Casi un año antes de morir, mi madre publicó este libro tejido a dos manos, junto a su entrañable amiga, la Chica Ana María Jiménez. Casi un año antes de morir de una enfermedad fatal que en corto plazo destruyó su cerebro. Antes de perder la memoria, título inventado por ella, es ahora la manifestación de un presagio. Antes de perder la memoria tiene también un carácter urgente, pues en la reconstrucción del pasado habitan los aprendizajes del futuro.
Entre la novela y el género epistolar, y desde una sensibilidad muy particular, este texto nos invita a conectarnos con la historia social a partir de la experiencia subjetiva de estas compañeras de viaje. Reconstruir la historia es reconstruir un pasado colectivo. Recordar es en este caso fiel al sentido de su etimología: volver a pasar por el corazón.
Sin duda este libro entrega más de una enseñanza, muy en especial para las nuevas generaciones, ya que genera una empatía que supera las diferencias de edad. Sumamente crítico y sincero, estas mujeres rinden un testimonio entrelazado por su amistad, una historia tejida en la línea del tiempo, tal como las palabras, tal como la misma memoria.
Pienso en este libro y viene a mi mente la imagen de una herida de la cual brota pura experiencia pura y vital, como un manantial. Una herida que sangra profusamente, que corre y limpia, sangre que representa vida y muerte, ambas unidas en una danza trascendente. En medio del mundanal ruido, los actos de amor, de arrojo, de compromiso, de dolor incluso, de alguna manera nos conectan con el aspecto sagrado de nuestra existencia. En las condiciones más adversas la vida también germina, así podemos observarlo en nuestro desierto florido. Este libro, y la vida de estas mujeres, es otro desierto florido.
Esta es una historia dolorosa, pero plena de amor también. Es compromiso, es arrojo en medio del miedo. La letra con sangre entra, pero no por eso la risa desaparece:
“soltaron un chanchito vestido de general con banda presidencial, en un lugar lleno de gente. Imagínate las tallas y el festejo hilarante. Los pacos corriendo detrás de un cerdito que estaba haciendo desorden público y cantidades de personas riéndose. Una de las cualidades que más admiro de muchos chilenos es esa capacidad de hacer un chiste en medio de la realidad más siniestra. Ojalá nunca perdamos la risa”.
Recoger este legado y compartirlo es una es una manera de hacer memoria, y construir memorias comunitarias es el camino al respeto integral de los derechos humanos.