El desafío planteado por el curador general de la Bienal de Venecia 2016 de presentar vías de “cómo la arquitectura se transforma en un atajo para llegar a la igualdad”, no puede sino despertar esperanzas y los mejores deseos de éxito en la desafiante empresa que debe echar a andar a partir del 28 de mayo y hasta fines de noviembre próximos. Alejandro Aravena es el más premiado arquitecto en la historia de nuestro país y uno de los más destacados a nivel mundial, como lo certifica el Premio Pritzker que recibiera el año pasado, y desde ese lugar, viene a enseñarnos cómo una disciplina que muchos entienden solo como la mera proyección de casas y edificios, puede estar al servicio del ser humano, al punto de dignificarlo y a enmendar en parte, las desastrosas consecuencias de la temeraria e insensible economía.
No puede dejar de sorprender que Alejandro Aravena en su calidad de curador general de la mayor cita de la arquitectura mundial haya incluido a Chile en el recorrido de la presentación de su propuesta para la versión que se le encargó hace menos de un año. Como tampoco el que esta presentación se haya desarrollado en el Palacio presidencial frente a la máxima autoridad de nuestro país. Aravena no es un político de profesión, pero el trabajo que ha realizado junto a su oficina Elemental, expresa uno de los más contundentes y revolucionarios discursos que se hayan pronunciado en La Moneda en el último tiempo, a partir de lo que él más sabe, como es la arquitectura. Una situación que recuerda al personaje del libro Desde el jardín de Jerzy Kosinski, el señor Gardiner, quien a partir de lo único que sabía, de plantas y flores, daba respuestas que podían ser interpretadas con un sentido que rebasaba al mundo vegetal. Aravena no es nuestro señor Gardiner, porque el personaje es finalmente una ironía a la falta de sentido común y de sensibilidad a la hora de buscar soluciones para una mejor vida. Pero sí lo refleja en la sencillez y honestidad con que es capaz de expresar su pensamiento frente el poder. Su discurso está empapado en los valores humanistas más esenciales, como la equidad y la dignidad humana, sumado a la sustentabilidad que implica el compromiso con el planeta, conceptos que deben haber remecido los cimientos de un palacio presidencial infestado de discursos vacíos.
No es casualidad que solo un día después de que la presidenta Bachelet haya recibido a los ganadores del Premio Oscar por su trabajo Historia de un oso, que cuenta en clave animada la herida del exilio que aun supura en nuestra alma nacional, llegue otro outsider, como es Aravena, a poner el dedo en esa y otras llagas. Ninguno de ellos, ni Gabriel Osorio ni Aravena, sin embargo, lo hacen con la soberbia que acostumbran quienes dicen tener una vocación de servicio público y en cambio, están ocupados de defenderse en los tribunales por acusaciones de probidad. Es que Osorio y Aravena están fuera de la caja política y son quienes reflejan esa esperanza por un Chile más justo y solidario.
¡Cómo no va a ser revolucionario invitar a los mejores profesionales de 62 países a exhibir casos ejemplares en los arribaron a soluciones arquitectónicas creativas, eficientes y con recursos escasos! ¡Cómo no va a ser revolucionario señalar que “las verdaderas batallas son por la equidad, la sustentabilidad, teniendo en cuenta a las comunidades, la periferia y los inmigrantes”! ¡Cómo no va a ser revolucionario proponerle al selecto mundo de la arquitectura que se da cita nada menos que en Venecia, convertirse en “una cruzada contra la indiferencia, el conformismo y la falta de interés por esos temas que nos competen a todos”!
El de Aravena es un discurso político por donde se lo mire, cuando habla de equidad en uno de los países que exhibe una de las mayores disparidades entre ricos y pobres; de sustentabilidad, donde la matriz económica es la minería y nos está dejando sin agua a la vez que contamina las afluentes más esenciales; de comunidades, a quienes se empeñan en no aceptar que en Chile habita más de una nación; de periferia, donde los nacionales prefieren cerrar los ojos al pisar suelo chileno cuando llegan desde el extranjero y solo los abren cuando emergen en la confortable zona oriente de la capital, después de haber recorrido en auto por túneles subterráneos y carreteras de alta velocidad que ocultan el callamperío y hacinamiento de tantos chilenos… y de inmigrantes, cuando son millares los que llegan cada vez más a nuestra nación con el sueño de una vida mejor que la que les brindan sus economías y estados fallidos.
Pero tampoco Aravena es un iluso, cuando confiesa que es difícil influir directamente en las autoridades políticas…¿quién puede hacerlo?, es la gran pregunta que todos se hacen hoy, cuando hasta las rutinas humorísticas les gritan que se vayan y nos dejen construir el país que merecemos.
Ese proceso de reflexión, político y técnico, al que nos convoca este arquitecto, debemos hacerlo nosotros solitos, como ciudadanos responsables y conscientes y dejarnos de esta chiquillada de seguir esperando a que las grandes alamedas las abran los que alguna vez soñaron con un hombre libre.