Profesores expulsados de la Universidad Católica*

  • 26-11-2015

Señor Rector y autoridades de la Universidad Católica; amigos, amigas, compañeros y compañeras y familiares expulsados de la Universidad Católica:

Quiero partir agradeciendo al Rector de la Universidad Católica por la iniciativa de este acto y a Guillermo Agüero por sus incansables gestiones para que este alcanzara su éxito. Acto que debiera convertirse en un antes y después en la historia de la Universidad Católica.

Se me ha pedido que hable en representación de los profesores expulsados que aceptaron venir a este acto, por lo que fue mi participación en aquella época. No tengo otra representación que mi trayectoria. Fui estudiante de Sociología de la Universidad Católica, Presidente de su Federación de Estudiantes, Profesor y miembro electo del Consejo Superior con la primera mayoría individual, Director del Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN), una de las más grandes creaciones de la reforma universitaria de los sesenta, Decano y en esa calidad miembro del Consejo Superior en el momento del golpe militar, Jefe de los profesores de Izquierda en cuya representación tuve que enfrentar al marino designado por la Junta como Rector Delegado quien se comprometió conmigo a no realizar ningún cambio sin antes informarme. Al día siguiente estaban los decretos de expulsión de todos los profesores de izquierda y la disolución (la palabra propia de militares era “suprimir”) de la mayoría de los centros e instituciones de pensamiento crítico de la que se había dotado la Universidad.

Hablar hoy en representación de Uds. es uno de los más grandes honores de mi vida.

He revisado las diversas expresiones de los profesores en respuesta a la invitación del Rector, conversado con varios de quienes están aquí y también con quienes rechazaron esta invitación, y quisiera dar cuenta de todo ello. Nunca escribo mis discursos, pero me parece tan serio lo que estamos viviendo que no quisiera que las miles de ideas y emociones que están presentes se desordenen y no representen exactamente lo que quiero decir.

Para terminar esta introducción, puesto que el Rector ha elegido darle un carácter personal a este acto, invitando a familiares de los expulsados, quiero rendir un homenaje a todos estos familiares que acompañaron a las mujeres y hombres expulsados de la Universidad, personificándolo en María de la luz Lagarrigue, esposa de Patricio Biedma profesor del CEREN expulsado y detenido desaparecido. Y, en lo muy personal, a quienes de mi familia están presentes, mi hermana que al regreso del exilio el Gran Canciller Jorge Medina le impidió reintegrarse como estudiante aludiendo al carácter marxista de sus hermanos y marido también expulsado, a quien fuera en aquella época mi esposa y a mis hijos, cuyos gritos y chillidos al año de edad espantaron a la patrulla que intentaba allanar mi casa el mismo día que fui detenido en el Campus Oriente de la Universidad cuando se allanaron mis oficinas antes de la intervención militar.

Este acto tiene una doble significación desde mi perspectiva.

Por un lado el Rector, a nombre de la Universidad, reconoce que la expulsión de un conjunto de profesores de la Universidad por motivaciones políticas e ideológicas y sin ninguna razón académica, fue algo que jamás debió ocurrir, y aunque muy tardíamente, como el mismo lo señala, se busca reparar reincorporando a la comunidad universitaria a quienes fueron objeto de esta injusticia. Para ello, se plantea buscar en conjunto, la universidad de hoy y los afectados por las expulsiones, las mejores formas de tal reintegración. Este gesto implica a nuestro juicio y así queremos entenderlo un acto de derogación y anulación simbólica de los decretos y medidas con los cuales se implementó el acto de expulsión lo que a su vez, puesto que el tiempo ha pasado, obliga a formular e idear mecanismos que restablezcan la vinculación efectiva de los afectados con la Universidad. Hay a la vez un acto de pedir perdón por aquello en que se fue culpable, absolutamente injustificable y que nunca debió pasar y, al mismo tiempo, el inicio de un proceso de reparación que si bien puede no tener las mismas fórmulas de relación de los afectados con la universidad debe ser efectivo y responder tanto a la situación de ésta como a la demanda de aquellos. Recordemos que la Universidad Católica es de las muy pocas instituciones del país que hasta el día de hoy no ha reconocido ni pedido perdón por su involucramiento en un proceso de violación de derechos humanos y destrucción de la democracia, lo que enaltece aún más el gesto de la actual autoridad universitaria. Esta es la primera significación de un acto que si bien es tardío es a mi juicio absolutamente sincero por parte del Rector y debe serlo también por parte de la Universidad misma.

Para entender la profundidad existencial e histórica de lo que estamos viviendo más allá de sus solemnidades, cabe recordar qué fue lo que ocurrió en 1973, cuál fue el acto fundante por el que se pide perdón y que se busca reparar.

La Universidad Católica en 1973, momento de la intervención militar, llevaba más de cinco años del proceso llamado la Reforma de la Universidad, desencadenado a partir de la toma de 1967, dirigida por el Presidente de FEUC, Miguel Angel Solar y del ascenso a la Rectoría de Fernando Castillo Velasco. No corresponde aquí un análisis de dicho proceso y tampoco de sus deficiencias. Simplemente digamos que en esos cinco años cambió el rostro de la Universidad: se departamentalizaron las facultades y se buscó poner la investigación, junto a la docencia, en el centro del quehacer universitario, se introdujo el currículo flexible, se establecieron nuevas formas de docencia en la formación general de los estudiantes, se creó una Vicerrectoría de Comunicaciones, se democratizó el ingreso, se generaron estructuras colegiadas de gobierno en todos los niveles. Se crearon centros y núcleos de pensamiento crítico para abordar desde diversas perspectivas disciplinarias e interdisciplinaria los diversos problemas de la sociedad chilena y su transformación. Uno de ellos fue el CEREN, en el que participaron mis entrañables amigos Tomás Moulian, Rafael Echeverría, Norbert Lechner, Armand y Michele Mattelart, Franz Hinckelammert. Pero hubo muchos más instancias, entre ellos, el Departamento de Historia Económico Social con Armando De Ramón y Gabriel Salazar, ambos Premios Nacionales, el Centro de Estudios Agrarios, la Escuela de Artes y Comunicación, núcleos de Arquitectura, el CIDU, el Proyecto O’Higgins, Sociología y discúlpenme si se me escapan otros. Así, se democratizó y modernizó la Universidad de modo que, en síntesis, se pasó de ser una universidad identificada con un determinado sector de la sociedad, a ser una universidad verdaderamente pública, pluralista, de alto desarrollo de la investigación, democrática en su gestión y buscando una participación autónoma, desde su propia misión, en los proyectos históricos de cambio del país. Sin duda el clima de la época era conflictivo, pero en la universidad, sobre todo debido a la conducción del rector Fernando Castillo, coexistían y se expresaban diversas visiones respecto de la sociedad y la propia universidad.

Fue contra este proyecto que se produjo la intervención militar de la Universidad, consecuencia directa del más grande crimen histórico político en nuestro país: el golpe militar de 1973. Esta intervención, avalada, hay que decirlo en todas sus letras, por parte importante de la comunidad universitaria a veces en forma activa y en otras con la complicidad del silencio, fue así también un crimen histórico. Y eso es lo que reconocemos en este acto. Era evidente que el primer objetivo de la intervención militar era destituir las autoridades democráticas de la Universidad, asegurar y concentrar todo el poder y eliminar a los miembros de la comunidad universitaria que se consideraban parte del proceso de reforma e ideológicamente partidarios del gobierno democrático derrocado de Salvador Allende. A través de decretos y otras medidas, elaborados por un marino designado Rector Delegado por la Junta dictatorial, con la complicidad de sectores académicos de la Universidad, se expulsó a las autoridades universitarias y a un gran número de profesores de izquierda, de todos los niveles y jornadas, llegando a más de una centena los sectores afectados, a lo que hay que agregar la represión contra los estudiantes, tanto física como académica anulando créditos, cambiándoles los programas, etc. y los funcionarios. En algunos casos se redestinó a profesores a otras unidades, donde, y tenemos que también que reconocer esto, a la mayoría se le sometió a un trato vejatorio. La expulsión de los profesores, además de arrebatarles su trabajo era implícitamente un acto de estigmatización y delación en la medida que se le indicaba a los órganos de represión quiénes debían ser sus futuras víctimas, dejándolos desprotegidos. Cuatro profesores fueron asesinados o son detenidos desaparecidos de aquélla época, algunos con directa complicidad de autoridades universitarias designadas por el Rector Delegado: Alejandro Avalos, Jaime Ignacio Ossa, Leopoldo Benítez y Patricio Biedma. Y permítaseme un recuerdo especial de este último que trabajaba en la unidad que yo dirigía CEREN y con el cual mantuve hasta los últimos momentos de su estadía con nosotros estrecho contacto pues trabajábamos en informes sobre la represión en Chile, entre otros, para el Tribuna Russell contra los crímenes de la dictadura.

Es el momento de reconocer que hubo un sector de la comunidad universitaria que no se plegó a la complicidad que otros tuvieron con la represión académica. Algunos que quiero encarnar en Percival Cowley y Raul Atria, o denunciaron lo que estaba ocurriendo o buscaron proteger a afectados cercanos. Pero sobre todo, hubo muchos que habiéndose quedado en la Universidad realizaron un trabajo digno, preocupados de mantener lo que se podía del pensamiento crítico y especialmente preocupados de que los estudiantes mantuvieran contacto con los profesores expulsados para completar la formación sesgada que se les daba en la Universidad. Quiero ejemplificar esto en Guillermo Wormald. Y más adelante, hubo nuevas olas de depuración, esgrimiendo razones presupuestarias o de otro tipo que incluso afectaron a profesores que ganaron concursos en los años ochenta. Asimismo no todos los que continuaron en la Universidad se plegaron al proyecto que se impuso en ella, al que nos referiremos, y lucharon por realizar dentro de lo posible una actividad digna y muy útil para la investigación y la formación de estudiantes. No puede decirse lo mismo de muchos otros sectores.

¿Quiénes éramos los que fuimos víctimas del proceso depuración en esta universidad, parte del proceso de depuración académica generalizada establecida por la dictadura? Muchos de nosotros habíamos sido formados en la Universidad y fuimos dirigentes estudiantiles. Pero más que productos de la Universidad, la Universidad nos construía a nosotros y nosotros construíamos la Universidad. Esto significaba que para nosotros la verdadera Universidad era la de la Reforma, la que se inicia con Fernando Castillo como Rector, por la que habíamos luchado durante nuestra formación y como profesores jóvenes. Ello independientemente de todos los errores que cometiéramos, a veces quizás por los avatares de la lucha ideológica y política, a veces por nuestra juventud (alrededor de treinta años la mayoría en el momento del golpe), a veces porque nos enfrentábamos con tareas inéditas para las no podíamos tener la experiencia humana y académica o profesional. Pero fueron solo errores, jamás violencia contra los adversarios de nuestros proyectos académicos, jamás crímenes, jamás censuras o atentados contra la libertad o la autonomía. Todo lo contrario. También había muchos que provenían de otros ámbitos, pero que vieron en la Universidad Católica de la Reforma, en la universidad de esos años, la esperanza y la posibilidad de la mejor realización de proyectos académicos vinculados a proyectos de sociedad como ocurre en todas las grandes universidades del mundo. El conjunto de nosotros se identificaba, aunque con posiciones diferentes, en el mundo de la izquierda intelectual y por eso fuimos sacrificados, aunque la suerte de muchos de nosotros fuera sin duda mejor que la que vivieron la mayoría de nuestros compatriotas afectados por la represión de la dictadura.

La intervención de nuestra universidad y la expulsión de ella significó no sólo la interrupción de nuestros proyectos profesionales y académicos, sino la destrucción de nuestros proyectos de vida, y, en algunos casos ya señalados, la destrucción de sus vidas. Porque hubo que reconfigurarse y reinventarse en un medio hostil en el que se era siempre sospechoso, precisamente por haber sido expulsado de la Universidad, lo que limitaba fuertemente las posibilidades de reinserción en otros ámbitos. Fuimos afortunados los que pudimos reconstruir un proyecto de vida ligado a lo que nos gustaba: la vida intelectual y académica, la investigación, la docencia, ejercida clandestinamente o más adelante abiertamente cuando las Universidades, excepto la Universidad Católica se abren en democracia. Otros tuvieron que salir del país, fueron encarcelados, tuvieron que abandonar los oficios que conocían o iniciar un largo proceso de reciclamiento. Mis felicitaciones a todos ellos por lo que mostraron a sus hijos e hijas y a todo Chile de coherencia, resiliencia y valentía.

Es el perdón por el daño causado a las personas y la búsqueda difícil de algún modo de reparación tardía la primera significación del acto de hoy y del Nunca Más del mensaje del Rector. Y los que estamos aquí aceptamos este significado del acto y estamos dispuestos a buscar en conjunto con él, acogiendo su invitación, todas las fórmulas simbólicas, materiales e institucionales que aseguren una efectiva integración a la comunidad universitaria.

Pero no se trató sólo de la expulsión injusta de personas sin derecho a defensa. Tampoco de la sola venganza o revancha de un sector de la universidad contra la Reforma. Por supuesto que hubo eso. Pero hubo mucho más. A partir de la expulsión de la gran mayoría de profesores de izquierda y de la neutralización de otros sectores académicos que quedaron en la Universidad, esta fue el lugar en que ciertos sectores, constituidos en el principal apoyo civil de la dictadura, fraguaron e implementaron el proyecto económico social y político de ella, sin ningún pluralismo o debate académico. Se apartaron de tal manera de lo que es una vocación académica, convirtiendo, nos guste o no a la Universidad Católica en la universidad oficial y privilegiada de la dictadura militar, que su máxima autoridad espiritual, el Gran Canciller Raul Silva Henriquez, una de los más grandes personalidades chilenas del último siglo, luego de cometer el error de legitimar el nombramiento del marino nombrado por la Junta como rector delegado, un tiempo después renuncia a su cargo de Gran Canciller para no ser cómplice del proyecto de universidad que se gestaba y ante el incumplimiento de la promesa de la autoridad impostora de no seguir con las depuraciones y de respetar la libertad académica. El mismo Cardenal ante el abandono de la misión universitaria de la Universidad Pontificia, creará la Academia de Humanismo Cristiano, en el que muchos fuimos acogidos, precisamente para reconstituir un espacio de libertad y pluralismo académicos. Junto a la Vicaría de la Solidaridad y la Parroquia Universitaria, un esfuerzo civilizatorio en el ámbito de los derechos humanos, pero también de la reflexión sobre la sociedad, que en escala muy diferente, equivale a la tarea de la Iglesia defendiendo libros de las invasiones bárbaras.

La Universidad Católica no solo fue cómplice pasivo permanente en la violación de los derechos humanos, también activo en muchos casos, sino que también contribuyó al proyecto socio-económico y político del régimen militar y fue su principal baluarte intelectual y académico.

Y este es el segundo significado del acto del Rector, lo que él ha querido mostrar a través de su discurso sobre la misión Universitaria. Porque a nuestro juicio esta reparación o gesto dirigido a lo personal sería insuficiente e incompleto, si no hay la voluntad de la Universidad Católica de volver a ser la Universidad pluralista, crítica, democrática en su gestión, reconocida por la sociedad en su carácter público. No negamos que se puedan haber hecho esfuerzos en esa materia, pero también hay que reconocer que la imagen pública de la Universidad, más allá de la calidad académica de muchos de sus componentes, sigue siendo la de una Universidad que no se abre a los grandes debates de nuestro tiempo sobre libertades, derechos y nuevas estructuras. Este acto significa que se busca avanzar en este camino, y aquí también habrá que buscar creativamente nuevas fórmulas. Por un lado, la revisión del pasado a que nos hemos referido y la revaloración del trabajo académico de las instituciones creadas por la reforma, a través de debates sobre lo que ocurrió, de seminarios, cursos y publicaciones en la diversidad. Pero, mirando hacia adelante, también la creación de nuevos centros de investigación y la incorporación de nuevas visiones críticas que generen debates intelectuales plurales que se proyecten a la sociedad, la transformación de estructuras que generen una auténtica democracia universitaria, en lo que hay un papel fundamental de los estudiantes y docentes, y abierta al país, y por qué no decirlo hoy para el mundo cristiano tratándose de una universidad Pontificia, la apertura a la inspiración del papa Francisco, tal como nuestra generación se abrió a la Iglesia del Concilio Vaticano II.

Quienes aquí estamos, quizás con visiones y razones distintas, aceptamos el gesto del Rector en esta doble dimensión o significado. Quizás seamos la mayoría de los profesores jornada completa o media jornada expulsados. Pero sabemos que hay un grupo menor de colegas y amigos también expulsados que no han aceptado este acto y declinado la invitación, con razones legítimas, ya sea porque su carácter tardío hace difícil que aparezca como sincero, ya porque oculta otras intenciones políticas, ya porque se ha posicionado como una institución conservadora del statu quo sin intención de cambio, ya porque ponen como condición de credibilidad del acto el que se restituyan previamente las condiciones de profesor que se tenía en el momento de la expulsión. Habrá quedado claro a lo largo de mi exposición que no hay ninguna diferencia con ellos en el diagnóstico de lo que ocurrió y de la trayectoria posterior de la Universidad. Sí lo hay en la valoración del gesto del Rector y de este acto. Mientras algunos no ven ningún cambio significativo, nosotros lo vemos como un acto reparatorio y simbólico, pero también como la declaración sincera del inicio de un proceso, en que buscaremos en conjunto realizar y profundizar la doble significación a que nos hemos referido. Y por eso espero muy fervientemente que quienes se han negado a participar de este acto, se vayan sumando a esta tarea en la medida que vean su materialización.

Señor Rector, aquí hay una apuesta mutua, Ud. se ha echado al hombro un fardo enorme: la doble tarea de restituir una verdad histórica y reparar sus daños y la de abrir con esa experiencia y esa verdad un camino hacia una Universidad pluralista, crítica, democrática, abierta al país y de servicio público. Para ambas tareas es necesario diseñar e implementar nuevas fórmulas que nos permitan reconocer en la universidad lo que nunca debió dejar de ser. Contamos con su nobleza, asumida esperamos por toda la comunidad universitaria para ello. Cuente Ud. con nosotros para realizarlas desde los espacios que juntos acordemos.

*Discurso de Manuel Antonio Garretón en la “Ceremonia de Reconocimiento a los Académicos Exonerados de la Universidad Católica”. Santiago, 23 de noviembre de 2015.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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