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Año XVI, 18 de abril de 2024


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Mistral, Bachelet y la Ley de Unión Civil

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Domingo 19 de abril 2015 14:33 hrs.


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La Ley de Acuerdo de Unión Civil de los Convivientes Civiles parece ser un título que marea hasta la presidenta de la República.

No se entiende de otra manera, cuando en el discurso pronunciado en el marco de su reciente promulgación, la mandataria haya acotado a esta ley a la población homosexual de nuestro país. Una población que sí fue la que más luchó por un reconocimiento legal a esas uniones de hecho que, luego de años de convivencia, quedaban reducidas a un mero recuerdo. Pero esta ley viene a regular a una población muchísimo más amplia y su circunscripción a solo un sector de la sociedad, respetable por cierto, resulta paradojal. La presidenta insistió en que esta legislación es “una reivindicación y un logro en la lucha por los derechos de la diversidad sexual. Son ellos y ellas quienes han liderado esta demanda de equidad, quienes han levantado la bandera del respeto al otro y a quienes hoy agradecemos especialmente este hito histórico en el avance de los derechos civiles”. Y no se equivoca cuando enfatiza que gracias a ellos y ellas, Chile por fin cuenta con un marco legal que protege un tipo de convivencia demasiado habitual en nuestra historia, un tipo de convivencia fundacional a la que se le pone fin. Pero una cuestión es agradecer la fuerza y el tesón de quienes lograron este importante cambio, que restringir el imperio de la ley solo a ese grupo.

Y es que con la rapidez de los acontecimientos, vamos olvidando de aquilatar lo que significan estos cambios legales, sus significados y consecuencias en nuestra idiosincrasia, porque cuando hablamos de uniones civiles, hablamos del tipo de convivencia mayoritaria en nuestro país. Hay más personas que conviven que las que  están legalmente casadas hoy en Chile, una ecuación que no ha variado históricamente, cuando todo ese huacherío, como hemos llamado a los hijos nacidos de estas relaciones, es la base de la conformación de nuestro pueblo, de nuestra nación, como lo han establecido antropólogos e historiadores.

La doble equivocación de la presidenta Bachelet fue que a renglón seguido y como una manera de ejemplificar la legislación, señaló: “Nuestra Gabriela Mistral escribió a su querida Doris Dana, Hay que cuidar esto Doris, es una cosa delicada el amor. Y lo recuerdo hoy porque a través de esta ley lo que hacemos es reconocer desde el Estado el cuidado de las parejas y de las familias y dar un soporte material y jurídico a esa vinculación nacida en el amor”. Un estudioso mistraliano, como el poeta Jaime Quezada, se molestó. Y con toda razón, cuando la cita de nuestra Premio Nobel de Literatura 1945 provenía de una carta privada dirigida a Doris Dana, la secretaria de Gabriela, como fue llamada en el Chile pacato que ya ha empezado a reconocerla como su pareja de tantos años. La molestia, sin embargo, no viene del reconocimiento del amor que Gabriela le profesaba a Doris, sino que de una cita que restringe y reduce, una vez más, la figura de la Mistral a su sexualidad, que pareciera ser lo que más interés despierta de su persona en el Chile actual.

¿Por qué no recordar su contundencia y compromiso ciudadano cuando dice en sus Pensamientos Pedagógicos: “Hay que merecer el empleo cada día. No bastan los aciertos ni las actividades ocasionales” o “Más puede enseñar un analfabeto que un ser honrado, sin equidad”?

A menos de 72 horas que Gabriela Mistral era citada como ícono homosexual en La Moneda, los estudiantes marchaban hacia el palacio presidencial y por todo Chile, bajo el lema: “Ni corruptos ni empresarios, que Chile decida su educación”, un llamado que bien podría haber salido de la pluma de la poeta. La Mistral que queremos escuchar de boca de la Presidenta es esa que llama, por ejemplo, a la vocación del pacifismo en tiempos de crisis diciendo: “Tengan ustedes coraje, amigos míos. El pacifismo no es la jalea dulzona que algunos creen, el coraje que pone en nosotros una convicción impetuosa que no puede quedársenos estática. Digámosla cada día en donde estemos, por donde vayamos, hasta que tome cuerpo y cree una militancia de paz la cual llene el aire denso y sucio y vaya purificándolo (…) El repudio es duro, la soledad suele producir algo así como el zumbido de oídos que se siente bajando a la grutas o a las catacumbas. No importa, amigos, ¡hay que seguir!”. Este es el llamado que las jóvenes generaciones bien han sabido encarnar en su protesta social sobre su inconformismo con el estado de cosas, con una institucionalidad gangrenada por la corrupción.

La dulzona poeta de los niños y hoy imagen de la homosexualidad es una mujer que tuvo la fortaleza de enfrentar los males de la sociedad de su época y que persisten en gran medida hasta hoy, con una voz política comprometida con los pobres de Chile y con el reducido protagonismo de las mujeres en las cuestiones públicas. La voz de la Mistral es como el viento que levanta polvareda, que molesta a los amantes del statu quo y de las componendas. Es responsabilidad de todos destacar su legado a la altura que ella misma lo puso, como Premio Nobel de Literatura 1945.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.