Este jueves 04 de septiembre se cumplen 44 años del triunfo de Salvador Allende en las urnas y con ello su llegada a La Moneda como Presidente de la República democráticamente electo, el primer socialista elegido por sufragio universal en América Latina.
No se trató de una elección presidencial cualquiera, como pregonaba una canción que se coreó en las calles, los campos y las fábricas, sería “el pueblo el que construya, un Chile muy diferente”.
Un Chile donde la cultura y la educación tenían un lugar preeminente entre las 40 medidas de su programa gobierno; donde la salud encontró en este médico de profesión un desarrollo nunca antes alcanzado, con hospitales que fueron diseñados desde un departamento especialmente habilitado en el Ministerio de Obras Públicas, pensando en el largo plazo y en la dignidad de las personas; donde la entrega de viviendas sociales para aquellos que vivían en campamentos y tomas fue prioritario, así como continuar el proceso de reforma agraria para entregar tierras a quienes podían trabajarla y hasta entonces vivían en condiciones de inquilinaje; donde los trabajadores vieran fortalecidos sus derechos y fuera reconocido su aporte al desarrollo del país; donde los recursos naturales fueran puestos al servicio del bienestar común; donde la igualdad no fuera solo un término o una palabra forjada inerte en la Constitución, sino una búsqueda permanente para alcanzar un Chile más justo y democrático;
Un proyecto, por cierto, transformador en lo político y económico, que fue rápidamente y desde antes encontrando férreos detractores entre quienes comenzaron a perder sus privilegios obtenidos sobre la base del abuso y la explotación. Que no escatimaron esfuerzos para sabotear, instigar y coludirse para aniquilar al gobierno que el pueblo había mandatado representarlo. Que azuzaron a las fuerzas armadas para que avasallaran sin piedad a quienes respaldaban al gobierno Popular. Que no trepidaron en buscar secuaces en el exterior para sellar su golpe, entregándoles a cambio el país a su neoliberal experimento. El mismo que hoy tiene a Chile sumido en las nocivas redes del mercado y del consumo, hasta estar entre los países más desiguales del mundo. Y a ellos de vuelta a sus privilegios, multiplicados por mil, mientras el pueblo padece una realidad asfixiante.
Sin embargo, a más de cuatro décadas el pueblo vuelve a despertar con fuerza, “pues no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza”. Vuelve a despertar en los estudiantes que exigen fin al lucro, en quienes resisten la imposición de proyectos contaminantes, en los mapuche que exigen de vuelta sus tierras usurpadas y en los pueblos del norte que se alzan contra las mineras trasnacionales, en las regiones que se levantan, en quienes no admiten que se hipoteque su futuro con pensiones miserables, en los trabajadores que a pesar de las prácticas anti-sindicales y las amenazas vuelven a alzar su voz y a tomar las calles, en los pobladores que ya cansados se encuentran por cerca de tres meses en el río Mapocho exigiendo una vivienda digna, paradojalmente a unos metros de una de la más antiguas facultades de derecho del país, en quienes perdieron el miedo al otro e imponen la solidaridad al individualismo, en quienes zurcen día a día el desfragmentado tejido social, en quienes enarbolan la bandera de la indignación.
Han pasado más de cuatro décadas y un cuarto de siglo de gobiernos sucesores a la dictadura que poco y nada hicieron; gobiernos que se entregaron y nos entregaron al mismo sistema. Han pasado más de cuatro décadas, y hoy más que nunca tenemos el imperativo moral y político de retomar la senda democrática interrumpida a golpe de sangre. Refundar el compromiso con quienes fueron asesinados y desaparecidos. Y, como soberanos que somos, constituirnos para alcanzar la única reforma que nos saque de este fondo: una Asamblea Constituyente para cambiar la Constitución, eliminando así los enclaves de la dictadura y los candados que sagazmente le imprimió Jaime Guzmán para evitar su modificación.
No se trata de un asunto meramente jurídico, sino sobretodo social y político, de transformación de las formas y el fondo. Un nuevo pacto social, sin intermediarios. Una carta fundamental de navegación con amplia representación, y la participación de todas y todos para validarla. Un momento constituyente para forjar un Chile distinto.
Pues como el propio Salvador Allende dijera en su discurso final a través de Radio Magallanes, la última en ser acallada por la “Operación Silencio” de ese 11 de septiembre fatídico: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”