Alguien se tendrá que preocupar de redefinir la Política. La definición clásica de Platón, que sostenía que los principios de ética y política debían ser los mismos para lograr la felicidad de todos, pareciera haber sido olvidada. Incluso sostener que la política es el arte de hacer posible la vida en sociedad, está en cuestión. Porque pensar que tales contenidos han pasado de moda, sería faltarnos el respeto. Pero lo que estamos viendo da para muchas hipótesis. Todas hablan mal de quienes practican esta función y también pone en entredicho a aquellos que forman el pueblo, que es el depositario del poder, y los designa.
El mundo entero parece ser el escenario de esta tragedia. Y América Latina hace aportes destacados. En Haití, la segunda vuelta de la elección presidencial se suspendió por tercera vez. Ahora por plazo indefinido. Diversos analistas coinciden en que, además de las precarias condiciones democráticas del país, las autoridades transitorias no desean entregar el poder. Responsabilizan especialmente al presidente interino Jacelerme Privert.
Brasil nos aporta otro botón. La presidenta Dilma Rousseff enfrenta el proceso de impeachment que puede terminar sacándola del cargo. Todo un trámite apegado a la institucionalidad del país. Pero el ejercicio político de tales instituciones es lo que muestra claramente que el fin no es fortalecer el andamiaje democrático de Brasil, ni lograr la felicidad de todos, sino cimentar posiciones de poder. Es imposible explicar de otro modo que hasta días antes de que se iniciara el juicio contra la presidenta, sus partidos aliados aún ocuparan cargos en el gobierno. O que en el momento de votar el impeachment, el diputado Luiz Heinze, del Partido Progresista (PP), fundamentara su voto con las siguientes palabras: “Para combatir el proyecto de poder y corrupción de Lula y el Partido de los Trabajadores, voto sí por el impeachment”. Hasta la semana anterior el PP formaba parte de los aliados del gobierno de Rousseff. Es la misma colectividad en que milita el vicepresidente de la República, Michel Temer, quien no oculta su satisfacción por reemplazar a Dilma.
Para analistas independientes, como Claudio Goncalves Couto, lo ocurrido con la presidenta Rousseff es un pretexto, porque la acusación es ilegítima. Se le atribuye haber hecho mal uso de fondos fiscales. Y todo esto acompañado de una costosa campaña de desprestigio que pretendía denunciar la corrupción del gobierno actual y de las dos administraciones del presidente Lula de Silva. Es evidente que lo que se pretende es arrebatar el poder al Partido de los Trabajadores, que si Dilma cumpliera su período, ya completaría cuatro administraciones consecutivas.
Es evidente que pueden esgrimirse otras razones para querer tener fuera del gobierno a la presidenta. Entre ellas, un manejo económico desastroso y una rigidez política insuperable. Pero, finalmente, tales razones debía evaluarlas el electorado y no instituciones que superan limpiamente las barreras éticas para imponer los intereses de sus integrantes. El principal impulsor de la destitución de Dilma es el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, que está vinculado al escándalo de Petrobras y se le encontraron cuentas personales en Suiza.
Si la mirada se amplía a otras naciones del continente, el resultado será más o menos similar, aunque no con tanto dramatismo. Es evidente que la aplicación bastardeada de la política se experimenta globalmente. Es una realidad tal como lo es el sistema neoliberal. Y tal vez esté vinculada a la visión de la vida que entrega ese sistema. Si la finalidad de la existencia es el éxito y éste reemplaza a la felicidad, el objetivo central es acumular dinero y riquezas a como dé lugar. En definitiva, “el fin justifica los medios”…y sálvense quien pueda.
Las explicaciones que vienen luego acerca de quién es culpable de qué, es casi un juego de artificio. La verdad es que la política es manipulada por todos para sacar provecho individual o partidista. Si los caminos que se siguen están reñidos con la ética y la justicia, poco importa. Finalmente, los únicos perjudicados son los que siendo depositarios del poder no lo disfrutan. Y ellos son la mayoría.
En este ambiente, en que todo está en entredicho y la desconfianza es la respuesta de la mayoría, quienes mantienen aún el poder hacen lo posible por acrecentarlo. Una demostración de ello es lo que ocurre entre nosotros. Con una celeridad legislativa impresionante se estructura una disposición legal que impida que la ciudadanía sepa lo que ocurre en bambalinas. Se gesta una nueva Ley Mordaza y, curiosamente, son pocas las voces progresistas que se levantan para condenarla.
Finalmente, la ciudadanía deberá resolver si espera que las soluciones vengan desde el poder o si toma conciencia que es ella quien lo delega. Mientras tanto, seguiremos siendo testigos de que Nicolás Maquiavello tenía razón al decir que si alguien quiere crear las leyes de un Estado “debe comenzar por asumir que todos los hombres son perversos y que están preparados para mostrar su naturaleza, siempre y cuando encuentren la ocasión para ello”.