En los años luminosos y tristes de la década de los setenta, ocurrieron los hechos más hermosos y más tristes de la historia de Chile. El gobierno de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende abrió posibilidades de participación y crecimiento personal y profesional a centenares de miles de chilenos. En ese marco, a través de un acuerdo con la Cuba revolucionaria se estableció un programa de becas para que jóvenes con escasos recursos pudieran ir a estudiar medicina a la isla.
Uno de éstos fue Raúl Escudero Vázquez quien en ese entonces contaba con 23 años. Desde el primer momento Raúl destacó por encima de sus compañeros por tantas virtudes, que sería imposible relatarlas en tan pocas líneas. Y así lo hizo por el resto de su vida.
Desde los primeros meses de clase, reveló una capacidad extraordinaria de estudio que lo llevaba investigar algunos aspectos donde ningún otro llegaba. Su afán de inquirir por el más mínimo detalle, por indagar hasta tener la verdad completa del intríngulis que le inquietaba redundó en una capacidad única para enfrentar y resolver problemas que sólo podían solventar estudiantes mucho más avanzados de los últimos años de la carrera. Eso generó destrezas especiales que fueron rápidamente detectadas por los profesores cubanos que vieron en él un futuro cirujano de calidad superlativa.
Nada de esto llevó a Raúl a perder sus innatas cualidades humanas, las mismas que lo acompañaron toda la vida. Su modestia, sencillez y solidaridad siempre hicieron que sus conocimientos resplandecieran en todos aquellos que necesitamos de su sabiduría. Jamás hubo un rechazo o una disculpa. Cuando lo requeríamos siempre estuvo desbordando su honradez sin límites y una capacidad entrega que generaba compromisos y obligaciones. Los reconocimientos nunca lo motivaron. Raúl hacía las cosas como un don natural, no esperando jamás recompensas o distinciones. Era difícil comprender que un compañero tan destacado, tan extraordinariamente superior en lo ético y en lo profesional pasara tan inadvertido.
En el año 1975 un grupo de estudiantes de medicina y otros jóvenes dieron el paso al frente para iniciar una formación militar que los llevara a adquirir nuevos conocimientos que les permitieran jugar un papel más activo en la lucha contra la dictadura que había inaugurado, -en esa misma década- la noche más negra de la historia de Chile. Nuevamente Raúl estaba entre ellos. Fue el único caso en que las autoridades médicas cubanas pidieron hablar con los dirigentes de su partido para pedirles que no se lo llevaran porque las ciencias médicas perderían a quien visualizaban como una eminencia. Sin consultarle, estos dirigentes políticos decidieron lo contrario, aunque Raúl jamás habría aceptado ser separado del contingente formado por sus compañeros de estudio en la escuela de medicina. Es uno de los actos de mayor desprendimiento personal, de amor patrio y sentimiento de responsabilidad que me ha tocado presenciar.
Fue destinado a la Escuela de Artillería de las FAR, Comandante Camilo Cienfuegos en la fortaleza de La Cabaña en La Habana. Ahí, por sus capacidades y responsabilidades fue designado segundo jefe de pelotón…y ahí, nuevamente fue el mejor. Al incorporarse como todos a una nueva ciencia, pero sobre todo a una nueva disciplina de vida y de trabajo, Raúl, como siempre, destacó, por su capacidad de aprehender los desconocidos conocimientos, asumiendo así mismo la faena de transmitirlos mismos a los compañeros que más le costaba. Su constancia, dedicación y esfuerzo obnubilaban a los mandos militares de la escuela, que veían que su capacidad de observación y búsqueda encontraba respuestas a problemas aparentemente indisolubles, captando el asombro y respeto de profesores y jefes.
Ya como oficial graduado, prestando servicios en la UM 2100, Raúl destapó sus cualidades de jefe, educador y conductor de una tropa formada por oficiales, sargentos y soldados que después cumplieron destacadas misiones internacionalistas en África. La escuela militar es un trámite bastante difícil, pero es en el mando directo de tropas donde se prueba la verdadera capacidad de dirigir a una unidad de combate. Raúl superó con creces cualquier expectativa ascendiendo en grado y cargo hasta una responsabilidad donde ningún otro chileno puedo llegar. Esto, más que cualquier otra cosa, es expresión de una capacidad muy especial para enfrentarse exitosamente a nuevas responsabilidades, vencerlas y ubicarse en niveles superiores. Raúl recibió altos reconocimientos que sobrepasaron el espacio estrecho de su unidad.
Ahí se mantuvo hasta 1979 cuando partió a cumplir misión internacionalista en Nicaragua. En ese cometido, recibió variadas responsabilidades hasta que en un bombardeo de la aviación somocista en la población de Sapoa recibió el impacto directo de una gran masa de tierra levantada por efecto de la acción de las bombas. Eso limitó sus posibilidades operativas, pero desde la retaguardia y el Estado Mayor continuó cumpliendo exitosamente las tareas planteadas.
Como reconocimiento a sus superiores capacidades, al finalizar la guerra y comenzar el período de construcción del Ejército de Nicaragua, Raúl fue designado asesor del Jefe de la Dirección de Artillería del Ejército, Comandante Javier Carrión quien al transcurrir de los años con el grado de General, llegara a ser Comandante en Jefe del Ejército de Nicaragua. En esas funciones, Raúl supervisaba personalmente la creación de unidades combativas, la llegada de la nueva técnica militar, organizaba maniobras militares independientes de la unidades de artillería, participaba en los ejercicios de estado mayor y en las visitas de control y ayuda de las grandes unidades de artillería, inspeccionaba el desarrollo de la preparación combativa y la disposición combativa de las tropas de artillería, todo lo cual le ganó el respeto y admiración de sus compañeros sandinistas y del alto mando del Ejército.
Hasta el pasado 31 de marzo, cuando nos pidió permiso para ausentarse de la vida, este chileno, este combatiente internacionalista ejemplar transcurrió por muchas vicisitudes, pero, repito, en cualquier actividad que le tocara desempeñarse, fue el mejor de todos, no tan solo por sus capacidades, sobre todo por sus cualidades personales y humanas. No creo que haya alguien que se atreva a desmentir esta afirmación. Sin querer magnificar el ejemplo me vienen a la memoria aquellas palabras de Fidel Castro cuando en la despedida del duelo por la caída del Comandante Ernesto Che Guevara dijera” Si me preguntaran como quisiera que fueran nuestros hijos, diría sin temor a equivocarme, que sean como el Che”. Hoy afirmó con plena conciencia de lo que digo que quisiera que mi hija, que nuestros hijos fueran como Raúl Escudero.
Hasta siempre compañero, hasta siempre hermano y amigo entrañable. No te olvidaremos jamás¡¡¡¡¡¡¡