Resulta algo paralizante caer en la cuenta de que desde el momento en que estas palabras hayan sido publicadas en la web, el nombre del fundador de Wikileaks ya tiene una conexión con el mío en la red, como también con quienes estén leyendo. A los “ojos vigilantes” del sistema de espionaje universal montado por Estados Unidos y sus aliados no se les escapa nada, mejor si se hace a través de Facebook o de Google. La Agencia de Seguridad Nacional de ese país “simplemente clava sus colmillos en estas organizaciones de Silicon Valley y chupa toda la información”, como lo ha descrito Julian Assange, en una de las escasas entrevistas que ha concedido desde su confinamiento de más de cinco años, al diario El País, uno de los tabloides que fue parte del Cablegate, en el año 2010. Fue entonces cuando el nombre de Julian Assange y Wikileaks se hicieron mundialmente conocidos según el peso ideológico que le concedía la fuente desde donde se publicaba o replicaba la información, luego de haber desclasificado cientos de miles, que ahora ascienden a millones, de documentos secretos. Desde entonces, han sucedido demasiadas cosas en su vida, como que pasó de paladín de la libertad de expresión a acusado de acoso sexual y violación, y desde hace pocas semanas, como un detenido de manera arbitraria, según lo dictaminara el Grupo de Trabajo de Detenciones Arbitrarias de la ONU.
Julian Assange es uno de los personajes más determinantes e influyentes de los últimos años, cuyo coraje raya en la temeridad. Es el tipo que nos remeció, que nos despertó del sopor virtual en el que estábamos sumidos y cambió de manera definitiva la concepción sobre el secretismo de la información en el que estábamos ahogados. Y si su nombre aun es apenas conocido o solo relacionado con las acusaciones de corte sexual, es porque los grandes medios digitados por los intereses de Estados Unidos han hecho bien su trabajo, desinformando y ocultando lo que verdaderamente simboliza.
En el año 2010, fueron 250 mil cables diplomáticos que publicaron The New York Times, Der Spiegel, Le Monde, The Guardian y El País. A partir de entonces, no ha cesado de desclasificar información sensible para las agencias de seguridad de las grandes potencias. Solo el 2015, “filtró 475 mil 413 documentos de la productora Sony; publicó los correos electrónicos personales del director de la CIA, John Brennan; reveló nuevos datos sobre el espionaje de EE. UU. a sus aliados, como caso del Elíseo; escuchas a los ministros de Merkel; publicó actas de las negociaciones de los acuerdos de libre comercio de la Asociación Transpacífica (TPP) y difundió cables secretos del Ministerio de Exteriores saudí”, publicaba el diario español en noviembre del año pasado.
Los pocos que entienden la tarea que sigue haciendo Wikileaks son personas comunes, pero nada de corrientes como para hacerse parte de lo que significa la titánica lucha ideológica e informática que se vive al interior de esta revolucionaria iniciativa. Aportan recursos monetarios, pero sobre todo, mucha información que permite a esta plataforma continuar con la desclasificación de más material a nivel global.
Julian Assange tiene 44 años y desde lo 39 está detenido debido a las consecuencias de lo que él llama su proyecto de educación masiva. Se han hecho películas sobre su vida y Wikileaks, como también se han publicado varios libros, entre los que se cuentan hace poco El mundo según el imperio de EEUU, con análisis de académicos y periodistas sobre las claves geopolíticas que han entregado las continuas revelaciones de material desde su plataforma.
Resulta muy paradójico que, como señala Javier Moreno de El País, en España a diferencia de otros países europeos, donde las filtraciones de Wikileaks han implicado renuncias o despedidos y una sociedad indignada con los acusados hasta confinarlos al ostracismo mediático, en el país hispano la situación es diferente. Para graficarla, toma una cita que a su vez, retrata la realidad italiana, de una crítica realizada al último libro del recientemente fallecido escritor italiano Umberto Eco escrita por Tom Rachman en The New York Times, que dice: “En los países más estables, los escándalos llevan a la caída en desgracia, al arrepentimiento (sincero o no) y a dimisiones. En Italia, es en los escándalos donde la historia se bifurca, con líneas paralelas de explicación que nunca se encuentran, culpas en disputa, sin final estrepitoso y, como consecuencia, con escasa regeneración”… una situación que me recuerda demasiado a mi país y donde las palabras de Julian Assange parecieran ser diluidas por las marejadas veraniegas: “El secretismo institucional corrompe. A los incompetentes también les encanta el secretismo”.
Julian Assange aún se encuentra detenido arbitrariamente en la Embajada de Ecuador en Londres a la espera de que el gobierno británico y el sueco consideren el dictamen del Grupo especializado en el tema de la ONU, pero Wikileaks no se detiene. Julian Assange a pesar de todo esto es un hombre invisible para nuestra sociedad.