El 11 de septiembre será siempre un día muy importante de nuestra historia. Más de cuatro décadas desde el Golpe Militar de 1973 no borran de la memoria colectiva lo acontecido con ese alzamiento militar que derrocó y ultimó al presidente constitucional de Chile, junto con iniciar diecisiete años de horror, cuyos crímenes todavía se ventilan en los Tribunales y muchos de los cuales se van quedando en la impunidad.
Desde luego que el propio Pinochet murió sin ser condenado por su responsabilidad en todo lo acontecido, cuando aseguraba que en Chile no se movía ni una hoja de un árbol sin que él lo supiera o consintiera. La posibilidad de que un juicio internacional lo condenara por sus delitos de lesa humanidad se esfumó con la denodada acción de la política para liberarlo de ese juicio y traerlo de regreso a Chile, donde murió y fue sepultado con honores.
Mucha gente no se explica cómo los sucesores del Dictador en La Moneda pudieron empeñarse en su rescate. Un despropósito que en lo que mejor se explica es en la responsabilidad de muchos políticos en lo que aconteció. Pinochet tenía mucha información todavía guardada, y con la cual presionar a quienes alentaron la sublevación militar, aunque después de convirtieran en disidentes u opositores.
Durante 42 años se ha reclamado la impunidad que todavía favorece a muchos militares, pero la verdad es que la justicia nada ha tocado, tampoco, a los civiles que promovieron la subversión que luego formaron parte activa del régimen cívico militar. En el nuevo Congreso Nacional se encontraron los propios colaboradores de Pinochet, los políticos que alentaron el Golpe y hasta hoy es posible descubrir parlamentarios gravemente comprometidos en las cacerías de opositores, la tortura y el encubrimiento de muchos crímenes.
A La Moneda y al Poder Legislativo llegaron también muchos izquierdistas vociferantes que a la hora del Golpe Militar se asilaron en las embajadas e iniciaron un exilio dorado, mientras miles de jóvenes morían en la resistencia, sufrían la tortura y la cárcel o debieron refugiarse también en el extranjero, pero no con los privilegios de aquellos políticos de cinco estrellas. El director del sedicioso diario El Mercurio sigue conduciendo un medio que hoy en su sección Defunciones rinde honor y gratitud a los miembros fallecidos de la primera Junta Militar. Allí siguen los operadores políticos y periodistas responsables de un montaje repugnante como fue la Operación Albania, como fue esa captura y desaparición de 119 jóvenes combatientes. Lo mismo ocurre cuando empiezan a morirse los jueces venales y corruptos que rechazaron cientos o miles de recursos de amparo y aceptaron a pies juntilla los dictámenes de la Tiranía.
Impunidad completa, también, para los que acometieron el acto terrorista más severo de nuestra historia, cual fue el bombardeo y el magnicidio de Allende. Más ricos y soberbios se encuentran, todavía, aquellos delincuentes de cuello y corbata que cimentaron su fortuna en el servilismo a Pinochet, el despojo al Estado de sus empresas, los pactos de silencio y, hasta hoy, acometen delitos tan gruesos como la evasión y elusión tributaria, el soborno a las autoridades y la corrupción de la política. Impunes y protegidos por una clase dirigente irritada por las investigaciones que comprometen a los grandes grupos económicos y, en particular, a la empresa Soquimich, compañía minera que repartió a diestra y siniestra del espectro cupular. ¡Aunque fuera en un penal como el de Punta Peuco debieran estar recluidos también personajes que siguen activos en la política cuando se conoce su autoría intelectual en tantos despropósitos!
Pero no, lo que tenemos ayer es a un diputado desquiciado, como Ignacio Urrutia que le rinde honores a los detenidos en esta cárcel de lujo y ante todos los medios de comunicación celebra el “patriótico Golpe Militar de 1973”, calificando de “héroes” a los militares que lo acometieron. Sin que ninguno de sus colegas se animara al menos a escupirlo por un atrevimiento que en otros países que sufrieron como nosotros estos horrores habría sido imposible sin enfrentar la severidad de la ley. Pero el diputado Urrutia tiene fuero parlamentario y su insolencia no queda más que castigarla por otros medios que no sean los de un estado de derecho que, en realidad, en Chile no existe, cuando después de 25 años vivimos bajo la tutela de la Constitución de Pinochet, el sistema económico y social de la Dictadura y aquellas leyes de amarre que tienen tantos agradecidos y beneficiados entre sus sucesores en La Moneda y las instituciones públicas.
Seis gobiernos pos dictadura que han sido más de lo mismo y que, ahora, con esta nueva administración de la señora Bachelet, desprecian la posibilidad de cumplir con las reformas prometidas al pueblo, aunque cuentan con una imponente mayoría parlamentaria para aprobar las leyes que quisieran. Por el contrario, ya se desnaturalizan en el conciliábulo cupular algunas de estas iniciativas, a fin de que los trabajadores no recuperen sus derechos laborales y sindicales; a objeto de que los ajustes o retoques a la previsión le den más dividendos a las AFPs; para que la educación mantenga los espacios del lucro y la discriminación de los escolares; a objeto para que las desigualdades o inequidades se mantengan o se pronuncien aún más con el pretexto, ahora, de la desaceleración económica de China. Para que en las elecciones siga siendo decisivo el caudal económico de los candidatos, el aporte de las empresas y otras inmundicias que luego hipotecan su posibilidad de gobernar o votar libremente a la hora de legislar. Para que los grandes medios de comunicación, además, sean digitados por los sostenedores publicitarios, esto es por las grandes empresas, y de consuno mantengan noticiarios terroríficos que tergiversan groseramente la realidad y alientan la represión y las corrupción a todo nivel.
Soy de los que se alegra que ante cada 11 de septiembre haya protestas y movilizaciones. De los que se conmueven con la rebeldía de aquellos jóvenes que ni siquiera habían nacido en 1973, ni al inicio de esta larga y fatigosa pos dictadura, que ya no tiene ni tendrá puerto democrático sin que nuevos líderes, partidos o movimientos irrumpan en la política rechazando ser cooptados por las componendas electorales; sin conformarse con obtener unos pocos escaños legislativos que, como se ve, solo sirvieron para alentar otra esperanza frustrada.
Nuestro recuerdo en este día a los que cayeron, a los que murieron en la lucha por un orden justo y más democrático. A todos los combatientes que lucharon contra ese Goliat con las armas de su consecuencia y arrojo. Nuestro homenaje, entre todos ellos, a un cardenal Silva Henríquez y su Vicaría de la Solidaridad; a un Clotario Blest y a tantos dirigentes sindicales, poblacionales y estudiantiles ultimados. Nuestra gratitud a los ejemplares abogados de Derechos Humanos, al testimonio de un periodista como Pepe Carrasco que cayó en la víspera de un 11 de septiembre. A tantas mujeres que también estuvieron presas o hasta hoy viven movilizadas en el recuerdo y en el clamor de justicia por sus hijos, padres y compañeros asesinados o hechos desaparecer. A los luchadores traicionados por sus propias organizaciones políticas. A aquellos pocos pero valientes y dignos jueces.
Nuestro saludo a la enorme y mundial solidaridad que concitó nuestro país. A los países que acogieron a miles y miles de deportados o refugiados chilenos. A su solidaridad y cálida acogida.
Nuestro saludo a los que siguen luchando. A los imprescindibles que en una jornada como ésta salen a las calles, se agrupan y se conjuran para denunciar tantas injusticias e impunidades. Al pueblo mapuche que refresca siempre nuestra conciencia, templa nuestro espíritu y lleva ancestralmente el sino de la victoria final.
A los que no claudican ante tanto oportunismo y traición.