Capitalismo y conflicto global

  • 23-09-2014

Una de las cosas más positivamente sorprendentes que se observan en la cotidianidad de la vida en Venezuela es el interés de los ciudadanos por los acontecimientos políticos internacionales. No estoy hablando solo de las aulas universitarias o de centros de investigación especializados, el tema va mucho más allá: en las tertulias callejeros de plazas y restaurantes, en el intercambio necesario de trabajadores y empleados durante la hora del almuerzo y en casuales encuentros errabundos, los problemas que ocurren allende nuestras fronteras o, aquellos que -sucediendo en el país- involucran el actuar internacional del mismo, son cada vez más debatidos, en ambientes de gran participación y conocimiento. Una segunda etapa debería avanzar hacia el análisis y vinculación de fenómenos aparentemente distintos, que se desarrollan en latitudes y longitudes distantes y que en algunos casos son expresión de la coyuntura, pero que –sin lugar a dudas- están enmarcados en una problemática estructural que dice relación con las características más profundas de la historia, la economía, la política, la sociedad y el Estado.

En este marco, se observa una tendencia recurrente en torno a la preocupación válida por la conflictividad en el planeta y la creciente agresividad imperial. Todos los días de la semana los medios de comunicación son portadores de nuevas y alarmantes noticias que exponen guerras, epidemias, desastres naturales, y/o violación de derechos humanos entre otras expresiones negativas del desarrollo de la vida cotidiana.

Muchas personas concienzudamente se preguntan ¿qué está pasando? Las respuestas que se dan a través de los instrumentos de información son descriptivas y se limitan a dar a conocer lo que ocurre. Hay carencia de programas de investigación y análisis que convoquen a desentrañar las causas profundas del conflicto, (desprendiéndolos de motivos que apuntan de manera superlativa a la subjetividad) sin caer en el panfleto cómodo, la explicación superficial o la sustitución del papel trascendente de los pueblos por la clarividencia a veces exagerada de los líderes, sin que esto signifique restarle validez a su aporte.

Vale decir, que tal vez no sean los medios de comunicación a los que les corresponde dicha labor, aunque sea evidente que las transnacionales de la comunicación que sirven intereses imperiales están jugando hoy por hoy el papel trascendente en la creación de condiciones para el conflicto, incluso construyéndolos cuando no existen o incentivándolos cuando están en proceso germinal. En la actualidad, se está transformando en un hecho natural y común afirmar algo que no tenga sustento o que la fuente de su origen sea dudosa o incluso falsa.

Esta situación ha conducido al inicio de guerras para las que se han aducido causas irreales. Los millones de muertos que las mismas han significado se solucionan con una falaz disculpa o una tardía aceptación del error. Desde las armas atómicas inexistentes en Irak, pasando por los civiles inocentes asesinados por los drones en Afganistán hasta los “falsos positivos” de Colombia, la vida de ciudadanos humildes ha dejado de tener valor para los poderosos. Una disculpa soluciona todo, los medios internacionales se encargan de lavar la cara de los asesinos y la ONU avala los desmanes de las potencias, jugando cada vez más un triste papel como garante de la paz mundial.

¿Cree alguien que tenemos que aceptar con pasividad este estado de cosas? ¿Nos deberíamos conformar con el consentimiento de que “el mundo es así”? O, ¿producimos una rebelión que tendría que partir de la conciencia? La falsa afirmación de que el “mundo sea así” conduce a aceptar esta fatalidad de manera obligada, admitiendo con ello la injusticia y la desigualdad. La esencia del problema radica en la estructura del sistema capitalista mundial que genera diferencias profundas en la forma en que uno y otro ciudadano (“iguales ante la ley”) puedan llevar el transcurso de su vida. Por supuesto que hoy “el mundo es así”, y lo seguirá siendo mientras el capitalismo campea por sus fueros y mientras las sociedades de clases impongan los intereses de una minoría por encima del derecho de la humanidad a disfrutar la vida en el planeta.

Este es el origen de la conflictividad mundial, un sistema depredador que no escatima ni siquiera en la sobre explotación de los recursos de la tierra en el afán infinito de maximizar ganancias. Suponer que per sécula, los estadounidenses que son el 6% de la población del planeta deban seguir consumiendo el 25 % de la energía es una sinrazón que no tiene viabilidad futura, mientras millones mueren de hambre y padecen enfermedades curables.

En el momento actual, la conflictividad global tiene su germen en la crisis de un sistema que ha entrado en declive. No se sabe cuántos años durará el mismo. A través de la historia, desde Roma hasta el imperio británico y pasando por el español, el proceso de decadencia imperial ha durado varios siglos, pero una vez iniciado el proceso su rumbo avanza de manera ineludible. Corresponde a los pueblos y a los ciudadanos con visión de futuro y de humanidad, acelerar el ritmo de su crepúsculo.

Esta situación de decadencia objetiva, es la que marca el alto nivel de conflictividad mundial. El imperio estadounidense intenta resistir el paso del tiempo y su declinación. Las leyes objetivas que establecen los comportamientos y la transformación de la sociedad y el Estado son inexorables.

En ese sentido, las masacres en Gaza y el apoyo al permanente genocidio israelí contra el pueblo palestino, los golpes de Estado en Honduras, Paraguay y Ucrania, el apoyo a los terroristas en Afganistán, Siria y Venezuela, las invasiones a Libia y Siria, las amenazas a Irán, Rusia y China, el soporte a las intervenciones francesas en África, las negativas a firmar el Protocolo de Kioto para reducir la emisión de gases de efecto invernadero que producen el calentamiento global y el Estatuto de Roma que establece la Corte Penal Internacional son expresión prístina de un sistema en descomposición y de una potencia débil, que como todo animal herido, ataca cuando los olores nauseabundos de sus despojos comienzan a transmitir su pestilencia.

La dialéctica lo explica con sabiduría infinita. Basta entender las leyes de “la negación de la negación”, la de la “transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos”, así como la de la “unidad y lucha de los contrarios” para entender lo que está pasando y ver el futuro con optimismo, a pesar de todos los contratiempos que tropezamos en la diaria existencia.

El pesimismo no puede ser asociado a la lucha de los pueblos. Vale recordar al presidente Salvador Allende en aquel aciago 11 de septiembre de 1973, desde La Moneda en llamas y sabedor de que el fin se acercaba, transmitió una lección de confianza en el futuro cuando dijo que “La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor” agregando que “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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