Lo de Sergio Jadúe, palo blanco del dueño del SEK, el elegido y depuesto señor Jorge Segovia, es inaceptable y humillante para nuestro deporte comercial.
Seamos sinceros, ese es el fútbol profesional de ahora; nada comparable con nuestro básquet, la natación, esgrima a palos con el águila.
Pero aun cuando en la actualidad las cifras se tasan en dólares u euros, el tema de los sobornos en el fútbol chileno tiene raíces antiguas.
En otras épocas, consta en libros de un conocido escritor especializado en la materia, los dirigentes introducían un billete de varios miles de los pesos pre Jorge Alessandri y después los escudos, en el bolsillo de la camisa del árbitro.
En una oportunidad consulté a un gran referí de su tiempo, Carlos Robles, cuyo hijo siguió sus pasos. El manejaba un taxi y me dijo que sabía de sobornos pero personalmente nunca había aceptado uno.
Esta conversación tuvo lugar después que la prensa amarilla lo tildara de árbitro ladrón por, según el periódico, haber favorecido a la selección Argentina en un amistoso con la chilena, en Santiago.
Para un hombre honesto, una ofensa gravitante.
Ya en los años cincuenta y sesenta, árbitros, jugadores y periodistas recibían dinero de los dirigentes. En los años de radio, entrevistaban al presidente de determinado club en todos los programas. Más que nada era un asunto de vanidad recompensado con creces con un Peugeot made in Chile.
Los conocía con nombre y apellido a proveedor y sobornado. Pero jamás un pa’callao o top secret sobre el tema.
Pasar cantidades mayores a los referí, me señalan, comenzó en la era Francisco Fluxá. Los llevaban además de viaje integrando delegaciones deportivas para que vieran a otros colegas de pito y negro. Esa era la excusa.
Para el Mundial de Alemania, como dominaba el idioma, acompañé a un señor Chubretovic, unos dirigentes y al profesor de árbitros Adolfo Reginatto, a retirar el dinero FIFA a un banco en Berlín. Obviamente los dólares ingresaron a las arcas de la vieja Asociación Central de Fútbol de Erasmo Escala y Cinfuegos.
Los honorarios de los árbitros eran casi eso mismo, adhonorem. Todos trabajaban, había profesionales, gente de todos los niveles sociales, partiendo por don Claudio Vicuña, nieto de un potentado de comienzos del siglo XX. El jamás habría aceptado una coima y se le hacía un nudo en la garganta, amonestar a otros pitucos como eran los hermanos Andrés e Ignacio Prieto Urrejola, o a Raimundo Infante.
Luego vino el adiós del amor por la camiseta de la mano de la corrupción total. El futbol como negocio con jugadores que reciben (léase agentes incluidos) sueldos y primas millonarios y, paradojalmente, clubes al borde de la quiebra con jeques a la cabeza. El tsunami mojó a la FIFA, la Comembol, la AFA, la ANFP y un rosario interminable de asociaciones.
Las cabezas de las entidades, personas como Joao Havelange parecían intachables, igual que el suizo Josef Blatter. Por último este confesó que cuando jugaba era bueno para dar patadas a espaldas de los árbitros. Difícil que Blatter no supiera lo de su superior y sus subalternos. A Havelange, el magnate de los buses del Brasil, no le bastaba su enorme fortuna.
Los Leoz, los potentados del futbol mexicano que tenían hasta un departamento con vista a la cancha en el propio estadio Azteca, impusieron un estilo que hizo escuela y…secuelas.
El fin de año nos sorprende con un entrenador en dudas de seguir, una selección en baja con Alexis Sánchez incluido, dos ausentes para el partido con Argentina por suspensión-Vidal y Valdivia- y un ex presidente de la entidad con un chip, según leo pero no me consta, para evitar una fuga.
Cuando embarcó junto a su familia rumbo a Miami, ya era motivo de sospecha. Con millón y medio de dólares, podrá subsistir mientras dure la condena.
Lo que me intriga es que el FBI se haya ocupado del caso, cuando la Federal Bureau solo atina con asuntos internos de los Estados Unidos. Para lo que ocurre en el exterior, existe la CIA, cuyas labores no son sólo de espionaje e infiltración.
Finalmente, ya constituye un hábito: los incentivos. Jugadores de un equipo llaman a sus pares de otro, ofreciendo dinero en nombre propio o del club para que jueguen como nunca, vuelen como gacelas y pateen como yeguas, con tal que pierda el equipo que interfiere en su camino al título o al descenso.