Cuando quienes ejercen la autoridad exhiben debilidades, un enjambre de personajes de distinto pelo asume el papel de adalides. Pero no se quedan allí, también -y sobre todo- enarbolan condenas por ficticios o reales errores cometidos. Una variante algo pedestre del poder que se arrogan los intermediarios entre Dios y los seres humanos. La verdad, un espectáculo algo ridículo. No es más que una manifestación de la necesidad de sobresalir en esta sociedad competitiva en que todo se reduce a lograr reconocimiento apelando a cualquier estratagema. Para algunos, es acercarse al éxito. Para otros, es alcanzarlo, ya que su objetivo es arrimarse al poder o servir a aquellos que lo ejercen directamente. Una característica bastante despreciable de la sociedad del dinero en que vivimos.
En estos días, si uno creyera a tales agoreros, Chile se encuentra paralizado por la emotiva femineidad de la presidenta Michelle Bachelet. Ha quedado en el olvido la tragedia del Norte, las erupciones volcánicas con su secuela de desplazados. También se ha relegado el daño que hace vivir bajo un sistema político cuyas sinuosidades oscurecen los manejos de todos. Lo importante es que la jefa de Estado no ha nombrado a su nuevo gabinete y ya se le venció el plazo que ella misma se impuso. ¡Ah! pero con el agravante de que el anuncio de la remoción de sus ministros lo hizo en un programa de TV.
La oposición agrede a la Mandataria por no tener capacidad de conducción. Cuestión que habría dejado de manifiesto al pedir la renuncia de sus colaboradores y no tener ya preparada la nómina de sus reemplazantes. Y de allí, se pasa a la incapacidad de llevar adelante las reformas que anunció en su programa electoral. Y son tales reformas -educacional, tributaria, laboral- lo que verdaderamente preocupa a la derecha. El argumento responde subliminalmente a algo así como: “Si no es capaz de cumplir un plazo y cambiar ministros, cómo va a implementar bien reformas tan importantes”. Por lo tanto, “la emotiva femineidad” de la Presidenta determinaría un sonado fracaso de su gobierno.
Todo esto podía ser esperable de la oposición. Lo inquietante viene cuando sus aliados de la coalición con que gobierna, hacen gala de una tartufesca lealtad. El ex presidente de la Democracia Cristiana (DC), Ignacio Walker, plantea que “no es republicano” que se haga el anuncio de cambio de gabinete en un programa de TV. Como si la solidez de la república estuviera supeditada a la tecnología que el mandatario de turno utilice para hacer anuncios oficiales. Sin embargo, todo ello seguido de expresiones de lealtad a la Presidenta. O cuando el presidente del Partido Radical (PR), Ernesto Velasco, dice, sin inmutarse, que la actitud de Bachelet “sin duda, no es lo ideal. No es lo mejor para el país, pero uno tiene que ser respetuoso y esperar que esto sea por un bien superior”. Tal vez estemos equivocados quienes creemos que los políticos debieran tener como objetivo central en su quehacer el bien del país. Este líder radical nos hace ver la realidad. Como él es respetuoso, deja que se lleve a cabo, en su gobierno, una acción que puede ser perjudicial para Chile. Inaudito.
Pero en este país de paradojas, nada puede sorprender. Los periodistas trocan su misión de informar, educar y entretener, por la de ser líderes de opinión. Y para ello no trepidan en crear datos o tergiversar los que tienen. Afortunadamente también existe un periodismo de investigación, que permite seguir los acontecimientos de manera más o menos equilibrada. Pero ello no es suficiente en un país, como el nuestro, en que la prensa se halla mayoritariamente en manos del gran capital. Y eso representa sólo una visión.
Sin duda Chile no escapa a la realidad global. Hoy, en todo el mundo las instituciones democráticas están cuestionadas. La base de ese cuestionamiento se resume en cómo el poder desvirtúa las características esenciales que hacen del sistema democrático una forma de vida más justa. Porque actualmente es el poder económico el que impone sus condiciones, anulando las aspiraciones ciudadanas.
La administración Bachelet no escapa a esta realidad. Es más, se puede decir que lo que vemos es el resultado de un ejercicio democrático llevado a cabo malamente desde 1990. Lo importante, hoy, debiera ser buscar fórmulas de solución que devolvieran la confianza a la ciudadanía, gracias al perfeccionamiento de su sistema de convivencia. Lo que no es nada recomendable es tratar de esquivar responsabilidades compartidas tratando de que éstas recaigan ojalá en una sola persona.
Chile no necesita que haya mártires en la plaza pública. La justicia debe hacer su trabajo, pero junto a ello se requiere de nuevas visiones que aseguren un trato justo para todos, e instituciones respetables manejadas por funcionarios honorables. Tal vez hoy todos términos en desuso, pero que es necesario recuperar.