Se aproxima el fin de año y, como una repetición calcada del anterior, la mayor parte de las personas repasa los logros y desafíos por venir. Las revistas y diarios se llenan con artículos sobre qué y cómo comemos en estas festividades volviéndonos cada vez más poco saludables y sedentarios. Junto a las cartas de deseos y los artificiales destellos asaltan algunas reflexiones sobre el deporte nacional.
Chile ha tenido grandes atletas pero hoy no somos un país de deportistas. Somos más bien aficionados que miran un espacio muy reducido de las posibilidades que el deporte ofrece. Somos futboleros y, cuando mucho, futbolizados. A veces se pone en boga alguna disciplina específica y, como si fuera una moda del vestir, se practica por una temporada hasta que esa tendencia queda en desuso. El 70 por ciento de los chilenos no practican ninguna actividad física sistemática y solo un 10 declara practicarla al menos tres veces por semana. Entonces, ¿de dónde viene este abandono a una tradición tan arraigada en la cultura mundial? ¿Por qué pese a todas las investigaciones que señalan los efectos positivos de la actividad física seguimos escogiendo la inmovilidad?
Creo que en Chile existe un desprecio hacia el deporte y los deportistas. Enseñamos a nuestros hijos para que elijan ser médicos, ingenieros o dentistas (ahí es donde está la plata) y cualquier otra elección es vista con recelo o desprecio. Ser deportista, para muchos, no solo significa morirse de hambre si no sacrificar el desarrollo intelectual por el del músculo. Nada más errado, pues practicar algún deporte es un complemento a la vida cotidiana y sus bondades son elocuentes.
Tenemos una educación paupérrima que nos enseña solo el valor del triunfo, que no valora la disciplina, la dedicación y el esfuerzo. Que antepone el camino fácil, y muchas veces deshonroso, por sobre el trabajo y la superación personal y colectiva. El triunfo como sea y cueste lo que cueste porque el que pierde es solo eso, un perdedor. Y esa dinámica competitiva inunda cada ámbito de nuestro quehacer. Entonces se nos inculca un miedo a no ser exitosos a no ser los mejores y eso genera apatía y aversión.
La prensa no lo hace mejor, pues responde únicamente a lo que vende y no a lo que es realmente noticia. Acá son más importantes los chismes y los embrollos personales que la preparación, los eventos deportivos y la formación. Se cubre en un noventa por ciento el fútbol y siendo honestos tampoco en ello hemos sido tan exitosos. Cuestión que queda en evidencia si consideramos el nivel de inversión y lo comparamos con cualquier otro deporte.
Deportivamente somos un país de esfuerzos individuales. Cada deportista destacado es un ejemplo de lucha personal y superación de dificultades. Los apoyos, consecuente con nuestro exitismo, siempre vienen después de los triunfos. Una vez que las medallas están colgadas aparecen las becas, los sponsors, los comerciales y la plata. Entonces las autoridades de turno y las empresas privadas se pelean por adjudicarse la responsabilidad y los méritos. Ahí los deportistas son rentables y nos vanagloriamos de sus logros. Cuando no, tenemos que verlos marchar por las calles para exigir un trato digno e ingresos adecuados para invertir en su preparación y poder seguir representando al país.
Chile tiene dos cordilleras y un mar imponente que se extienden por toda su longitud; tenemos lagos, ríos y climas diversos. Sin embargo, los presupuestos son siempre reducidos y los deportes que debieran representarnos por nuestra geografía son elitistas e inalcanzables para la mayoría. Además del fútbol, el atletismo en todas sus ramas, el tenis, el voleybol y el básketbol existen otras posibilidades. El surf, el body surf, el montañismo, el ciclismo, el kayak de mar o de río, el remo, la natación, el buceo libre o asistido, la navegación en mar abierto, el trekking o senderismo, el sky y tantas otras disciplinas son algunas alternativas reales y merecen consideración. Lo importante es encontrar el que más nos guste o represente, practicarlo con frecuencia y enfrentar el desafío de superar nuestros límites día con día.
Para revertir la tendencia debemos revolucionar desde la raíz y trabajar en formar una cultura del deporte que se funde en la valoración y el respeto del esfuerzo. Formar buenos maestros de educación física, crear lineamientos nacionales de formación de capacidades en nuestros niños, asegurar la infraestructura y el material para llevarlos a cabo. Si podemos tener una malla programática para las matemáticas o el lenguaje ¿Por qué no hacerlo también con el deporte? Y seguro que esto último también es aplicable al arte, la música y otras materias segregadas. ¿Cuál es si no la función de un Ministerio del Deporte? Comprensible es que no todos quieran o puedan ser deportistas de alto rendimiento pero aprender habilidades físicas y de coordinación nos servirán en cualquier área de nuestro quehacer. Descubrir el valor de la disciplina deportiva y forjar carácter mediante la superación de nuestras propias capacidades también. De paso nos permitirá detectar el talento y pulirlo. Ser deportista no significa únicamente practicarlo de manera profesional, aunque ello puede ser un camino igual de valido que otros.
Sinceramente, esto tampoco garantizará que seamos exitosos en las competencias deportivas o que tengamos los mejores exponentes del mundo, aunque estaremos más cerca. Lo que sí es seguro es que nos ayudará con nuestros crecientes problemas se salud pública, con nuestras extremas diferencias sociales, con la rehabilitación de un tejido social destruido por la unidireccionalidad de nuestras políticas, con el urgente respeto por la naturaleza y sus espacios y con la lealtad en la disputa. Finalmente, nos ayudará a ser mejores personas … que es lo realmente necesario si queremos avanzar hacia un mejor país.