirada propia de los nuevos tiempos – yo habla de la perspectiva acuariana – debe reconocer al Estado como una “comunidad de comunidades” y más que hablar de la nación o del pueblo será necesario ver a la sociedad como una “comunidad nacional”, en la que pueden convivir distintas etnias, religiones, ideologías, visiones culturales. El país se organizará en comunidades, desde la unidad más cercana, la vecinal, hasta la nacional, pasando por comunas, provincias, regiones, en el entendido que son las personas activas, comprometidas y participantes, la clave de un sistema realmente humanista, con derechos y deberes claramente establecidos y protegidos.
Una sociedad acuariana demanda derechos efectivos y no meras declaraciones, debiendo tutelar su cumplimiento efectivo no sólo un Estado lejano, sino las personas activas y organizadas en la vida vecinal, profesional, sindical, donde en lugar de legalizarse las presiones de los poderosos a través de agencias contratadas, se reconozca el derecho de los grupos de interés a tener representantes en el congreso, para poner sobre la mesa los intereses de todos los sectores de la sociedad. Quizás ese Congreso Nacional merezca el nombre de “parlamento”, pues será un lugar de encuentro. Resabios de corporativismo o comunitarismo, dirá alguien, aunque en realidad deberá reconocerse que esas tendencias constituyeron una especie de avanzada de una mirada esencialmente renovadora hacia los nuevos tiempos. La sociedad activamente representada: las ideas políticas y las miradas sectoriales. Y todo ello acompañado de espacios legítimos para que las personas, a través de sus comunidades puedan actuar efectivamente, mediante iniciativa popular de ley, la revocación de los mandatos, las elecciones complementarias, los plebiscitos periódicos y vinculantes para zanjar las cuestiones que los poderes políticos no hayan sido capaces de resolver.
Una activa comunidad en la que todas las personas se sienten indispensables y los deberes y derechos sean asumidos sin vacilaciones. Votar, participar, asistir a las asambleas vecinales. ¿Delegar? Si, por cierto, pero sin renunciar a la acción directa. Eso significará un sistema judicial cercano a las personas, mediante juzgados vecinales, jueces de paz, sistemas locales para resolver la mayoría de las controversias, con sistemas fiscales de abogados para ayudar a las personas a contratar y litigar sin costos.
En fin, la democratización implicará poner en niveles de alta importancia la igualdad de oportunidades, los derechos educacionales y de salud, el acercamiento de los servicios básicos a la comunidad.
Los adelantos de la ciencia, la tecnología, las construcciones y las grandes inversiones deberán beneficiar a toda la sociedad y no sólo a los más ricos, como ha sucedido con las autopistas y la mayoría de las obras públicas.
Una nueva Constitución es responsabilidad de todos. ¿Se atreverá la Presidenta a enfrentar a las fuerzas conservadoras de dentro y de fuera de su gobierno? ¿Será capaz de ir más allá de los límites y convocar al pueblo a pronunciarse?
Sin salirse de las reglas del juego, ni los dirigentes ni la sociedad, será necesario llevar adelante iniciativas de participación y democracia, para recoger propuestas y comenzar una larga tarea que anticipe la sociedad libre, democrática y participativa que la era acuariana nos promete a los humanos. Armar una asamblea constituyente (o el nombre que se le quiera poner) para comenzar a construir un proyecto constitucional, para que luego aquellos que ya se han acostumbrado a llegar tarde lo pasen por el tamiz institucional y puedan quedar contentos.
Es parte de la opción de este tiempo. El otro camino nos conduce a abdicar de nuestra voluntad para que otros, los de siempre u otras minorías, decidan por los demás.
No olvidemos que el verdadero avatar de la era nueva ya no es un sujeto ni una minoría que se asume como elegida, sino que es la humanidad toda. Este debate recién comienza, pero la tarea del nuevo tiempo ya está en marcha. Todos nosotros somos vanguardia.