El Papa Francisco se ha constituido en una de las figuras más relevantes de la Humanidad. Más allá de estar emprendiendo enormes reformas al interior de la Iglesia Católica, este Pontífice es hoy una de las figuras internacionales más destacadas en la política y las relaciones internacionales. Ya se ha reconocido su influencia en la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, así como su valiosa cooperación al diálogo y a un auspicioso término de la guerra civil colombiana. No sería extraño, por lo mismo, que en el futuro pudiera cumplir un rol mediador relevante en la solución de nuestra controversia con Bolivia.
En su reciente viaje a nuestro continente, Francisco es vitoreado en la Habana y decide visitar muy especialmente al líder de la Revolución, Fidel Castro. Acto seguido es recibido muy afectuosamente por el presidente Obama y en las Naciones Unidas interpela al mundo entero y a las grandes potencias con la situación de los miles de emigrantes que buscan reinstalarse lejos de los conflictos y riesgos de vivir en sus propias naciones. Actos y gestos pontificios que hablan de su solvencia moral y de su cometido de lucha por la justicia social, como por el equilibrio entre todas las naciones. Un Papa, además, que predica con su propio ejemplo de vida y releva la Doctrina Social de la Iglesia como solución a la desigualdad y discriminación en los distintos ámbitos de la convivencia humana. Severas han sido, también, sus advertencias en defensa del medio ambiente, sus fustigamientos a la producción y el consumismo capitalista y ecocida, especialmente practicados por las grandes potencias del mundo y que tienen en riesgo la vida del Planeta y todas sus formas de vida.
Posiblemente, no ha habido otro pontífice que haya contribuido más efectivamente al acercamiento entre las distintas expresiones religiosas del mundo, a la tolerancia y el respeto hacia quienes, sin el carisma de la fe, también se empeñan por la justicia y el pleno respeto de la dignidad humana. Con seguridad, Francisco es un líder que puede seguir contribuyendo mucho al entendimiento y la paz mundial, por lo mismo es que hay quienes temen, incluso, por su propia integridad, cuando se sabe que las redes criminales también han traspasado los muros de las instituciones religiosas y morales.
Como hijo de nuestro Continente, realmente es un privilegio que El Vaticano lo haya escogido como Pontífice. Su visión argentina, latinoamericanista y tercermundista lo han dotado de una sensibilidad especial, recuperando para el ejercicio de la Iglesia Católica los valores de aquella Teología de la Liberación nacida en nuestro continente y que fueran tan desestimados en aquellos años en que el espíritu más rancio y conservador se apoderó de esta confesión religiosa.
Después de visitar varios países de nuestra región, Francisco se propone venir también a Chile y a su propio país natal, en un propósito que enhorabuena no ha adelantado cuando en nuestro país las principales cúpulas de la Iglesia están tan seriamente cuestionadas por los episodios de pedofilia practicados u ocultados por la jerarquía eclesiástica. Cuando se han descubierto impropios intercambios de cartas entre dos cardenales para bloquear la concurrencia a una comisión vaticana de una de las víctimas de los abusos sexuales del sacerdote pedófilo Karadima, como para impedir que nuestro gobierno nombre como capellán de La Moneda a un sacerdote que no es del agrado del Arzobispo de Santiago, pese al enorme prestigio que tiene por su compromiso pastoral en favor de los pobres y oprimidos de nuestro país y, antes, en el África.
En su reconocida sabiduría, la Iglesia pudiera estar tomándose tiempo para materializar cambios en el episcopado chileno antes de exponer al Papa a una visita en la que pudiera ser atendido por una serie de obispos y cardenales de bochornoso comportamiento. En este sentido, si bien se trata de una institución universal, cuesta entender que la principal arquidiócesis chilena esté presidida con un prelado extranjero, cuando desde hace tantos años se prefirió escogerlo dentro del propio clero nacional. La presencia de un Ezzati y otros obispos o purpurados de verdad ofende al pueblo cristiano, afecta las relaciones políticas de la Iglesia con el Estado y, por cierto, no se condice en lo más mínimo con el sello renovador y evangélico que le está imprimiendo el Papa actual a la Iglesia Católica. Sería muy lamentable que Francisco pudiera tener como anfitriones a personajes que son denunciados ante la Justicia por las víctimas de tantos abusos sexuales, y que ven a varios de sus pastores como cómplices y encubridores de estos delitos tan repudiados por el propio Pontífice.