A los 96 años, Mónica Echeverría se toma la escena literaria para dar un gran grito. Todo se desordena con esta señora de buenos modales que no tiene pelos en la lengua y que se ha dedicado a escribir libros, desde hace solo un par de décadas, que requieren de mucha valentía… Incluso temeridad para decir lo que muchos piensan pero pocos se atreven. Viene de una familia oligárquica y en éste, su último libro, la recuerda hasta en sus episodios más dolorosos para dar cuenta de las injusticias y las desigualdades en Chile; para explicar que a pesar de todo el dinero y de todos los lujos que pudo disfrutar, fue una niña que no tuvo el afecto de su madre y que para llamar su atención le gritaba desafiante desde el otro lado de la puerta de la habitación donde la castigaba: ¡Háganme callar! Y es la misma frase con la que ha titulado su libro, digno de esta “niña terrible de las letras chilenas”, en el que espeta de traidores y cobardes a un selecto grupo de ocho hombres que representan en sus propias biografías el travestismo de la política y economía chilena de los últimos 40 años.
Sin duda lo que más llama la atención es la manera de reflejar en la persona de José Joaquín Brunner, Enrique Correa, Jaime Estévez, Fernando Flores, Óscar Guillermo Garretón, Eugenio Tironi, Max Marambio y Marcelo Schilling el cambio que ha experimentado nuestro propio país, describiendo a esos jóvenes revolucionarios e idealistas que luchaban junto al pueblo para colectivizar, sino de frente estatizar los medios de producción, para llegar a estos señores elegantemente vestidos que observan la ciudad desde oficinas encumbradas en edificios espejados que se dedican a asesorar y, de paso, amasar fortunas con las más grandes compañías en cuyas manos están hoy esos recursos que antes querían para el colectivo.
¿Quién tiene la lucidez y la valentía para llegar a los 96 años y en lugar de sentarse a escribir memorias sobre su existencia, ir hasta aquellos que conoció jóvenes empapados de los ideales socialistas para preguntarles qué pasó con todo eso? Pues casi nadie en el país de la contemporización y de la componenda, porque como vivimos en pueblo chico, en este pañuelo llamado Chile, las redes y amistades se cruzan demasiado. Por eso es que Mónica Echeverría está sola, más sola después de cada libro cuando se abre una enorme zanja a su lado que la separa de quienes no soportan la idea de alguien que siga diciendo lo mismo que hace 40 años, que no se renueva ni da vuelta la página de la historia, una señora “fregada” que sigue recordando esto de las violaciones a los DD.HH. y de las injusticias… Un personaje molesto, demasiado incómodo y que recuerda un compromiso ya olvidado, más aun cuando se atreve a inquirir en persona sobre estos temas. Y entonces el libro de Mónica Echeverría, “¡Háganme callar!” (Ceibo Ediciones) toma las herramientas del periodismo para ir narrando las vidas de sus ocho de la fama desde sus más tiernas infancias, con deprivaciones y dolores en unos, con mejor pasar los menos, también por sus juventudes exaltadas hasta llegar a su edad adulta la actual, situadas en el otro extremo de la ideología por la que tanto lucharon. Y no es que especule, sino que toma teléfono, escribe correos electrónicos y hasta se sube al auto que le envía uno de ellos para irse a sentar a su elegante oficinas y preguntarle, sin anestesia, porqué cambió tanto, qué le pasó, qué siente, cómo vive lo que ella denomina una traición. Y así es cómo nos enteramos que uno le cuelgan el teléfono, otro le dice que es una locura lo que está haciendo y que no está dispuesto a ser parte de algo tan desquiciado, otro la ignora y, en tanto, el más pagado de sí mismo, la atiende como reina y le dice de todo sin decirle nada.
Pero este libro es más que eso, porque justamente el ejercicio de recordar, hace que Mónica Echeverría regrese a su propia infancia, esa que vivió entre París y Santiago, a través de sus recuerdos junto a los diarios de su madre, con los que va complementando una vida de riqueza pero también de dolor y soledad.
Una de las confesiones más impactantes es la que narra en el capítulo llamado “La búsqueda del yo”, cuando recuerda el descubrimiento que hiciera su hermano mayor al interrogar a su mamita, que es esa señora que lo tomó en sus brazos al nacer para darle su leche y que no era su madre y que le permitió crecer como un niño fuerte y sano. Mónica lo retrata como “un típico joven de la alta sociedad, estudiante de leyes, (que) jugaba polo, veraneaba en Zapallar que abandonó todo ese mundo al descubrir un secreto que su madre consideraba insignificante”, como que su hermano de leche, es decir, el propio hijo de su mamita Estercita murió de hambre al no contar con esos pechos generosos que lo alimentaron a él. Esta dolorosa verdad que lo hicieron sentir un asesino lo transformaron en un hombre de izquierda que luego de titularse de filósofo se fue de Chile para no regresar nunca más.
Entonces fue el turno de Mónica para averiguar qué había pasado con su hermana de leche. Tuvo mejor suerte y se enteró por boca de su mamita Julia que la Micaela estaba viva, así que se fue al campo a conocerla y a llenarla de besos y de abrazos.
La honestidad con que narra Mónica Echeverría pasajes tan dramáticos como estos permiten entender que este libro es más que la irritación que le producen sus ocho de la fama, en quienes personifica la indolencia del Chile de hoy, pero que dedica a Miguel Ángel Solar, a quien fuera el Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica en los tiempos de la Reforma Universitaria, quien desechó la idea del poder y sigue dedicado a la medicina con los más pobres, como son las comunidades mapuche. Solar es la luz que deja un libro que puede ser doloroso para quien sea capaz de no quedarse en esos ocho caballeros oscuros y entender que la historia es más larga y aún queda muchas páginas para contarla.