Retroexcavadora neoliberal

  • 15-07-2014

Pareciera innecesario recordarlo, pero en el mundo en que vivimos más vale asegurarse. Alguna vez, Mao Zedong (1893 – 1976) lanzó una frase que se hizo famosa: “La tarea central y la forma más alta de toda revolución es la toma del Poder por medio de la fuerza armada, es decir, la solución del problema por medio de la guerra. Este principio marxista-leninista de la revolución tiene validez universal, tanto en China como en los demás países. La guerra sólo se puede abolir mediante la guerra. Para acabar con los fusiles, se debe empuñar el fusil. Todos los comunistas tienen que comprender esta verdad: El Poder nace del fusil”. Eran otros tiempos, pero la realidad que llevó a Mao a exponer su tesis, ha cambiado poco. Si tiene dudas, mire a Siria, a Israel, a la Franja de Gaza, a Libia, a Nigeria, a Afganistán, a Pakistán, a Irak, a Somalia. Y el poder sigue siendo el Poder. Aunque se lo quiera maquillar con una cara sólo económica, que puede ser menos mortal en lo inmediato, pero que lleva al mismo fin que las guerras cruentas. Si también le asaltan dudas, consulte en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y mire las cifras de muerte por inanición en las zonas más pobres del mundo…..que no son pequeñas y que cobijan a gran parte de la población mundial.

Pero en los países civilizados hemos superado esos desplantes revolucionarios de Mao. En Chile, como en buena parte de las naciones occidentales, los comunistas han dejado las armas. Y en varios, hasta las ideas de la revolución. En tiempos de Mao, y en épocas incluso más recientes, decirle a un comunista que era reformista resultaba un insulto intolerable. Las cosas han cambiado, sin duda. Pero en esta materia, la palabra la tienen los comunistas y sus ajustes ideológicos. Lo concreto es que aquí forman parte de una coalición cuya matriz ideológica es variopinta y. muchas veces, más bien cargada al color pardo del gato aquel -más propiamente, el leopardo jaspeado.

Ese es el problema de los comunistas. Y, en cierta medida, de los integrantes del esmirriado Partido Radical Social Demócrata. Pero en este último caso, las adecuaciones políticas han acompañado históricamente a sus referentes.

Hoy pareciera que todos coinciden en que la gente tiene más voz. Y hasta es posible que así sea. Pero tener voz no significa tener más poder, ni tampoco ser más escuchado. Simplemente es el reconocimiento de que la calle puede presionar a través de movimientos sociales. Y estos se benefician de algunos adelantos tecnológicos, básicamente ubicados en la informática. ¿Pero cuáles es el real peso que tiene la ciudadanía?

Pareciera que mucho. Sin embargo, ello no significa que las autoridades que elije luchen denodadamente por beneficiarla. Más bien se podría interpretar que la ciudadanía se guía por lo que plantean los medios de comunicación y éstos -nuevamente hay que decirlo- obedecen a quienes manejan el poder. Si así no fuera ¿es concebible que la alcaldesa de Santiago intente institucionalizar la toma de colegios? ¿Y que quienes las realizan las suspendan porque llegó el período de vacaciones? Que se sepa, la toma de una fábrica de productos físicos o intelectuales, es una medida de fuerza destinada a lograr ciertos objetivos. Y se llega a ella porque los otros caminos han fracasado. Por lo tanto, no se la puede institucionalizar, ni suspender porque hay vacaciones.

Carolina Tohá no lo entiende así. Y en una posición similar están los estudiantes. Hay que reconocer, sin embargo, que el gran argumento de la señora Tohá se afinca en la expresión democrática del apoyo del estudiantado. Pero es un argumento falaz, que sólo demuestra que la democracia no es perfecta ni aplicable a todo trance.

Pero todo esto obedece a algo que va más allá de la alcaldesa, de los alumnos, de los comunistas u otros integrantes de la coalición de Gobierno, la Nueva Mayoría. Es una forma de realismo político, aunque se lo suele mostrar como un estadio superior. Como un avance institucional para una democracia que fue creada por una dictadura.

Y en este punto me asiste la tentación de darle la razón al presidente del Partido Por la Democracia (PPD), Jaime Quintana, cuando habló de la necesidad de aplicar una retroexcavadora para terminar con cualquier vestigio del neoliberalismo en Chile. Él trataba, así, de fundamentar la necesidad de reformas que ofreció la presidenta Michelle Bachelet en su campaña electoral. Rápidamente se le silenció. Y él, tal vez porque sólo fue una frase publicitaria, se desdijo de manera políticamente correcta. Al interior de la Nueva Mayoría, la frase dejó heridas. Sobre todos entre democratacristianos y algunos socialistas, como Camilo Escalona. Ellos preferían seguir ocupando la democracia de los acuerdos. Una manera algo más sofisticada de poner en práctica aquella frase del ex presidente Aylwin de hacer las reformas en la medida de lo posible. En otros términos, no hacer nada que pudiera incomodar seriamente al poder. Así es como ha terminado la Reforma Tributaria. Los comunistas están molestos, pero seguirán donde están. Y la presidenta Bachelet continuará gobernando por los surcos que marque la retroexcavadora neoliberal que impuso la democracia que hoy ostenta Chile.

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