El Tila: Fragmentos de un psicópata

Este primer largometraje de Alejandro Torres cumple cabalmente con su título: lo que vemos son fragmentos, y eso tiene sus gracias, pero también sus complicaciones. Por un lado, le permite al realizador jugar con las posibilidades del relato, saltándose tiempos, hechos y moviéndose de un momento a otro de la historia y, aunque esto genera cierta frescura a la construcción, tiene sus riesgos a nivel narrativo.

Este primer largometraje de Alejandro Torres cumple cabalmente con su título: lo que vemos son fragmentos, y eso tiene sus gracias, pero también sus complicaciones. Por un lado, le permite al realizador jugar con las posibilidades del relato, saltándose tiempos, hechos y moviéndose de un momento a otro de la historia y, aunque esto genera cierta frescura a la construcción, tiene sus riesgos a nivel narrativo.

¿Cuál es el origen de la maldad humana?, ¿Cómo funciona la mente de un psicópata?, ¿Qué lo llevó a cometer estos crímenes? Son preguntas que han movilizado a la sociedad contemporánea desde la psicología, la criminalística, el periodismo, la literatura y otras áreas. La producción audiovisual no se ha quedado atrás. Hoy la televisión nos ofrece variados programas de diversa calidad -tanto ficción como documentales más cercanos al reality- que nos acercan al tema, y el cine nos ha dado muchas películas -algunas memorables como “Seven” o “El silencio de los inocentes”- que han puesto su centro en la mente criminal. De alguna manera “El Tila: Fragmentos de un psicópata” se acerca a esta tradición poniendo en pantalla a uno de los más famosos y sanguinarios criminales de los últimos veinte años en Chile: Roberto Martínez Vásquez, más conocido como “El Tila” o el psicópata de la Dehesa.

Este primer largometraje de Alejandro Torres cumple cabalmente con su título: lo que vemos son fragmentos, y eso tiene sus gracias, pero también sus complicaciones. Por un lado, le permite al realizador jugar con las posibilidades del relato, saltándose tiempos, hechos y moviéndose de un momento a otro de la historia y, aunque esto genera cierta frescura a la construcción, tiene sus riesgos a nivel narrativo. Si partimos de la idea de que el espectador sólo puede relacionarse con la película a partir de lo que ella misma le va entregando, se corre el riesgo de que éste no alcance a tener la información necesaria para entender al personaje, sus motivaciones, y poder generar interés en él. Y aunque esto podría tener sentido con el personaje protagónico de la película -del que se podría asumir que el espectador sabe algo dada la notoriedad del personaje- lamentablemente también sucede con todos los secundarios. Un buen ejemplo de esto es la periodista -interpretada por Daniela Ramírez- de quien vemos una toma al principio de la película revisando papeles, luego un par de escenas en donde conversa con el asesino y hacia al final de filme otra toma revisando papeles. Entonces no podemos construir vínculos ni con el protagonista que es quien lleva la narración, pero quien al mismo tiempo la desarma con relatos contradictorios, ni con los secundarios ya que no aparecen sino como elementos que ayudan a movilizar la acción del psicópata. Quizá los pocos momentos de mayor interés emotivo están en las victimas, singularmente en la actuación de la estupenda Trinidad González que en pocos minutos en pantalla logra dotar de intensidad y dolor escenas que deberían ser dramáticas, pero que están filmadas con gran frialdad.

Y probablemente ese sea el tema más difícil con esta película que -independientemente de estar interesantemente fotografiada y muy bien actuada- da la impresión de que se obliga a mantener una distancia con su protagonista, dejando afuera también al espectador. En momentos en que el Servicio Nacional de Menores (Sename) se encuentra especialmente cuestionado aparece este filme que intenta criticar el sistema al que se ven sometidos los niños en este tipo de instituciones. Al final de la película un inserto escrito nos recuerda que Roberto Martínez Vásquez fue un joven que pasó gran parte de su niñez y adolescencia bajo el cuidado del Sename, y aunque teníamos ese dato, la relación entre su violencia y ese abandono se explicita recién al final del filme. Antes solo tuvimos fragmentos y, aunque interesantes, no terminamos de ver la película con la sensación de haber comprendido algo más profundo sobre el dolor, la soledad o el vacío de este personaje y las raíces que lo generaron.





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