Como en Chile las clases de religión se refieren solamente a la religión católica romana, es posible que pocos entiendan por estas latitudes eso de que el Papa Francisco se haya reunido con el patriarca ortodoxo ruso, y menos que esto haya sucedido en el aeropuerto de La Habana. La reunión entre las dos máximas figuras del catolicismo romano y ortodoxo ruso, que además están las de las Antioquia y de Grecia en la rama oriental, dicho sea de paso, se realiza en nuestro continente y con la intermediación de Raúl Castro. Demasiadas claves y conceptos para comprender en un país, como el nuestro, donde apenas se sabe de la existencia de los ortodoxos, como tampoco de otras vertientes cristianas, ni qué decir del islamismo, a pesar de la profusión de clases de religión en todos los establecimientos que se reputan de entregar una educación de calidad…
El hito que significa la reunión entre los máximos representantes del catolicismo después de más de 1 mil años del cisma de 1054 es una gran oportunidad para entender muy poco de cuestiones teológicas pero sí políticas. Porque lo que está en el trasfondo de la división de la Iglesia católica no es sino una pugna de poder que terminó dividiendo a la cristiandad en oriente y occidente. Cuestión que los creyentes de aquí como de allá han debido pagar muy caro: matando por ella, como los conquistadores españoles hicieron con los pueblos americanos a partir de 1492 o contra los moros antes, o muriendo por ella, como les sucede a los cristianos que hoy se encuentran en el campo minado que es Siria hoy.
La cita entre Cirilo y Francisco I implica un signo de esperanza, pero también encierra la vergüenza de ambas Iglesias que, profesando la misma religión, no hayan sido capaces durante más de mil años de hacer lo que exigen a sus feligreses, como es amar al prójimo como a sí mismo, para perdonarlo y construir el Reino de Dios acá en la Tierra. No aceptó Cirilo que la reunión fuera en Europa por ser un territorio cargado de historia y sangre derramada por guerras religiosas. Y para el Papa argentino nada mejor que su suelo natal, el americano, en un punto que definieron como marcado “por la tristeza de las despedidas y la alegría de los reencuentros”, que es Cuba.
El encuentro entre ambos ha quedado algo opacada por la visita del Papa Francisco a México. Un viaje cargado de expectativas en un país donde la muerte es el pan de cada día. Los ojos de la cristiandad están en los gestos y los simbolismos de este Pontífice que ha venido a desempolvar las rutinas papales revistiéndolas de auténtica sensibilidad por los problemas reales que aquejan a los hombres y mujeres de esta época. Por esto es que no tiene problema alguno en oficiar una misa en tres lenguas indígenas, como el tzotzil, tzeltal y chol en Chiapas, como tampoco hacerlo en la majestuosa catedral de Morelia, en el Estado de Michoacán, donde hace tres años civiles corajudos se levantaron en armas contra el cártel de Los Caballeros Templarios. La última estación de esta vía crucis mexicano después de pasar por la malhadada Ciudad Juárez es El Paso, en la frontera con Estados Unidos, donde Francisco una vez más demuestra la decisión de hacerse escuchar donde lo necesitan oír.
Estas citas y viajes son ampliamente registradas al punto que lo que señalaron los medios es que cuando se encontraron Cirilo y Francisco se habrían dicho “finalmente”, dando cuenta los más de mil años desde que no se producía una cita en la cumbre de ambas Iglesias. Pero se olvida señalar otros aspectos esenciales que ambas autoridades deben enfrentar con la mayor celeridad para no caer en lo que Jesús acusaba a los fariseos, como son las reformas profundas que deben emprender al interior de sus propios credos, si es que quieren ser coherentes con sus leyes. Así es como la complicidad de la Iglesia romana con la pederastia de algunos de sus miembros, que no son pocos, pero a los que sin embargo revisten de un estatus legal que les impide enfrentar la ley civil como a cualquier otro delincuente, es uno de los grandes pecados que mancillan sus mejores deseos de paz y amor. Pero sin duda, lo que más ofende a toda la cristiandad es el trato que le brindan a las mujeres en su seno. Siguiendo con el modus operandi del mundo laboral civil, a las mujeres dentro del Vaticano se les paga menos que a los hombres a igualdad de funciones. Una cuestión que pudiera parecer casi banal. Sin embargo, el tratamiento que se les da a las monjas y religiosas constituye una de las mayores aberraciones de ambas iglesias que se jactan de estar preocupados de la dignidad humana. Las mujeres católicas, tanto de la Iglesia romana como ortodoxa, siguen bajo la tutela masculina sin tener la autonomía de la que gozan los sacerdotes, ni la posibilidad de ascender en la curia ni la de dar los sacramentos a los que solo ellos pueden acceder.
Esperamos que Francisco y Cirilo se reúnan de nuevo, esta vez para analizar el trato injusto que le dan a las mujeres, que es la mitad de toda la cristiandad a la que han ignorado groseramente, mucho más que mil años. Es hora de terminar con los eufemismos y empezar a trabajar por un mundo más justo partiendo por lo mínimo.