“Llegamos desde el Estadio / volando y sin mucho atraso / nos recibieron con banda / caramba, y su buen charchazo”. Así comienza “El suertúo”, cueca compuesta en algún día entre noviembre de 1973 y febrero de 1974 e interpretada por Los de Chacabuco, grupo que creó y dirigió Ángel Parra en el campamento de prisioneros de esa localidad nortina.
La banda tenía otros diez integrantes, quienes la estrenaron en el concierto semanal que se hacía en el recinto, ante un público que conocía bien las situaciones que describía: los golpes que recibieron los prisioneros al llegar, el intenso calor del día, las frías noches y las minas antipersonales que rodeaban el campamento, entre otras cosas.
Incluso fue grabada clandestinamente por Alberto Corvalán Castillo -hijo del secretario general del PC, Luis Corvalán- y ese registro es parte de Cantos Cautivos, proyecto que acaba de estrenar el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y que recoge la música que se escribió, cantó y escuchó en recintos de detención política y tortura, entre 1973 y 1990.
El sitio incluye testimonios de ex prisioneros, las fechas y lugares en que ocurrieron y algunos audios. Alfonso Padilla, por ejemplo, relata que el 25 de diciembre de 1974 un coro de detenidos del estadio Regional de Concepción interpretó “A mi compañera”, una canción que tomaba la música de “No soy de aquí, ni soy de allá”, de Facundo Cabral, y cambiaba la letra por versos como “Somos de aquí, somos de allá / es nuestro hogar, la libertad / y si hoy no está junto a los dos / retornará”.
Katia Chornik, académica de la Universidad de Manchester que ha investigado hace años y prepara un libro sobre el tema, explica que “las canciones proveen un entendimiento que no está mediado por el paso del tiempo. Es muy distinto lo que se puede sacar de ese testimonio si lo comparas con un relato que fue producido retrospectivamente una semana, un año o una década después”.
“La música, al contrario de otras expresiones culturales, generalmente era una actividad social, entonces se pueden deducir muchas interacciones sociales. Las canciones escritas en presidio son crónicas de la vida diaria en los centros”, afirma.
La música cumplía diferentes funciones para las personas detenidas en el estadio Nacional, Tres Álamos, José Domingo Cañas, Tejas Verdes o la Cárcel de Valparaíso, entre otros lugares. Además de permitir un registro de la vida de los prisioneros, vinculaba personas que antes, por ejemplo, habían tenido diferencias políticas. También era un modo de alivianar la incertidumbre e incluso se prestaban para el humor. En Ritoque, por ejemplo, se hizo una parodia del festival de Viña del Mar, y en Chacabuco los detenidos se reían al escuchar la palabra “tortura” en la canción “Volver, volver, volver”.
“Hay historias maravillosas, dice Walter Roblero, investigador y archivista del Museo de la Memoria. “Ernesto Parra (músico que estuvo en Chacabuco y colabora con el proyecyto) cuenta que en el estadio Nacional escuchaban una quena y no sabían de dónde venía, hasta que se dieron cuenta que un prisionero se había fabricado una con un pedazo de PVC”, relata.
Según el investigador, “es algo que se repite bastante en las colecciones del museo: que de la nada se puede hacer todo en un determinado contexto. De la precariedad puede salir un testimonio de vida y sobrevivencia. Se cuentan historias de hombres y mujeres que se contestaban cantando a coro, en ciertos pabellones. Hay una cosa de comunicación, de decir ‘estamos vivos y estamos acá resistiendo’. Es una de las funciones más conmovedoras de la música en los recintos de detención de la dictadura”.
El sitio permite que las personas que pasaron por centros de detención envíen sus testimonios y ofrece la opción de adjuntar imágenes y grabaciones.