El retiro del FMI de las negociaciones de la Troika con el gobierno griego hizo caer las bolsas de Europa alrededor de 2 por ciento a inicios de semana, hecho que, dada la capitalización en acciones que aquellas mantienen, implica una reducción de riqueza de varias decenas de miles millones de euros. La Bolsa de Atenas, en tanto, cayó el doble que el resto.
Se trata de una durísima negociación que se prolonga por más de cinco meses y que ha puesto al gobierno izquierdista de Tsipras frente a varios de los principales poderes financieros del mundo, tratando de morigerar la aplicación de las exigentes medidas de austeridad fiscal pedidas por el FMI, que incluye reducción del aparato del Estado, bajas de pensiones, reforma laboral y privatizaciones, para lograr superávits de 2 por ciento en 2016 y de 3,5 por ciento en 2018. Atenas las considera injustas e inviables socialmente, pero el FMI, la CE, el BCE y Alemania –principal acreedor nacional- las estiman indispensables para que el país pague sus deudas y consiga una economía sostenible en el tiempo.
En efecto, Grecia debe pagar hacia fines de este mes 1.600 millones de euros al FMI. De acuerdo a versiones de prensa, Atenas contaría con dichos recursos. Pero también le debe al BCE dos pagos: 3.500 millones de euros que vencen en julio y 3.200 millones que caducan en agosto.
La salida de la mesa del FMI llegó junto con alegatos públicos de la Comisión Europea (CE) en el sentido de que si Grecia no presenta algún “plan serio” antes de este jueves o el 25 de junio, el Eurogrupo le dará un ultimátum. Las declaraciones alarmaron a los inversionistas sobre un próximo default de Grecia y, como contagio, los rendimientos de los bonos a 10 años de España, Italia y Portugal respecto de los de Alemania volvieron a ampliarse entre 2,3 por ciento y 3,2 por ciento, pues la rentabilidad de aquellos aumenta cuando sus precios caen.
Al mismo tiempo, la inflexibilidad de las partes ponía al Gobierno de Angela Merkel en serios aprietos: si Berlín cede ante las posturas griegas, invitaría a políticos de izquierda o derecha populistas a seguir el ejemplo, razón por la que los parlamentarios germanos han dicho que solo avalarán un nuevo paquete de ayuda si Atenas acepta las condiciones impuestas por el FMI. Pero si ni Berlín ni Grecia ceden, una salida desordenada del país heleno de la Eurozona provocaría aún mayores pérdidas que las vistas el lunes por “efecto contagio”, más que por el volumen de su economía, la que no supera el 2 por ciento de la Eurozona.
Desde luego, si Grecia se quedara sin euros, deberá recurrir a algún tipo de pagaré o moneda alternativa (dracma) para realizar sus pagos internos de remuneraciones o a proveedores. Sin embargo, dicha moneda probablemente adoptaría la forma de deuda emitida a los propios griegos, pues aquellos querrán que el dracma sea convertible en euro para realizar sus propias transacciones de bienes y servicios con el exterior, razón por la que el dracma o los pagarés se transarían a un valor inferior en euros, debido a su riesgo.
Y si el gobierno recurriera a un “corralito” de euros, surgiría otra tasa de cambio distinta para los billetes y monedas euros atrapados en los bancos, encareciéndolos. El proceso generaría desconfianza de las empresas extranjeras, que seguramente reducirían su abastecimiento de productos claves como medicamentos o repuestos para automóviles y/o maquinarías.
Tsipras ha afirmado que su propuesta –que incluye reducción de gastos y aumento de impuestos- es razonable y ha dicho que la actual situación responde a “presiones políticas” en contra de su novel movimiento. Con dos líderes que no quieren o no pueden ceder más y tres orgánicas mundiales financieras de enorme poder en la mesa, tal parece que la superación del impasse tendrá que surgir de una vía intermedia, pues los escenarios de colisión son aún más costosos para la economía europea que una eventual flexibilización de plazos y tasas.
Es probable pues, que no obstante no alcanzar un acuerdo en el plazo fatal del 25 de junio, y que en julio Grecia caiga efectivamente en default, el país se mantendrá por un tiempo dentro de la Eurozona. Asimismo, es posible que técnicamente la quiebra no se considere tal, debido a que se trata de débitos a un organismo público (BCE) y que, por consiguiente, las negociaciones continúen con Grecia en impago (al estilo argentino), sin euros suficientes para su funcionamiento y con un BCE que ya ha salido a advertir que tiene “las herramientas para gestionar un contagio de la mejor manera”.
Sin embargo, dicho escenario termina igualmente obligando a Tsipras a aplicar una política de austeridad fiscal, no para pagar deudas, sino sólo para enfrentar la mayor inflación, desempleo y pérdida de poder adquisitivo previsible, así como para impulsar aumentos de productividad y de ahorro para peores tiempos.
¿Qué nos importa todo esto a nosotros? Que una situación como la planteada ralentiza aún más el ya lento crecimiento europeo, hecho que afecta a China, uno de sus proveedores, que también está sufriendo una baja de su dinamismo, lo que, a su turno, por menor demanda, hace bajar el precio del cobre, que esta semana abrió en US$ 2,61, el peor precio en tres meses, justo cuando requerimos más ingresos fiscales para financiar la reforma educacional y se expresan nuevas exigencias en salud, transporte y otras áreas.