Los otros lugares del arte

Se formaron en las aulas de la Facultad de Artes, pero su quehacer profesional se fue alejando de los espacios tradicionalmente asociados a la creación artística. Con su trabajo están abriendo las posibilidades de desarrollo artístico y de paso haciéndose cargo de tópicos tan importantes como acceso o educación.

Se formaron en las aulas de la Facultad de Artes, pero su quehacer profesional se fue alejando de los espacios tradicionalmente asociados a la creación artística. Con su trabajo están abriendo las posibilidades de desarrollo artístico y de paso haciéndose cargo de tópicos tan importantes como acceso o educación.

Carola Cofré, licenciada en Artes Plásticas y oriunda de Colbún (región del Maule) siempre se interesó en distintos tipos de disciplinas artísticas. Sin embargo, no tuvo la suerte de poder estudiarlas sino hasta los 15 años, cuando su familia se trasladó a Santiago.

Cuando terminó sus estudios en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile supo de inmediato que quería volver a su origen, el sur, donde -afirma- está su centro. “Luego de estudiar arte decidí volver, porque pensé que podría enseñar a los niños y niñas de acá lo que yo sabía, pues cuando yo era niña tenía interés en el arte y nadie me enseñó”, recuerda.

Con el patrocinio de Unicef, el apoyo de organizaciones comunales, del Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR) y el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes (Fondart), en 2009 logró el financiamiento de unos de sus más queridos proyectos: la Escuela Rural de Artes y Oficios Ayekantún, que en mapudungún significa divertirse compartiendo. Los participantes, niños y niñas entre 12 y 18 años, recibían formación específica en dibujo, pintura y escultura, además de talleres en que se vinculaba arte y ecología, reciclando materiales y agregando otros que no dañan al medio ambiente.

“Hemos realizado talleres de escultura ecológica, eco grabado, serigrafía manual, entre otros. Además, realizamos formación para docentes a través de seminarios pensados para mejorar el ejercicio de los profesores de arte en la escuela, vinculando los contenidos de educación básica y media con elementos de la cultura local, como Arte Tridimensional en el Aula, El Crin como Material Didáctico y Visualidad Mapuche”, cuenta.

La escuela tuvo financiamiento hasta 2013, aunque, afirma, no es un proyecto cerrado: “Seguimos postulándolo a los distintos fondos concursables de la región y en cuanto tengamos financiamiento volveremos a funcionar. Lo que mantenemos es el Concurso Escolar de Cuentos Locales Ilustrados, mediante el cual invitamos a niños, niñas, jóvenes y profesores a acercarse al mundo de la literatura y la creación visual. El próximo año incorporaremos la categoría Apoderados”.

En La Escuela Rural de Artes y Oficios Ayekantún, que en mapudungún significa divertirse compartiendo, los participantes, niños y niñas y jóvenes, tienen entre 12 y 18 años.

En La Escuela Rural de Artes y Oficios Ayekantún, que en mapudungún significa divertirse compartiendo, los participantes, niños y niñas y jóvenes, tienen entre 12 y 18 años. Foto: Agrupación Cultural Ayekantún.

La comunidad de Colbún ha valorado mucho la iniciativa, sobre todo aquellos niños y niñas que hoy están en la universidad o trabajando.

La comunidad de Colbún ha valorado mucho la iniciativa, sobre todo aquellos niños y niñas que hoy están en la universidad o trabajando. Foto: Agrupación Cultural Ayekantún.

La comunidad de Colbún ha valorado mucho la iniciativa, sobre todo aquellos niños y niñas que hoy están en la universidad o trabajando, quienes “recuerdan la experiencia con mucho cariño, y colaboran también para que se vuelva a realizar”. Los padres, incluso, estuvieron fuertemente involucrados y colaboraban con la iniciativa activamente, cuenta la artista y agrega que lo que siente hacia ellos es “mucha gratitud, porque han confiado y valorado el trabajo de la escuela”.

Unas de las actividades que evidenciaba el vínculo entre la comunidad y Ayekantún eran las Fiestas de las Artes, donde convocaban a artistas de diversas disciplinas, visuales y escénicas, a presentar sus trabajos, realizar talleres abiertos a toda la comunidad e intercambiar experiencias. “Se realizaban por un fin de semana, sábado en Colbún y domingo en Panimávida y siempre tuvimos mucha asistencia y participación de la comunidad. Había diez o doce actividades funcionando al mismo tiempo por un día entero con artistas circenses, ilustradores, orfebres, artesanos, rincón de lectura y mucha alegría, amistad y música”, recuerda Carola.

Derribando mitos

No es una imposición, pero sí una tendencia mayoritaria. Cuesta encontrar bailarinas y bailarines que superen los 45 años y que estén activos como intérpretes. Acertada o equivocadamente, se suele asociar esta disciplina con ciertas condiciones físicas que estarían determinadas por la edad.

Sin proponérselo a priori, Sonia Uribe, bailarina egresada de la Facultad de Artes, revirtió esa tendencia con Generación del Ayer, compañía independiente que trabaja la creación artística en danza con intérpretes que en promedio alcanzan los 70 años.

Fue en 1995 cuando Sonia recibe la invitación de su amiga y ex compañera Rayén Mendez (Q.E.P.D) para presentarse en el marco de la celebración del Día del Adulto Mayor. Sonia acepta y se suman a la aventura también Carmen Aros, Olga Wischnjewsky y Gastón Baltra.

Decidieron crear a partir de sus propias historias, lo que concluyó en una propuesta en que se hablaba del amor, de los celos, del desarraigo y del miedo. El 1 de octubre de 1996 estrenaron El ayer es mañana en el Teatro Novedades, dando inicio a un trabajo que se ha mantenido continuo durante 20 años. “Fue muy bonito. Cuando terminó la función no sólo recibimos muchos aplausos, también las flores que les habían obsequiado a los asistentes al ingreso terminaron en el escenario”, recuerda con emoción Sonia.

La experiencia además fue muy especial para ella en términos personales, ya que fue la primera vez que sus hijos menores la vieron bailar. “Cuando me retiré en el año 81 ellos eran muy chicos, así que me felicitaron y se emocionaron mucho”. Sumaba 15 años fuera de los escenarios al momento de conformar la compañía.

Sonia Uribe, bailarina egresada de la Facultad de Artes es parte de la Generación del ayer, compañía independiente que trabaja la creación artística en danza con intérpretes mayores.

Sonia Uribe, bailarina egresada de la Facultad de Artes es parte de la Generación del ayer, compañía independiente que trabaja la creación artística en danza con intérpretes mayores. Foto: Valentina Miranda.

Actualmente, forman parte de la compañía Generación del Ayer Carmen Aros, Sonia Uribe, Mabel Diana y Nicolás Fuente, el único varón y bastante más joven que el resto de la compañía.

Actualmente, forman parte de la compañía Generación del Ayer Carmen Aros, Sonia Uribe, Mabel Diana y Nicolás Fuente, el único varón y bastante más joven que el resto de la compañía. Foto: Valentina Miranda.

Pero lejos de ser una anécdota circunstancial, Generación del Ayer decidió seguir trabajando. El próximo año celebrarán dos décadas y las cuentas son alegres: 25 coreografías estrenadas, cuatro Fondart, presencia en festivales internacionales y tres premios Altazor.

Sobre el tema de la edad en la danza es enfática: “Nosotras rompimos ese esquema hace rato”. Añade que “es lógico que no vas a hacer las mismas cosas que hacías cuando tenías veinte años, pero en la danza hay más que despliegue físico. Puedes ver muchos bailarines que tienen una técnica fabulosa, pero sus trabajos y sus coreografías no llegan. Pero el arte no es eso, por lo menos para mí” afirma.

Actualmente, forman parte de la compañía Carmen Aros, Sonia Uribe, Mabel Diana y Nicolás Fuente, el único varón y bastante más joven que el resto de la compañía. “Desgraciadamente los hombres no se atreven, son menos osados que las mujeres. Hemos tratado de conquistar a más compañeros hombres porque en determinados montajes se necesitan”. A la fecha, no han tenido mucha fortuna con esta búsqueda.

Integración y diversidad

No fue un camino que eligió, sino que la vida se confabuló para poner a Viviana Corvalán en el lugar que está hoy. Corría el año 2011 y la egresada de Artes Visuales de la Universidad de Chile trabajaba en el programa Acciona del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), el cual inserta artistas en establecimientos educacionales para que realicen talleres.

Sin embargo, durante ese año se produjo una gran movilización estudiantil que los dejó sin colegios donde trabajar. Viviana cuenta que en ese momento, el CNCA la invitó a ella, y a tres artistas más, a impartir un taller en la Escuela Santiago Apóstol, ubicada en la comuna de Santiago, que es exclusivamente para estudiantes sordos.

“A pesar de no tener experiencia en el trabajo con personas sordas, rápidamente con los artistas nos embalamos y vimos que los niños eran súper visuales y creativos, entonces el arte podía ayudar en esta emergencia comunicacional. Era muy exquisito artísticamente trabajar con ellos y también lo fue para nosotros porque aprendimos mucho”, relata Viviana.

En la escuela, la artista trabajó arduamente con los niños y niñas, ya que en un principio desconocía la lengua de señas, y su principal fuente de comunicación fue el dibujo. Sin embargo, con el pasar del tiempo, Viviana ya pudo establecer una metodología de trabajo artístico con los estudiantes, fomentando la expresión a través del cuerpo, espacio y tiempo, realizando performances artísticas y utilizando como soporte el video.

Una de estas intervenciones consistió en pararse durante el recreo en línea recta al medio de la cancha de fútbol, todos vestidos con un overol azul. Viviana explica que “hubo niños que se pusieron a pelear porque querían jugar o que hacían bullying, pero fue un acto de resistencia. Eso fue importante para ellos porque en ese espacio pudieron manifestar que no les gustaba que los molestaran o los discriminaran”.

“No es un trabajo de querer que sean artistas o generen técnica, es más bien un espacio de creación colectiva donde todo se puede hacer, donde nos respetamos, hay confianza y acuerdos. Pienso que, sin eso, en el arte no se puede establecer un espacio de creación”, afirma.

El CNCA invitó a Viviana Corvalán, y a tres artistas más, a impartir un taller en la Escuela Santiago Apóstol, que es exclusivamente para estudiantes sordos.

El CNCA invitó a Viviana Corvalán, y a tres artistas más, a impartir un taller en la Escuela Santiago Apóstol, que es exclusivamente para estudiantes sordos. Foto: Paula Pérez.

Francisco y Viviana construyen en 2012 el laboratorio de arte Lóbulo Temporal, que mezcla estos dos aspectos, enfocado a trabajar entre oyentes y sordos desde el arte.

Francisco y Viviana construyen en 2012 el laboratorio de arte Lóbulo Temporal, que mezcla estos dos aspectos, enfocado a trabajar entre oyentes y sordos desde el arte. Foto: Paula Pérez.

Luego, con la inquietud de profundizar en este trabajo desarrollado en la escuela, postularon a un Fondo de Arte en la Educación del CNCA e invitaron al documentalista Francisco Espinoza para que los ayudara a registrar la experiencia. “Cuando el video estuvo listo, vimos que había quedado dividido en dos: la parte de la voz en off y de las entrevistas no iba a ser entendida por la comunidad sorda, mientras que la parte con lengua de señas no iba a ser comprendida por los oyentes. No nos dimos cuenta, aunque fuese súper lógico, que habían dos comunidades que tenían que entender esto”, recuerda.

Viviana asegura que fue ese el momento de inflexión, de darse cuenta que estaban haciendo arte y educación artística en un contexto determinado, y que además existía una ignorancia en ellos y en la sociedad respecto al tema de la sordera. Así, Francisco y Viviana construyen en 2012 el laboratorio de arte Lóbulo Temporal que mezcla estos dos aspectos en un mismo proceso, enfocado a trabajar entre oyentes y sordos desde el arte.

Respecto al rumbo que ha tomado su vocación, Viviana indica que todo comenzó como algo circunstancial, pero pronto tomó conciencia de que todos somos distintos y que quería trabajar con ese otro desde la capacidad y no la discapacidad. “Esto me ha dado la oportunidad de conversar con los niños y niñas en torno a lo que están haciendo, qué quieren, por qué sienten lo que sienten, y el espacio artístico es un modo para cuestionarse el ser de cada uno”, agrega.

Actualmente, están trabajando en un documental titulado El último año, el que sigue el proceso de transición de alumnos de octavo básico de la Escuela Santiago Apóstol hacia enseñanza media en colegios de integración. El largometraje es una crítica a cómo se maneja la educación de las personas sordas en Chile, ya que, como expresa Viviana, “refleja el dolor de los niños, de las madres y padres al no existir un trabajo de continuidad ni una educación de calidad en su lengua, y son ellos los que se tienen que acomodar y luchar por integrarse en esta sociedad”.

*Artículo publicado en el número 22 de la revista Arte en la Chile.




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