Pese a todos los traspiés del oficialismo, como al severo descrédito que afecta a la Jefa de Estado, la derecha no logra sacarle provecho a esta situación y capitalizar apoyo ciudadano, ciertamente afectada también por los escándalos de corrupción, como por las reyertas entre sus partidos, movimientos y caudillos. Así como están las cosas, lo más probable es que las próximas elecciones municipales no nos ofrezcan mayores novedades respecto del amplio desprecio popular que afecta trasversalmente a la política, aunque es posible que algunos liderazgos emergentes puedan manifestarse con la votación que logren algunos candidatos independientes o de izquierda deslindados completamente de los dos grandes referentes electorales o del llamado duopolio político.
Por más que La Moneda y la minoría parlamentaria se fustiguen o interpelen mutuamente, lo cierto que cuesta distinguir a esta altura qué diferencias de fondo podrían existir entre estos dos conglomerados, cuando son tan solo cuestiones de matices, por ejemplo, los que los separan de lo que ya parece convenido como reforma educacional, o de lo que finalmente resultara de la propia Reforma Laboral. La misma renuncia de la Nueva Mayoría a consolidar en este período presidencial una nueva Constitución, al mismo tiempo que desistir de cambios importantes en materia previsional, nos indica que se viene produciendo una confluencia ideológica hacia las posiciones de la derecha. Fenómeno que ha ido dejando prácticamente sin discurso propio a las expresiones reaccionarias, sin posibilidad de levantar un programa político que marque diferencias efectivas con los que están morando todavía en La Moneda.
Podríamos decir que en materia de derechos humanos, incluso, hoy da la impresión que el tema irrita también al oficialismo, cuando se comprueba el desdén de La Moneda hacia las demandas de los ex presos políticos, o se exonera de sus cargos públicos a aquellos abogados que mantienen un mayor grado de compromiso con el esclarecimiento de los crímenes cometidos por la Dictadura y la obligación ética de reparar a las víctimas. Tal como ocurrió recientemente con un profesional del Ministerio del Interior, por más que se haya querido ocultar este hecho.
En el ámbito de los grandes negocios, se afirma que la peor decisión de muchos empresarios fue apoyar la última candidatura de Sebastián Piñera, uno de sus pares, cuando de verdad nunca éstos habían estado mejor que con los gobiernos de la Concertación, muy especialmente con el de Ricardo Lagos Escobar. Período en que se sacralizara, con algunos retoques, la Constitución pinochetista de 1980, y la administración económica de su gobierno consolidara plenamente sus perfiles neoliberales, acentuara la concentración económica, sin propiciar iniciativa alguna para recuperar los derechos sindicales conculcados.
Sin embargo, curiosamente hoy son de nuevo los dos ex presidentes los que quieran auto imponerse como abanderados presidenciales, pese a los fuertes detractores que tienen en la Nueva Mayoría y algunos partidos de la derecha. Pero, a todas luces, quienes se les oponen no es a causa necesariamente de sus planteamientos sino simplemente porque sus postulaciones amagan las ambiciones personales de no pocos políticos que buscan también convertirse en candidatos.
En efecto, muy difícil resulta qué ideas de Lagos o Piñera pudieran ser muy distintas a las de los otros precandidatos, pero peor aún, ¿cuáles podrían ser las diferencias reales entre uno y otro ex presidente, cuando tampoco se pudieron descubrir éstas en sus respectivas administraciones?
Esta convergencia a la derecha es lo que explica, asimismo, que derechistas y socialdemócratas europeos hayan ido mimetizándose y que en España, por ejemplo, ya nadie pueda diferenciar lo que representó un Felipe González en el pasado, de lo que después ha venido haciendo un Mariano Rajoy, después. Por lo mismo es que en este caso y otros (como en Grecia) irrumpieran alternativas exitosas y promisorias. Cuestión que también en Chile pudiera ocurrir si en el vanguardismo criollo se impusiera algún día la unidad, se superase la infiltración, como el insensato caudillismo que los caracteriza.
Algo similar es lo que acontece en Estados Unidos, donde tanto se han desperfilado ideológicamente demócratas y republicanos. Al grado de confluir unos y otros en la misma política exterior, una idéntica estrategia económica y hasta en las políticas migratorias, por lo que en un momento ya daba lo mismo quien accediera a la Casa Blanca. Sin embargo, debemos consignar que Barack Obama despertó grandes esperanzas de cambio porque, además de sus rasgos raciales y origen, planteó una apuesta electoral transformadora que luego cayera desgraciadamente en el vacío. Estamos ciertos que los parlamentarios noruegos que le confirieron el Premio Nobel de la Paz deben se estar muy arrepentidos por el galardón que le asignaran al Presidente de los Estados Unidos, después de convertir a su gobierno en uno de los que más ha intervenido militarmente en otras naciones, provocando guerras que han ocasionado cientos de miles de víctimas entre las poblaciones civiles que ha mandado bombardear. En un cometido imperialista que ni los republicanos se habrían atrevido a llevar a cabo, con campos de concentración y de tortura incluidos. Como quedara demostrado en la base cubana de Guantánamo.
La próxima contienda presidencial estadounidense tiene la novedad de que los sectores derechistas fueron capaces de configurar un monstruo como Donald Trump a la extrema derecha, a fin de diferenciarse realmente de la continuidad que representa Hillary Clinton. Una posición ultrista y fanática que ha logrado interpretar muy bien a la mayoría republicana y aún no se descarta que pudiera seducir, además, a la mayoría de los electores de este país. Pero la posibilidad de una especie de Donald Trump aquí, todavía no se visualiza como posible en la derecha chilena, aunque a muchos de éstos también les fascine la figura de este multimillonario y arrogante candidato republicano. Expresiones como la UDI y Renovación Nacional han pagado un duro costo por no haberse deslindado a tiempo de Pinochet y del régimen dictatorial y ciertamente todavía no podrían animarse a reivindicar abiertamente la figura del Tirano. Aunque sí le hagan todos los días honor a su legado, y poco a poco hayan atraído al oficialismo, incluso, a este reconocimiento.
Las figuras díscolas de la derecha chilena no están ciertamente por ofrecer una alternativa ideológica a la de Piñera o las cúpulas partidistas del sector. Como tampoco la ofrecen aquellos pre candidatos presidenciales de la democracia cristiana, del PPD, del PS o del Partido Radical respecto de lo obrado por los gobiernos de la Concertación, cuando finalmente la gestión de Michelle Bachelet y frustraraa frustró la esperanza que también se tuvo en ella, al igual que en Estados Unidos por un Obama. Aunque en este caso no por su color, sino por su condición de mujer, y por un discurso que hacía un guiño electoral al progresismo y a la izquierda, y que se haya completamente desbaratado. Así como embadurnado, como se sabe, por los escándalos y abusos de poder.