En la Nueva Mayoría se han producido tensiones a raíz de una serie de declaraciones cruzadas. Los directivos de la Democracia Cristiana se han sentido ofendidos por dichos de algunos políticos de la coalición y se quiere hacer de ello una cuestión relevante. No cabe duda que hay imputaciones y generalizaciones que son molestas, pero no es posible ir contestando todas las palabras altisonantes de quienes buscan protagonismo en los medios de comunicación de una derecha interesada en sembrar la cizaña. Si alguien quiere decir que porque hay empresarios de la educación en la DC, es todo el Partido el que defiende esos intereses, se confunde; las decisiones han sido tomadas en los organismos oficiales en el sentido exactamente opuesto a la defensa de esos intereses (V Congreso de 2007). Puede ser que el mayor de la dinastía gobernante, al dar sus opiniones personales, no refrendadas por acuerdo alguno ni discutidas en los organismos regulares, defienda esos intereses. Es posible, pero en esas opiniones no compromete ni siquiera a su directiva.
Tampoco es cierto que la DC sea responsable del golpe de Estado de 1973. Tal monserga hay que acallarla, porque el hecho de que la directiva de Aylwin haya sido tibia al reaccionar o algunos militantes se hayan ido del Partido a trabajar a la dictadura, no borra lo que otros miles de militantes (no solo 13) hicimos desde la primera hora en la defensa de los derechos humanos, la protección de los perseguidos y luego en la lucha por el derrocamiento de la dictadura. Tal vez la izquierda deba revisar algunas de sus posiciones y preguntarse si ellas, claramente contrarias a las posturas de Allende, no fueron facilitadoras del golpe que la derecha y los militares ejecutaron para instalar su gobierno.
Pero el problema de fondo de la Democracia Cristiana es que está dirigida por militantes que han olvidado su raíz doctrinaria. La planta se deteriora – baja sostenida de miles de votos en cada elección – pero la raíz se conserva: somos los militantes. Lo que sucede es que estos dirigentes han adherido con entusiasmo al liberalismo, no creen en “en el etos DC” han dicho, defienden el capitalismo, pese a que en lo fundamental la Democracia Cristiana se define como una fuerza orientada a sustituir la sociedad capitalista por otra fundada en valores humanistas cristianos.
Quienes dirigen la Democracia Cristiana se bandean entre los que olvidan la doctrina para adherir a otra y los que olvidan la doctrina para defender intereses y posiciones de poder. Que haya dirigentes importantes que paralelamente trabajen en oficinas de Lobby, me parece por lo menos repudiable. O que otros se desempeñen en directorios de empresas de los grandes grupos económicos que han sido responsable en buena medida de las injusticias de la sociedad chilena, los debe llevar por lo menos a reconsiderar su militancia.
La Democracia Cristiana nació como un partido de vanguardia, como un espolón para romper la polaridad de marxistas y liberales, ofreciendo una alternativa que se encarnó en el llamado proyecto nacional y popular de la Revolución en Libertad y luego en la propuesta de una Revolución chilena, democrática y popular. En 1969 planteó al país la necesidad de la unidad social y política del pueblo en su base, lo que no fue entendido entonces por la izquierda. (Aunque también es posible que la propia DC no haya considerado la posibilidad de pactar la unidad y luego designar al candidato, como ha sido en las últimas décadas, en que se ha abierto a votar por gente de otros partidos). Hoy eso se está plasmando en la Nueva Mayoría, una alianza que debe ir consolidándose con el tiempo para generar y mantener una alianza que esté por los cambios profundos.
La Democracia Cristiana necesita recuperar su posición humanista cristiana, comunitarista, revolucionaria, de ariete de las estructuras para abrir los caminos hacia la justicia social, el desarrollo integral y la construcción de un modo de vivir en que el primero de los principios inspiradores sea la fraternidad.
La conducción de la directiva de Walker ha permitido que militantes destacados participen como dirigentes de movimientos políticos liberales sin ver afectada su militancia y que otros levanten sus voces para atacar, con los mismos argumentos de la derecha, las políticas del gobierno. En lugar de actuar como aliados leales que plantean al interior de las estructuras gubernamentales sus críticas y propuestas, han preferido la resonancia que les da la derecha en sus medios, pavimentando un camino que aleja al PDC de su historia, su tradición, su doctrina, su compromiso.
Es necesario levantar voces y voluntades para frenar a estos dirigentes que han sido elegidos en cargos parlamentarios o toman posiciones de poder interno con dudosos procedimientos, renegando de las creencias básicas, olvidando los acuerdos partidarios y denostando a quienes no se someten a ellos. No se trata, por cierto de “refundar” el Partido, porque está y existe. Se trata de unir fuerzas para ser una vanguardia al interior de una organización que debe ser también vanguardia en la sociedad.
Ha llegado la hora de levantarse contra el desorden establecido para recuperar la ética en la política, los principios fundamentales del mensaje cristiano (no religioso) y el carácter popular de la Democracia Cristiana, entendiendo que pueblo somos todos y habrá que terminar con privilegios e injusticias.
No será fácil, pero alguna vez hay que ir directamente a ponerle el cascabel al gato.