Festivaleando el cine: El sentido de compartir

Mucho se ha discutido últimamente de la relevancia de los festivales de cine, de su conexión con la audiencia y su aporte real a la formación de industria, público y experiencia cinematográfica. Este fin de semana en Santiago se cierra la décima versión de SANFIC y continúa Festival de Cortometrajes FENSACOR, una nueva oportunidad para ver otro cine y pensarnos desde un lado distinto.

Mucho se ha discutido últimamente de la relevancia de los festivales de cine, de su conexión con la audiencia y su aporte real a la formación de industria, público y experiencia cinematográfica. Este fin de semana en Santiago se cierra la décima versión de SANFIC y continúa Festival de Cortometrajes FENSACOR, una nueva oportunidad para ver otro cine y pensarnos desde un lado distinto.

Producir un festival de cine en nuestro país es una locura. Lo sé bien. He tenido el honor de ser parte del equipo que desarrolla el Festival de Cine de Mujeres, FEMCINE, desde su nacimiento hace cinco años y sé por experiencia que la pega es mucha, la paga poca y las complicaciones se multiplican con cada edición. Me acuerdo que hace un par de años le pregunté a la directora del festival FEMINA de Brasil –evento que cumplió un década- si esto se ponía más fácil con los años y me dijo que no, que al revés porque con cada versión uno se va entusiasmando con nuevos proyectos y posibilidades para el certamen.

Hacer festivales es, en algunos momentos, una pega ingrata. Uno se expone a críticas y a malos ratos. Es imposible programar un evento que cumpla las expectativas de todo el mundo; que supla los gustos cinéfilos más exigentes y que, al mismo tiempo, sea accesible a un público amplio; que sea políticamente puntudo, pero que también pueda autofinanciarse con aportes de empresas e incluso del gobierno para poder existir. No es fácil, pero insistimos. ¿Por qué insistimos?

Según un estudio presentado esta semana en el Festival Internacional de Cine de Santiago SANFIC -realizado por Estudios Sociales Katalejo y que buscó determinar las estrategias y audiencias de los festivales cinematográficos en Chile -a pesar de que el cine es el espectáculo con mayor asistencia de público, la oferta de la cartelera es extremadamente limitada y que en promedio el 70% de las películas concentran en 90% del público. Además que la gran cantidad de salas, no significa mayor variedad de películas ya que, en general, son sólo 20 los filmes que cada semana, ocupan las 320 salas a nivel nacional.

En este contexto de exhibición más bien plano y que es definido por un criterio básicamente comercial y en donde prima el cine hollywoodense familiar, el aporte de los festivales consistiría en ofrecer a un -público específico o más heterogéneo- otras ofertas cinematográficas. Para quienes creemos que el cine es una ventana al mundo que nos permite conocer y conmovernos con otras realidades, al tiempo que nos da la posibilidad de reconocernos en distintas facetas, la posibilidad de poner a disposición de muchas personas esas otras miradas es un privilegio en sí mismo.

Porque más allá que compartamos la selección de los programadores de uno u otro festival o estemos de acuerdo con la manera de organizar o financiar aquel otro, el tema es que estos certámenes nos regalan como espectadores la posibilidad de elegir ver aquello que en las pantallas chilenas no aparece. Y si bien, hoy podemos acceder a una diversidad inigualable de contendidos en la red, el hecho de que por un lado, estos hayan sido seleccionados especialmente para la audiencia nacional y por otro, se haga el esfuerzo de ponerlos en la mejor calidad posible en gran pantalla es efectivamente un aporte.

Es el entusiasmo cinéfilo lo que mueve a todos los organizadores de festivales que he conocido. Es la posibilidad de compartir buen cine y las experiencias que este nos regala lo que hace que, a pesar de todo, insistamos cada año con una nueva edición.





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