En mayo de 1911, en la localidad mexicana de La Laguna – estado de Durango –, una turba asesinó a trecientos tres inmigrantes chinos cantoneses, perpetrando la masacre más grande de orientales de la historia de América Latina. La tradición oral aseguraba que Pancho Villa ordenó matarlos. Pero cuando el escritor Julián Herbert (Acapulco, 1971) hurgó en aquella historia, encontró una lista inverosímil de hechos, leyendas y datos manipulados. Entonces investigó y supo que aquellas muertes fueron producto de la xenofobia, la envidia económica y la negligencia del poder.
En La casa del dolor ajeno, Julián Herbert recrea en 270 páginas estos trágicos hechos a través de un poderoso relato en el que despliega todos sus recursos literarios: poesía, novela histórica, investigación periodística, recopilación de testimonios (tanto de historiadores como de la población) para reconstruir a través del lenguaje, la tradición oral y los hechos históricos, un triste episodio que parecía haber quedado en el olvido en la memoria colectiva de México. Una obra maciza que retoma con acertada precisión la herencia de Operación Masacre (1957), del periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh.
En esta ambiciosa crónica, Julián Herbert corre el velo de los mitos y leyendas de su tierra, pero también de sus heridas: la masacre que quiso borrase de la historia oficial, pues no existió un registro policial fidedigno de los muertos ni un reconocimiento público del tema y la prensa ignoró la noticia algunas semanas. Esto hizo que los relatos del sangriento episodio fueran obra del imaginario popular, por lo que el autor se sumergió en el Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores para lograr los datos precisos del crimen. Según los registros, en 1911 Torreón sólo tenía cuatro años como ciudad, la cual fue erigida casi totalmente por migrantes. “Pero de pronto, un grupo de éstos se unió para exterminar a otro”, asegura Herbert.
Así, el libro describe con destreza un capítulo traumático en la siempre sangrienta historia de ese país, una realidad que dialoga con el presente y le permite a su autor propinar algunas estocadas sobre el estado actual en temas como la migración, la injusticia, el racismo y la envidia, el odio y el miedo, para demostrar que todos los muertos forman un mismo río de sangre, como describiera su compatriota, el poeta Eduardo Lizalde.
De esta forma, La casa del dolor ajeno tiende un puente con el México de hoy. Herbert busca entender el porqué de ese asesinato masivo hace más de 100 años atrás, a la vez que va poniendo preguntas sobre la mesa: ¿por qué en México persiste la violencia contra los migrantes centroamericanos? O, ¿por qué es tan profunda la violencia en el país e incontrolable por el Estado? O, ¿por qué hay una manipulación del sistema jurídico desde el poder para esconder lo ocurrido en Ayotzinapa, como ocurrió hace más de 100 años con los chinos? Al igual que entonces, afirma Herbert, detrás de la matanza opera la actitud indolente del Estado. Como bien dice el ensayista mexicano Carlos Monsiváis: las historias nacionales en Latinoamérica muestran un movimiento ritual de falsos comienzos y finales, y los pueblos subdesarrollados van repitiendo sus ciclos al margen de la historia.
La variedad de fuentes que despliega Herbert sorprende: desde fragmentos de la historia de China para entender su migración hacia México, a pintorescos episodios de la vida en La Laguna y su historia revolucionaría (mitad popular, mitad aristocrática). Todo esto acompañado de anécdotas de taxistas que explican lo sucedido ante la pregunta recurrente de Herbert: “¿Usted sabe quién mató a los chinos?”. Entre las respuestas hay explicaciones tan disímiles como: “fueron los Zetas, esos matan a todo mundo”. O: “Claro, fue mi generalísimo Pancho Villa quien los mató porque tenían todo el dinero y no daban nada”. El sangriento hecho es narrado sin eufemismos, así presenciamos el momento en el que los chinos “fueron baleados en la frente, desmembrados y matados públicamente en la plaza principal de Torreón. Estaban desarmados, indefensos, los descuartizaron atando sus extremidades a distintos caballos y saliendo a galope en direcciones opuestas, los mutilaron”.
Herbert desenmascara los mitos históricos, empezando por el de Pancho Villa, quien no pudo haber matado a los 303 chinos porque en esa fecha se encontraba tomando Ciudad Juárez. Así, Julián Herbert buscó “ver el reflejo de la historia patria en la vida cotidiana de Torreón” para desmitificar aquello hechos falsos que se encuentran en el imaginario colectivo de la región y de la historia del país azteca. Pero en La casa del dolor ajeno también hay historias de personajes esperanzadores, como Jin Wong Ling, inmigrante que llegó a México los 12 años en busca de una mejor vida, y que es la voz de quien vivó aquel triste episodio, alguien que estuvo a punto de morir durante esa masacre y se salvó. Lo primero que hizo fue buscar la forma de salvar a más personas. Decidió no esconderse, sino salir a recoger los cuerpos de sus compatriotas. Por ello lo iban a linchar nuevamente, pero nuevamente se salvó, siguió adelante y trató de sacar a otros de la cárcel.
El singular título del libro se desprende de la frase usada coloquialmente para referirse al estadio Corona de futbol, conocido como “La casa del dolor ajeno”, el nombre que los propios laguneros le dieron al recinto deportivo en una época donde el equipo era imbatible en su cancha. Pero al mismo tiempo la frase tiene otra lectura: un extraño oxímoron que dice “Mi casa es tu casa… pero para lastimarte”, y eso fue lo que sucedió con aquella colonia china”, afirma Herbert. De ahí que tanto esa localidad como todo México sea una tierra pavimentado con varias generaciones de cadáveres mexicanos y… de migrantes.
La casa del dolor ajeno
Julián Herbert
Random House, 270 páginas.