Cine: “En la gama de los grises”, problemas de empatía

Como espectador uno se pregunta un buen rato, primero si se gustan y luego porqué se gustarían, ya que hasta ahora –más allá del atractivo de sus cuerpos- no hemos visto chispa ni en ellos, ni entre ellos.

Como espectador uno se pregunta un buen rato, primero si se gustan y luego porqué se gustarían, ya que hasta ahora –más allá del atractivo de sus cuerpos- no hemos visto chispa ni en ellos, ni entre ellos.

El tema de la representación en el cine es un tema central. Lamentablemente en Hollywood – y también en nuestros cines- una abrumante mayoría de los personajes protagónicos son varones, blancos, heterosexuales y económicamente resueltos. La presencia minoritaria de mujeres, homosexuales, miembros de grupos étnicos o personas con menores ingresos, va creando en pantalla un imaginario desequilibrado de lo diverso de nuestra sociedad, escondiendo lo que somos.

Desde mi punto de vista, una de las mayores gracias del cine es que –cuando los personajes se parecen a nosotros- nos permite mirarnos, reconocernos y darnos pistas de identidad; y cuando los personajes son distintos, nos permiten acercarnos a esa otredad desde un punto de vista privilegiado y empatizar con aquello que en otro contexto nos parecería absolutamente ajeno.

Es por eso que nos alegramos cuando aparecen películas que hablan desde fuera del androcentrismo –hombre, blanco, hetero, rico- y nos proponen relatos que se salen de lo que normalmente hemos visto en pantalla. En cuento a la representación del romance homosexual el cine chileno ha dado poco y sólo recientemente – la estupenda “Mi último round” (2010) de Julio Jorquera, “Mapa para conversar” (2011) de Constanza Fernández y “Otra película de amor” de Wincy (Edwin Oyarce) del 2012, llegaron a sala- por lo que sigue siendo una esperanzadora novedad cuando aparece algún filme en esta línea.

Ahora, el tema de la representación es complejo porque –como el cine, la literatura, el teatro, etc. lo han demostrado una y otra vez- no porque un personaje no hegemónico aparezca en pantalla esa representación va a ser una representación verosímil, empática o políticamente correcta. Pero como son tan pocas las películas que hablan desde ese otro lado, tenemos la esperanza de que esa representación siempre va a ser un aporte a enriquecer nuestra mirada y una invitación a identificarnos con ese otro distinto. Lamentablemente no siempre es así.

Con “La gama de los grises” pasa eso. Es la historia de Bruno (Francisco Celhay) un arquitecto adulto joven, guapo y bien instalado en la vida, con familia y profesión, que empieza a tener una crisis de sentido, que lo llevará a enamorarse de otro hombre. En la primera escena del filme lo vemos mirando pensativamente la ciudad desde uno de los puentes del Mapocho, en Providencia. Y luego lo vemos desnudándose en un cuarto al parecer abandonado y mal provisto. La incoherencia entre ese tipo de personaje y ese entorno es lo primero que hace ruido. Al poco rato lo vemos regar, comer y masturbarse. Esa es la presentación inicial de personaje. Se nota desde el inicio que el relato tiene mucho más interés en la presentación estética del cuerpo masculino que en el desarrollo del conflicto, y eso pesa en toda la película.

Cuando aparece Fer (Emilio Edwards), un historiador independiente que trabaja de guía por Santiago, tampoco logra despertar simpatía, ni crear esa complicidad necesaria en el espectador para generar el interés por el devenir de los personajes. Son hombres atractivos, con tiempo, a los que parece que los problemas cotidianos no les tocan y con los que cuesta identificarse, más allá de la identidad sexual. Como espectador uno se pregunta un buen rato, primero si se gustan y luego porqué se gustarían, ya que hasta ahora –más allá del atractivo de sus cuerpos- no hemos visto chispa ni en ellos, ni entre ellos.

A pesar de su cuidada puesta en escena – la paleta de colores es exquisita- y su interesante propuesta visual de Santiago, “En la gama de los grises” tiene problemas narrativos tanto en un par de errores de continuidad, como en lo naive de algunos de sus diálogos y la construcción de personajes. Quisiéramos que ellos nos cayeran bien, que nos importaran, pero la verdad es que tanto los personajes como la película no salen de la gama de los grises.





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