La selección chilena de fútbol disputó sus últimos dos partidos del año contra las selecciones de Venezuela y del Uruguay. Dos pruebas que ofrecían desafíos desiguales y por ende, requisitos diferentes también. Pese al ruido extra deportivo, por la ya conocida disputa por los premios de la clasificatoria mundialista anterior, los juegos parecían una buena ocasión para revertir el bajo rendimiento mostrado por la selección en los partidos posteriores a la justa desarrollada en Brasil y una oportunidad para ir preparando el desafío mayor que sugerirá la Copa América de Chile 2015.
Sobre lo extra deportivo solo hay que decir que una resolución más privada y más justa habría evitado este penoso inconveniente. Lo verdaderamente molesto es ver que jugadores que tienen la vida resuelta desde el punto de vista económico, riñan por unos pesos más o unos menos. Más extraño resulta cuando lo logros obtenidos han sido conseguidos de forma colectiva y ciertamente no han sido tan elevados tampoco. Parece que el honor de vestir la camiseta nacional no basta y aunque ellos mismos repiten que es el máximo orgullo, parece que olvidan su condición de deportistas y que formar parte de una selección nacional, en cualquiera de sus especialidades, es el reconocimiento mayor que un país puede hacerles. Ser elegido como el mejor o parte de los mejores en tu actividad por todo un país y ser escogido para representarlos debiera ser premio y compromiso suficientes para rendir y actuar de forma profesional y entregada. Lo otro, viniendo de quien venga, parece asunto mezquino y negociante.
En la previa, la nómina confirmó el retorno de Jorge Valdivia y también la falta de nombres alternativos a los mismos jugadores que han venido formando parte de la selección desde hace unos largos años. No se discute que los que están son los mejores, se cuestiona que ellos no tengan competencia real ni alternativa a sus posiciones. El rol del seleccionador es seleccionar lo mejor y eso es bastante fácil. El papel del entrenador es buscar las capacidades, entrenarlas y convencer a los jugadores de que pueden elevar su nivel y mejorar. En los tiempos actuales sería más justo hablar del seleccionador nacional y no del entrenador de la selección porque en la práctica eso no existe y resulta bien complicado encontrarlo.
En lo futbolístico, el retorno de Valdivia es sin duda una alegría y una muestra fehaciente de que Jorge Sampaoli, al menos en este caso, supo responder correctamente al papel que le compete. Era importante dejar a un lado los problemas personales y manejar las situaciones de forma privada favoreciendo siempre el bienestar de la selección. Y eso es exactamente lo que ocurrió. Una situación bien manejada por el cuerpo técnico que no debe andar cerrando puertas a nadie y garantizar siempre la presencia de los más capacitados. Valdivia respondió con lo que hace mejor, un partido excelente contra Venezuela y un aporte fundamental para el mejor partido de la selección chilena desde el mundial.
Después, la lesión que le impidió jugar el segundo partido revive las viejas dudas y nos obliga a pensar en otras opciones. Por suerte hay otros jugadores que también pueden estar presentes y que conocen, al igual que el “mago” las funciones y responsabilidades de la posición. Matías Fernández lo hizo con éxito mucho tiempo y Marcelo Díaz o David Pizarro también pueden asumir un mayor compromiso en la línea creativa. Incluso Pablo Hernández lo hizo muy bien en su paso por O’Higgins aunque actualmente en el Celta de Vigo cumpla un rol diferente. Lo importante es no prescindir de esas cualidades en el esquema de juego pues es lo que ha demostrado servir mejor para potenciar las virtudes del resto de nuestros destacados jugadores. Eso es lo que Sampaoli debe haber sacado como conclusión y es probablemente lo más importante.
En el primer partido la selección venció holgadamente a Venezuela por 5 goles contra 0. No solo dominó el partido de principio a fin, también jerarquizo la propuesta y volvió a ser sorpresivo y eficaz. Tuvo la profundidad que extrañábamos y dejó a un lado lo predecible de sus movimientos. Con un volante creativo especializado, las pasadas de los laterales (Isla y Mena) volvieron a ser profundas y los otros mediocampistas (Vidal y Aranguiz) pudieron sumarse con libertad y sorpresa al ataque. Alexis Sánchez y Eduardo Vargas volvieron a ser delanteros y con esa única responsabilidad brillaron con luces propias. Se generaron muchas opciones de gol y se concretó un alto porcentaje también. Nunca la selección venezolana pudo superar los desafíos colectivos ni individuales que el juego propuso. Se ganó no solo con justicia si no también con una calidad elevada en los planteamientos tácticos.
A diferencia de lo anterior, contra Uruguay se perdió ajustadamente con un 1-2 en contra, pese a que también se dominó y se determinó la dinámica del juego. Como comparativo, la ausencia de Valdivia o de otro volante creativo demostró que Chile es mucho más predecible y errático cuando esa labor recae en jugadores de otras características que no poseen la virtud de la habilitación con ventaja y el manejo del tiempo. Sin duda que Uruguay propuso un desafío muy diferente pues sus mayores virtudes están relacionadas con la lucha, el trabajo defensivo y el valor destacado de sus delanteros, quienes a pesar de estar muy solos durante largos pasajes, son capaces de capitalizar un alto porcentaje de sus escazas llegadas. En ese sentido, la derrota fue de alguna manera justa pues conociendo de ante mano el estilo de los celestes, no se crearon los mecanismos para neutralizar sus virtudes ni tampoco se encontraron los caminos para desarticular su conocida estrategia defensiva. Pese al dominio Chile no tuvo la misma profundidad y basta contar las ocasiones claras de gol en ambos cotejos para determinarlo (15-5).
En defensa se puede hacer un análisis general pues lo visto en ambos partidos es muy similar. La selección chilena sufre mucho cuando se le ataca por altura, sigue perdiendo un porcentaje altísimo de las pelotas que caen en área propia y le cuesta mucho neutralizar a delanteros de mayor envergadura física o que manejan bien el juego aéreo. En la salida todavía se cometen errores de imprecisión pero eso también es algo predecible cuando se asume una propuesta tan ofensiva y arriesgada como la que plantea la selección. El problema es que casi todos los errores defensivos terminan muy cerca del arco de Claudio Bravo y la mayor parte de las veces con real peligro. La velocidad es todavía una debilidad de la zona defensiva chilena. En este caso mejorar es un trabajo fundamental que debe analizarse desde la estrategia defensiva. Tal vez la forma de marcar en las pelotas detenidas deba modificarse y deban usarse nuevas y más diversas rutas de salida para evitar los errores en el origen del juego. En este aspecto la movilidad tan característica de la faceta ofensiva se empobrece detrás de mitad de cancha y a veces se deja muy solo a Marcelo Díaz en esa responsabilidad. Una alternativa ha sido la inclusión contra Venezuela de Igor Lichnovsky, quien tuvo un correcto desempeño y ayudó a mejorar la defensa en los balones altos manteniendo la misma calidad de salida. Quizás se notó un poco alejado de la alta competencia pero sus virtudes también quedaron a la vista de todos. Ojalá sume minutos más adelante para poder ir trabajando en el tan mencionado pero ausente recambio.
No hay duda, aunque estemos cansados de escucharlo y decirlo, que la selección juega bien, con intensidad y con una propuesta ofensiva atractiva. Tampoco vamos a negar que tenemos jugadores de alto nivel y muy bien entrenados. Lo bueno lo reconocemos todos y es vanidoso repetirlo tanto. Si se remarca lo malo es para perfeccionar no para ahondar en esa manía de destruirlo todo. El desafío sigue siendo corregir las deficiencias, superar los desafíos planteados sin ceder en la propuesta, no conformarse y aunque para muchos perezca vano, seguir mejorando siempre.