Los comentarios más lúcidos que he escuchado sobre esta nueva estafa piramidal que ha afectado a unas cinco mil personas es la facilidad con que tantos se dejan tentar por una inversión que puede producirles tan absurdas utilidades. Esto es, dividendos de un 10 por ciento mensual a los incautos que le confiaron sus ahorros a una empresa que obviamente, como se ha demostrado, se proponía defraudarlos. Es difícil encontrar en cualquier lugar de la tierra una inversión que pueda ser duplicada tan solo en un año, pero aquí ya vemos que nuevamente fue posible una estafa de esta naturaleza, si consideramos que ya teníamos el antecedente de La Cutufa, aquel “emprendimiento” que tentó bajo la Dictadura a tantos militares y civiles. Un negociado concebido, por lo demás, por algunos siniestros uniformados vinculados a los aparatos represivos de régimen de facto.
A alguien escuché que esto se hace posible en Chile gracias a la ignorancia o a la desinformación de mucha gente respecto de cómo operan los negocios, de las prevenciones que se deben adoptar antes de entregarle sus recursos a cualquiera, como estar al tanto de aquella institucionalidad que existe en nuestro país en materia de superintendencias y otros organismos fiscales que debieran velar por la corrección de todas estas operaciones. En efecto, nuestro sistema educacional no le entrega a nuestros estudiantes los conocimientos mínimos que deben tener al respecto, cuando la economía cumple un papel tan decisivo en todas nuestras decisiones. Difícilmente un egresado de la enseñanza media sabe cómo extender un cheque, cómo operar con las tarjetas de crédito y, mucho menos, saber distinguir en el “mercado” a los operadores confiables y a los inescrupulosos.
Por otro lado, la codicia y el afán de enriquecerse en poco tiempo parece ser una de las grandes aspiraciones del común de los chilenos a la luz, claro, del pésimo ejemplo de aquellos empresarios o comerciantes transformados en multimillonarios en tan poco tiempo, personas comunes y corrientes (insolventes, incluso) que hoy amasan grandes fortunas gracias a la especulación, los favores del poder, el soborno a las autoridades y la burla sistemática de las normativas de nuestro pretendido estado de derecho. A que tengamos como referentes la impunidad que favorece a los Ponce Lerou, a los Paulmann, a los mandamases de Penta y hasta a los dirigentes deportivos convertidos en ricachones, como a otros que tenían tan poco o nada, o “andaban con una mano por delante y otra por detrás”, como se dice, y que, con un par de “movidas”, se instalaron en poco tiempo en las listas de multimillonarios de Forbes y llegaron a poner sus asentaderas en el sillón de O´Higgins.
Cuando ya no es el trabajo el que se considera el motor del crecimiento y del progreso, en un gran bien y objetivo social; cuando lo que impera es el pillaje, la posibilidad de hacerse rico burlando el salario justo de sus trabajadores, sus derechos laborales, así como las obligaciones fiscales.
La cantidad de escándalos que hoy se ventilan en la Justicia es el mejor indicio de la corrupción de nuestros valores y del estado de inseguridad en que ahora vivimos, debido a la voracidad alimentada como ideal y que lleva a tantos jóvenes a delinquir tal como lo hacen los chilenos de cuello y corbata. Cuando se imponen los antivalores que han llevado a los políticos a “servirse del poder” y de las instituciones del Estado. Cuando hasta en las propias universidades ya no tenemos facultades de economía sino de “negocios”; cuando el periodismo rinde sus contenidos a los intereses de los poderosos sostenedores de los medios de comunicación, y hasta los referentes religiosos incurren en los repugnantes delitos por todos conocidos.
En este cuadro es que lamentamos lo que le ha ocurrido a esas cinco mil personas defraudadas por este nuevo ensueño piramidal, que confiaron en enriquecerse mediante la especulación y abrigaron la idea de dejar de trabajar y, por supuesto, liberarse de un salario injusto, sin perspectiva alguna de cumplir el sueño de la casa propia, educar bien a sus hijos, enfrentar alguna grave enfermedad y condenados, además, a jubilarse con una pensión paupérrima. Entendemos, plenamente, lo que les pasó a estos atribulados compatriotas, acicateados por el influjo del dinero fácil y la ineptitud de nuestras autoridades, policías y otras que siempre debieran estar atentas a estos “negocios” que pululan sin control y supervisión, engañando a tanta gente.
Me impresiona, por lo mismo, la voz de algunos abogados (destacados penalistas, incluso) que aseguran que este trio de especuladores ya formalizados a lo más van a sufrir la detención preventiva, que no van a llegar a ser condenados ejemplarmente; así como un fiscal se lamenta de lo difícil que podrá resultar recuperar los dineros mal habidos y devolvérselos a las víctimas… Amparados, por cierto, por las propias leyes de la República que favorecen la especulación financiera y han eximido de penas aflictivas a los que se coluden para estafar a los consumidores. Seguros de discurrir y apelar a todas las atenuantes que las leyes contemplan para exculpar o condenar a penas ridículas a este tipo de delincuentes… Delincuentes “que ya la hicieron” y que en cosa de unos pocos meses o años podrán disfrutar de sus recursos a buen resguardo en el extranjero, por más que se les incauten sus autos de lujo y algunas propiedades en Chile.
Todo dentro de un país que en poco tiempo se olvida de quienes se han enriquecido fraudulentamente y que muy luego llegan a las cúpulas de la Sofofa, de la Sociedad de Fomento Fabril y hasta se dan el lujo de promover fundaciones y universidades (muy lucrativas, también) para lavar su pasado. Quienes de simples rateros, pasar a ser considerados emprendedores y hasta intelectuales. Cuando nuestra propia historia le rinde tributos y levanta estatuas a asesinos tan acreditados como un Arturo Alessandri Palma, así como en los regimientos se sigue venerando a Pinochet, a Toribio Merino y otros tenebrosos personajes. Mientras la posdemocracia, por lo demás, mantiene en el entrañamiento y en las cárceles a quienes debieran estar reconocidos como héroes. Cuando el propio embajador de la UDI en Buenos Aires, el socialista Viera Gallo, pareciera no tener más propósito en su misión diplomática que extraditar a Chile a uno de los presuntos ejecutores de Jaime Guzmán Errázuriz , el mayor instigador civil del Golpe Militar de 1973 y del horror que siguió al bombardeo de nuestra sede gubernamental. Cuando en La Araucanía se persigue a los que quieren recuperar sus tierras expropiadas fraudulentamente por algunos empresarios y monopolios forestales al abrigo de los gobiernos de turno. Maleantes que poco a poco van asentándose como víctimas, cuyos victimarios serían los modestos comuneros, criminalizados en cinco siglos de exclusión y despojo.
Cuando los Mahmud Aleuy, en La Moneda, y los voceros de las papeleras en el Congreso Nacional amenazan aplicar todo el “peso de la Ley” a la heroica resistencia de los mapuches, mientras interlocutan y condescienden con los cuatreros de la zona, con aquellos consabidos “corredores de cercos”, que en 1973 salieron con los militares a darle cacería a los líderes sindicales, a los campesinos y a quienes se opusieran a reconocer las propiedades y los privilegios que les entregó la Dictadura.
En un país de valores intrínsecamente perversos, cómo extrañarse, entonces, del fraude que ahora afecta a cinco mil incautos, cuando poco nada se hace para castigar todavía a los millones de defraudados por las papeleras, los supermercados, las farmacias. Cuando los políticos sobornados siguen en plenas funciones, y hasta continúan escribiendo columnas en algunos medios de comunicación. Cuando ahora hasta la máxima autoridad decreta que solo debe condenarse la “ilegalidad” y no la inmoralidad… Cuando la demandada reforma laboral, ya se ve, empieza a modificarse antes de ser despachada por el Congreso, gracias al intenso lobby de los grupos patronales que, hasta hace dos meses, parecían arrinconados por sus escándalos, y ya se ve que vuelven a alzar sus voces como a legislar a través de sus parlamentarios más abyectos. Cuando ya se les han suprimido las medidas cautelares a los más severos delincuentes económicos y que con bombos y platillos les aplicara la mal llamada justicia. En un país en que el propio Fiscal Nacional desacredita a sus fiscales subalternos y ya promete ese gran “borrón y cuenta nueva”, tan propio de nuestra historia y de sus más bochornosos capítulos. Impunidad que favorecerá tarde o temprano, téngalo por seguro, a estos tres forajidos que el tiempo incluso podría llegar a reconocer como “emprendedores” e integrar a las más renombradas familias del país.