Señor Director:
Recientemente un columnista en este medio ha señalado que las plantaciones forestales –de pino radiata y eucalipto- son falsas soluciones al cambio climático. Como justificación a su afirmación enumera una serie de impactos negativos de las plantaciones forestales, que lamentablemente no se detiene a explicar. Debemos suponer que la sola mención de ellos basta para que debamos considerarlas ciertas. Tampoco se detiene a explicar la razón que existe en Chile, así como en el resto del mundo, para el establecimiento de monocultivos forestales y monocultivos agroindustriales, a los que también critica.
No es una mera ocurrencia de empresarios “ávidos de dinero” el establecimiento de monocultivos forestales o agrícolas. Responde a la necesidad de proveer a la sociedad bienes y servicios derivados de estos cultivos: madera, papel, alimentos, combustible, protección del suelo en el caso de las plantaciones, y alimentos en el caso de la agricultura. Esta necesidad será creciente en el tiempo y hay que responder a ella y no cerrar los ojos. Curiosamente el análisis crítico que se hace de estos monocultivos siempre omite estas consideraciones, que por supuesto no son triviales.
Aceptando la omisión que se hace, lo que plantea como aspectos negativos de las plantaciones dista de ser preciso. Respecto de la alta inflamabilidad de estas especies (pino y eucalipto), es una afirmación que comenzó a plantearse en el incendio de Valparaíso el año 2014, sin embargo los estudios realizados por el investigador Eduardo Peña de la Universidad de Concepción lo desmienten. Los resultados de Peña señalan que la vegetación nativa se quema igual que las especies introducidas e incluso algunas de ellas se pueden inflamar más rápido que Eucalyptus globulus. Al comparar los tiempos de ignición de ocho especies nativas con E. globulus, se encontró que Aristotelia chilensis (maqui) posee un tiempo de ignición menor, que cinco especies tienen similar inflamabilidad y que solo Gevuina avellana (avellano) y Peumus boldus (boldo) arden más lento que E. globulus.
Similar falta de detalle se presenta cuando el columnista afirma que: “Las sucesivas plantaciones y talas rasas acidifican y degradan el suelo de tal manera de dejarlo inútil para otras actividades agrícolas y para la re-colonización del bosque nativo”.
El aumento de la acidez del suelo ha sido reportado en estudios realizados en plantaciones de pino radiata (por ejemplo, Schlatter y Otero, 1995), sin embargo las implicancias catastróficas que se pretenden transmitir no son tales. No hay degradación del suelo, ya que no existen árboles que degraden el suelo, y ciertamente no lo dejan inútil para la agricultura o la recolonización del bosque nativo, como señala el columnista.
Esta última afirmación, que las plantaciones dejarían prácticamente la tierra yerma o baldía, es una de las críticas más recurrentes y sin embargo, una de las más fáciles de rebatir. Existen numerosos ejemplos de terrenos con cultivos agrícolas que fueron en el pasado plantaciones. De hecho, en la actualidad la ONG The Nature Conservancy está realizando en la Reserva Costera Valdiviana un programa de reemplazo de antiguas plantaciones de eucaliptos por especies nativas como coigüe, canelo, laurel, ulmo, mañío, quila y murta, entre otras especies de la selva valdiviana.
Nadie al parecer les habría informado que el programa estaría destinado al fracaso, ya que no estas especies crecerán donde antes se plantaron eucaliptos. Pero no es así… la verdad es que TNC sabe muy bien que ese es un mito, como lo saben todos los que conocen un poco la relación suelo-planta.
Por supuesto que no todo es positivo con las plantaciones forestales, en el pasado reemplazaron bosques nativos y en casos específicos han sido establecidas en microcuencas abastecedoras de agua a comunidades. Pero hay que avanzar en que los aspectos negativos sean revertidos, sin caer en exaltaciones contra cultivos que tienen una función necesaria. Lo repetimos, proveer bienes y servicios como la madera, papel, alimentos, combustible, protección del suelo y captura de CO2 (sí, capturan CO2 y ayudan a mitigar el cambio climático).
Respecto a la propuesta final que hace el columnista de “… frenar el desarrollo de plantaciones y acometer la importante tarea de la restauración de bosques nativos”, hay que señalar que la aspiración a recuperar pasivos ambientales asociados a una sobrexplotación de los recursos naturales es válida y deseable. Sin embargo, existe un principio de gradualidad que apunta a comenzar con medidas más costo efectivas para, en etapas posteriores asociadas a mayores ingresos del país (medido por ejemplo en PIB per cápita), nos involucremos en programas de restauración de ecosistemas con cargo a rentas generales. Esto no implica abandonar o postergar los planes de conservación de la biodiversidad, sino focalizarlos y desarrollarlos gradualmente.
Precisamente el caso del bosque nativo es un buen ejemplo del éxito en el enfoque de la gradualidad. Se partió hace décadas enfrentando el problema de la deforestación, es decir, la pérdida de superficie de bosque por cambios de uso del suelo. Una vez que se logró este objetivo (hace ya algunos años), se colocó el énfasis en enfrentar la degradación del bosque, ya no la pérdida de superficie, sino la pérdida de sus funciones como ecosistema. Este desafío es esencial para asegurar la permanencia de las formaciones nativas en el tiempo y es al que está abocado actualmente CONAF. Finalmente, una vez logrados los dos objetivos anteriores, podremos enfrentar los onerosos desafíos de restauración de ecosistemas que ya han sufrido procesos de degradación con cargo a fondos públicos. Dado que la carga económica para enfrentar la secuencia deforestación – degradación – restauración es creciente; resulta razonable un esfuerzo gradual desde la política pública.
Julio Torres Cuadros
Ingeniero Forestal, Magíster en Medio Ambiente
Académico Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza
Universidad de Chile
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