Tras acumular un avance de 2,3 por ciento hasta mediados de abril, el índice de bonos Global Broad Market de Bank of America Merrill Lynch -con un valor de 41 millones de millones- observó una caída que lo ha arrastrado a solo 0,4 por ciento desde comienzos de año, luego que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, pronosticara un alza de precios que alejó expectativas de deflación que habían convencido a inversionistas por retornos bajos o incluso negativos en ciertos papeles.
Los bonos alemanes se han derrumbado, enviando sus rendimientos (tasa de interés anual/ precio de adquisición) a diez años, a un máximo en ocho meses, mientras que el aumento de 4 puntos base en tres días ha sido el mayor desde la creación del euro. La tendencia se ha extendido a Japón y EE.UU., provocando una ola vendedora en Nueva York que envió el retorno de los Treasuries a su máximo desde octubre.
Bill Gross, el principal gestor de bonos del planeta, ha advertido que el mercado alcista de los bonos, que ha durado 35 años, “llegará pronto a su fin”, mientras que Robert Shiller, ganador del Nobel, ha dicho que el mercado de los bonos se encuentra en niveles “irracionalmente altos”. Y es que, dado los desequilibrios financieros mundiales, ese mercado se ha transformado en la nueva oportunidad, no obstante el riesgo de una corrección desestabilizadora si la Fed de EE.UU. –a pesar de todo- comienza a elevar las tasas de interés antes de fines de este año.
La escapada de este mercado es tal que, Petrobras, empresa estatal brasileña envuelta en un escándalo de soborno de miles de millones de dólares, ha podido colocar sin problemas un bono a 100 años plazo (si, un siglo) y las ofertas fueron sobre cinco veces superiores a los 2.500 millones de dólares emitidos. El jefe de investigación crediticia en el Royal Bank of Scotland, Alberto Gallo, dijo que la operación es “señal de euforia” y evidencia “que el mercado se ha desconectado de los macro y micro fundamentos”.
En todo caso, estos bonos a 100 años no representan un concepto nuevo. Emisores anteriores han sido firmas como la energética francesa EDF, y en abril pasado, el gobierno de México emitió bonos a 100 años, en euros. Pero ¿por qué inversionistas quisieran tomar bonos a 100 años, cuando su vencimiento sobrepasa la propia vida o, en el caso de Petrobras, cuando el bono venza, en 2115, es posible que el mundo ni siquiera esté utilizando energías fósiles, si se cumplieran las promesas del G-7 de esta semana?
Desde luego, los bonos de Petrobras produjeron un rendimiento muy alto de 8,45 por ciento, en un entorno de tasas de interés mundiales ultra bajas debido a una flexibilización cuantitativa que está acabando con el papel tradicional de estos bonos como alternativas más seguras que las acciones. Y como se sabe, a mayor utilidad, mayor riesgo.
El atractivo radica, para el emisor, en que si esta semana un inversionista compró bonos de Petrobras con un valor nominal de mil dólares y utilizara el 8,45 por ciento como “tasa de descuento”, el valor actual del pago final del bono en 2115 –rendimiento de los mil dólares más cupón– sería de sólo 26 centavos de dólar. Es decir, se liquide finalmente el bono o no, es una diferencia mínima. Y para el comprador, lo que importa a corto plazo son las percepciones de solvencia crediticia de la empresa y las tasas de interés mundiales. Y si bien estas últimas pudieran alzar el rendimiento (tasa de interés anual/ precio de compraventa) -y disminuir los precios-, aumentos en la riqueza del grupo energético justificaría rendimientos de los bonos más bajos, pero precios más altos en las reventas.
Los bonos a largo plazo permiten a las compañías de pensiones y de seguros adaptarse mejor a sus futuras obligaciones. Pero también pueden ampliar oscilaciones del mercado dado que pequeños cambios en las tasas producen movimientos de precios proporcionalmente mayores en los bonos de más largo plazo. Así y todo, la proporción de nuevas emisiones con vencimientos sobre 10 años es la más alta desde 2007, según JPMorgan, debido a una mayor demanda de los inversionistas para lanzarse de nuevo a los mercados de capitales.
La burbuja de la deuda mundial se ha hinchado a más de 76 millones de millones de dólares ( sobre 100% del PIB) de la cual las empresas chilenas participan en poco más de 100 mil millones, mientras que las tasas de interés nunca han estado tan bajas por un lapso tan prolongado. Esto genera la tensión que sacude los mercados de bonos y cuyo impacto amenaza con elevar el costo de la deuda global y arrastrar a todo el mercado.
El economista jefe de HSBC, Stephen King, dijo que la economía mundial está como “un sonámbulo que intenta mantener el equilibrio sobre una cuerda sin una red de seguridad”, debido a que los bancos centrales y gobiernos se quedaron sin municiones para combatir una próxima crisis financiera. En anteriores recuperaciones, las políticas fiscal y monetaria contaban con gran margen de maniobra. Pero tras los esfuerzos de recuperación de la crisis iniciada en 2008, ni la política fiscal ni monetaria tiene margen para contrarrestar un nuevo tsunami financiero.
En abril, el FMI reconoció que un pequeño accidente podría dar lugar a la mayor crisis financiera de la historia. Esto obligó a una reunión urgente de banqueros en Washington, en medio de la crisis de la deuda griega y ha prolongado los esfuerzos por evitar una salida desordenada de Grecia de la zona Euro. La fragilidad de la economía real, alto desempleo, baja productividad, débil demanda y deprimida inversión, son elementos que se retroalimentan y generan una reacción en cadena colocando al mercado de bonos como objetivo para ser atacado por los especuladores.
Y si al cuadro se agrega el debilitamiento de la economía china, cuyo ritmo declinante ha obligado a su banco central ha reducir las tasas de interés por tercera vez en seis meses, en medio de una fuerte contracción de sus importaciones y exportaciones, el cuadro no es alentador, pues en dicho marco, la Fed parece condenada a mantener las tasas en niveles mínimos por mucho más tiempo, hecho que aumentará las burbujas (y los niveles de ganancias de los dueños del dinero).