El bufón, en la corte de los reyes desempeñaba una función fundamental –muchas veces más importante que la de cocinero o la de peluquero de la reina– pues era el único personaje autorizado para burlarse de los monarcas y de los cortesanos.
El poder siempre ha sido demasiado brutal y coercitivo para que sea aceptado fácilmente para quienes lo padecen, de ahí que sin el bufón, la ironía y humor, el dominio de los poderosos sería insoportable –es más fácil matar al cocinero (en el caso de Luis XIV), o al peluquero (en la época de María Antonieta diseñaba peinados tan altos que, ni siquiera la reina podía caminar con él). Al bufón se le podía perseguir, pero nunca matar, pues la burla al poder y a quienes lo detentaban era imprescindible para mantener activas las riendas sobre los ciudadanos.
El humor y la ironía, en todas las épocas ha jugado un papel fundamental, no para destruir las instituciones –lo dice muy siúticamente el diario “El Mercurio”– sino por el contrario, al burlarse de los poderosos y traerlos de su cielo a la tierra mostrando sus miserias, se han convertido en canalizadores de opinión y, de esta manera, evitando soluciones drásticas y radicales como las del monje Girolamo Savonarola, quien para terminar con la depravación de los Médici y la iglesia, no se le ocurrió nada menos que instalar una hoguera purificadora permanente, en la Plaza de la Signoria.
Fue tan destructiva la dictadura moralista de este clérigo que logró entusiasmar al pintor Sandro Boticelli, quien se convirtió en uno de sus adeptos más fanáticos dejando los motivos clásicos para centrarse en vírgenes y temas sagrados, cada vez más insulsos. La característica principal del personaje autoritario es su mal humor y desprecio a sus semejantes.
El humor, a veces, puede tener un enorme poder para avivar el odio de las masas contra los poderosos –recordemos las miles caricaturas pornográficas dedicadas a la reina María Antonieta– en otras ocasiones, constituye una burla fina e irónica a un grupo de poder oligárquico –puede verse en las caricaturas de Juan Rafael Allende durante el período del Presidente de Balmaceda.
¡Cómo se habría alarmado El Mercurio si hubiera existido durante la época de la independencia en que se caricaturizaba, sin ningún respeto a los llamados “padres de las patria”! –O´Higgins, San Martín, y tantos otros.
El hecho de que los gobernantes y demás políticos hayan sido objeto de burlas e ironías permitió, en la fenecida república, que se les tratara con cercanía y, sobre todo, como seres humanos. Hubo algunos Presidentes –Arturo Alessandri entre ellos– que no soportaron el humor de la revista Topaze y decidieron clausurar su circulación y decomisar todos los números y, más grave aún, aplicar la ley de seguridad interior del Estado a su director, Jorge Délano.
Es apenas lógico que una casta política, cada vez más lejana de la vida del ciudadano común se sienta minusvalorada cuando el humor penetra en las características más ridículas de su vida social. Uno de mis tíos, Mario Rivas González, se dedicó a reírse de la sociedad y, sobre todo, de las señoras siúticas y también de los políticos, lo cual le significó pagar con creces por cada una de sus columnas irónicas e irreverentes, en la sección donde va Vicente, en el otrora diario Las Noticias Gráficas, perdiendo su trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, también por reírse del ministro y demás diplomáticos; más tarde se ganó una golpiza por mofarse de un pije, un tanto asuiticado.
Si bien el humor tiene sus consecuencias para quienes lo ejercen, bien como profesión o como pasatiempo, no es anodina la denuncia de la injusticia de la hegemonía de una casta política, cada vez más ridícula y lejana de los ciudadanos.
En conclusión, los bufones y los humoristas son benefactores de la sociedad al lograr una sana y purificadora risa ante la estulticia de los poderosos. ¡A la hoguera moralista el profeta desarmado! Así llamaba Maquiavelo al monje Savonarola.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)