Volver a la cueca sola

  • 23-09-2014

Años atrás uno no tenía los medios de los que se dispone ahora para tratar de hacer entender en otro lugar, a personas con otra cultura, el impacto que podía causar, en Chile, la cueca sola. Recuerdo una anécdota que surgió siendo estudiante en Francia. Uno de los capítulos del trabajo que estaba realizando abordaba la cueca sola. Se trataba de transmitir con palabras una experiencia eminentemente visual y había que poder en un mismo espacio, y ante una misma ignorancia por parte de los futuros lectores, describir lo que era la cueca “normal” y su variante “sola”. Recuerdo que no recurrí a grabaciones. En ese momento (fines de los 90) no era tan fácil hacer videos y difundirlos. Había que estrujar las palabras, elegir las que parecían más exactas. También recuerdo el diálogo que se dio un poco después con una profesora:

–No hay notas al pie de página –dijo ella.
–No –contesté yo.
–Pero, ¿por qué no hay notas?
–No hacía falta, creo…
–Pero ¿de dónde sacaste la información?
–Este… fui… vi…
–Pero tienes que justificar, citar. ¿Leíste sobre este tema?

En ese momento no eran muchos los libros que se podían consultar sobre este aspecto específico de la desaparición forzada de personas en Chile y el trabajo de denuncia emprendido por la AFDD. Existían sí los informes anuales de la Agrupación que evocaban también este aspecto pero no estudios ad hoc (salvo error de mi parte). Por eso, insistí:

–Es que estuve ahí, vi.
–Pero hay que poner una referencia.
–Bueno, no la tengo, pero tengo mis ojos.
–¿Y cómo sabes tú eso que escribes?
–No es tanto que lo sepa, es que me lo puedo imaginar.
–Pero, ¿por qué?
–Porque soy chilena.

Si alguna vez la afirmación tuvo un sentido (para mí) fue ese día. Porque realmente no había otra cosa que se pudiera decir. No era que me negara a citar a otros, ese trabajo contiene muchas citas, pero de verdad sobre ese tema específico había pocas cosas todavía dentro del mundo académico, y no había otra posibilidad como no fuera lanzarse, sin red, para formar un muy breve relato acerca de una de las formas de denuncia más impactantes desarrolladas por la AFDD. La escena me vino a la memoria hace unos días cuando volví a ver la cueca sola en un video difundido por quienes piensan de otra manera la patria.

Hay una forma de injusticia respecto a nuestro pasado que no remite directamente a los hechos violentos cometidos por el Estado chileno durante la dictadura militar. Una forma de injusticia que tiene que ver con la falta de reconocimiento que se le ha otorgado, a nivel público, en los últimos veinticuatro años, al rol que cumplieron diferentes organismos de DDHH pero muy especialmente los organismos compuestos por familiares, no solamente en la lucha por la instauración o la reinstauración de la democracia en Chile sino también en la renovación del intercambio político. En la creación de todo un repertorio de acción que vio emerger, en plena dictadura, un escenario paralelo y esporádico, donde la denuncia fue posible, donde la comunicación fue posible, donde el vínculo familiar pasó a ser motor y motivo de una reivindicación eminentemente política. Esa voz de oposición, esa voz que dijo NO mucho antes de que los pensadores del régimen militar idearan una transición pactada con su correspondiente plebiscito, fue por sobre todas las cosas, una voz creativa. Vino a aportar temáticas, formas de actuar, ideas y herramientas para el diálogo y la acción política, que no estaban disponibles en Chile hasta ese momento, y que constituyen, en potencia, una inagotable fuente de reflexión y formación para futuros ciudadanos. A condición de que sepamos verla y no nos comportemos como extranjeros en la propia patria. No me refiero al ciudadano común ni a las personas ya convencidas de estas cuestiones cuya capacidad de acción es lo que es. Me refiero fundamentalmente a quienes tienen el poder de definir políticas públicas respecto a qué es lo que debemos valorar nosotros, los chilenos y al cómo formar a nuestros jóvenes (entre los cuales están también nuestros futuros políticos). En ese sentido específico hablo de falta de reconocimiento.

En lo personal, sigo desvelada por la seguridad de que no bastarán los estudios académicos por buenos que sean si no se puede conectar esos estudios, escritos varios (no necesariamente académicos) con una verdadera pedagogía que no aísle los hechos de violencia, de los hechos de resistencia, que no piense por separado las cosas, sino que busque los hilos entre todos nuestros pasados, entre todas las destrucciones, entre todas las construcciones, identificando con claridad, sin rodeos y con confianza, la parte de ese pasado que aún puede enseñarnos algo.

Y cuando eso pase, cuando como comunidad podamos involucrarnos y ser parte de esa pedagogía, habrá que volver a encontrarse con la cueca sola. Con la cueca sola y con un sinfín de acciones llevadas a cabo por la AFDD, y por otros familiares, cuyas experiencias demuestran que el caudal imaginativo de nuestro pueblo es inagotable. Digno de todas las atenciones especialmente para quienes no han renunciado a elaborar otra política para este país. Desde ese punto de vista, la preponderancia del vínculo afectivo en las reivindicaciones políticas de estas agrupaciones indica claramente un camino (en disonancia con el individualismo reinante). Sé que puede sonar raro pero uno escucha todos los días cosas raras que son infamia, ¿por qué no podríamos escuchar esta otra? O sea, ¿qué cosa es el amor? No ha de ser poca cosa, si permitió que hombres y mujeres, pero sobre todo mujeres, salieran a la calle a oponerse a una tiranía y se quedaran. Porque lo difícil no es solamente salir sino quedarse. Permanecer: en nombre de un ser querido. Horas y horas uno podría dar cátedra de cómo el amor alimentó la resistencia de los familiares en Chile y en otros lugares. Pero tampoco eso sería suficiente si no podemos –como bien lo dicen, y hasta tozudamente, algunos lectores– conectarlo con lo que vamos a construir, con lo que podríamos llegar a construir tomando los ejemplos adecuados, valorando la enorme riqueza que tenemos, en Chile, al alcance de la mano.

Con esto no estoy queriendo decir que hace falta un monumento… Ni un homenaje más en septiembre, en octubre o en noviembre… Hace falta vincular, incluir, incorporar a un proyecto de país a quienes podrían –deberían– tener un rol relevante porque fueron los grandes creadores de otra forma de hacer política cuando parecía que no había absolutamente ningún lugar para la política. Y si alguien alberga dudas, le pido por favor, que vea la cueca sola. Y que me diga si lo imposible no se vuelve posible en manos de quienes obran con decisión y ternura.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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