Pistolas y fusiles para jugar

  • 25-10-2015

En la ciudad de Chimbote, ubicada en la costa de Perú, se creó un parque de juegos sobre la cima del Cerro de la Juventud. El montículo que está a 300 metros de altura, mira a la ciudad y tiene un particular significado para la población de esa ciudad ya que hasta allí llegaron, hace tres décadas, 27 mil jóvenes protestando por el nivel de violencia en el que estaba sumido ese país entonces. Eran los años de fuego y plomo y donde la palabra terrorismo era un vocablo común para los peruanos asediados por Sendero Luminoso. Treinta años más tarde y en el mismo lugar donde se erigió también una colosal cruz de 25 metros de altura, hoy hay un parque con columpios y balancines que guardan en su interior el ADN de la muerte y el miedo.

En una inédita determinación, dos órganos gubernamentales y uno privado del Perú decidieron fundir 2 mil 75 pistolas, además de fusiles, escopetas y carabinas que habían sido incautadas por la policía y que no estaban comprometidas en ningún caso judicial y las convirtieron en las estructuras que soportan a los tradicionales juegos infantiles. Así, el mismo metal que antes empuñó un criminal con forma de arma, hoy es sostenido por manos de niños y niñas que se balancean y columpian felices.

El armamento debió ser primero guillotinado para evitar que cayera durante su traslado en manos de alguna banda de sicarios que soñara hacer la adquisición del año, como también para asegurarse que no tuvieran ninguna bala en su interior.

La historia de cómo estas armas fueron fundidas a más de 1600 grados para convertirse luego en los armazones amarillos que caracterizan hoy a este parque infantil revela un gesto político que interpela a un país como Chile, donde las armas parecieran ser un juego de niños, a la luz de los menores de edad que en nuestro país se ven involucrados en hechos de sangre. Es un llamado de atención también para quienes ariscan la nariz o ven con suspicacia las invocaciones a reforzar los lazos de la hermandad latinoamericana y los beneficios que eso significaría, en cuanto a que la cercanía con nuestros vecinos no solo debe tener como objetivo el afianzar los lazos comerciales. Pero además, nos enrostra un tema que en Chile tiene una enorme deuda, como es la falta de horas de juego de los niños de nuestra patria.

Porque según un estudio realizado por una especialista del Centro de Investigación Infantil Helleumde la Universidad Alice Salomón, en Alemania, cualquier niño debiera acumular unas 15 mil horas de juego al cumplir los siete años de edad. El problema es que según la investigadora Ilia García, los pequeños de nuestro país llegan a esa edad con una deuda de 6 mil horas de entretenimiento. ¿Qué nos ha pasado? Ya sabemos que los hábitos de diversión han cambiado con los años, y el peligro que revisten las calles en las que antes volaban pelotas hoy vuelan balas, como también la televisión y el computador, han provocado una migración hacia el interior de los hogares. Los niveles de exigencia académica también les han quitado a los más pequeños el más importante recurso de aprendizaje. Porque así como se ha podido hacer un cálculo del promedio de horas de entretención que debiera tener un niño a la edad de siete años, también existe claridad de que ese tiempo de juego es también de educación, en más de un 50 por ciento en el caso de la aritmética, que luego se vuelve una pesadilla cuando es aprendida en la sala de clases.

Las autoridades peruanas de la ciudad de Chimbote que decidieron fundir armas de fuego y hacer con ese acero de gran calidad juegos infantiles para sus niños y los estudios realizados por investigadores especializados en el tema que señalan que los hijos de nuestra Patria no están siendo felices, entregan una señal y un poderoso mensaje. Depende, una vez más, de todos nosotros querer oírlo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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