Desde la plaza XV de noviembre hasta el final de la playa Copacabana se intercalan focos, escenarios, carpas, pantallas gigantes en HD y algunos puntos de ventas de souvenirs. El ícono de los Juegos Olímpicos, esos cinco anillos de colores y entrelazados, se repite cada 3 metros y los comerciantes ya desfilan por la arena y la calzada exhibiendo sólo productos que hacen alusión a la competencia deportiva. Cada algunas cuadras aparecen figuras de arena: verdaderas obras de arte hechas por humildes escultores autodidactas. Ellas también exhiben alguna escena relacionada al evento y piden a cambio un aporte voluntario.
La ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro 2016 está programada para esta noche, a las 20.15 horas. Ya no hay vuelta atrás. Las obras avanzaron a todo ritmo estos últimos días para alcanzar a tiempo los plazos que les pisaban los talones.
El gasto ha sido enorme: El Comité de Organización en Río 2016 había fijado el presupuesto en casi nueve mil millones de euros. Hace sólo unas semanas, la ciudad ha sido declarada en estado de emergencia financiero.
Pero entre la fiesta carioca multicolor y las batucadas que reciben alegres a los turistas, se filtran imágenes que parecen más bien sacadas de la pelicula Ciudad de Dios, ese filme que retrata la crudeza de la vida en las favelas y la violencia policial extrema.
Hace dos semanas se anunciaba sobre una operacion antiterrorista que desmanteló una supuesta red que pretendía realizar un atentado en medio de las Olimpiadas. Esta semana es Amnistia Internacional Brasil la que denuncia que entre los últimos tres meses, el número de personas asesinadas por la policía en esta ciudad aumentó en un 100 por ciento en relación al mismo período en 2015.
Pablo Pérez Cano es un periodista mexicano que vive desde hace unos meses en la favela Chapéu Mangueria, en la zona sur de la ciudad. Para él esto es algo habitual que ahora cobra más atención mediática por la coyuntura deportiva.
“Esto no es algo que esté pasando ahora. La comunidad es militar desde que se inició el programa de pacificación de las favelas. La crítica más directa esa gente no está preparada para convivir con la sociedad, sino que están entrenadas para la guerra, las armas que usan tampoco son adecuadas para que estén transitando así. En una situación de crisis, eso puede causar mucho conflicto, incluso podría generar algo horrible”, dice Pérez Cano.
En los últimos días se han visto numerosas caravanas con camionetas que transportan a policías federales, municipales y militares. Muchos se instalan a la salida del metro, luciendo sus metralletas. Otros, en sectores más alejados de la playa, también en la zona centro, entre las avenidas Rio Branco y Nilo Peçanha, donde al menos dos veces al día la gente detiene su andar, queda paralizada y observa el misterioso operativo en que autos, camionetas y motos avanzan a gran velocidad con sus sirenas encendidas.
El periodista mexicano dice que la presencia militar siempre ha marcado la segregación entre la población blanca y la afrodescendiente. “Si ves a la gente que vive acá te das cuenta que la segregación es de facto, pues toda la gente que vive acá es negra y abajo del cerro es blanca, y la policía actúa de manera muy diferente con cada una de ellas” añade Pérez Cano.
Pero abajo del cerro, ya en Copacabana el espectáculo cubre lo que se sufre pocas calles más arriba. Al recorrer los kioskos al final de Copacabana, la ciudad seduce e impresiona a los que la visitan por primera vez. Un grupo de adolescentes de una comisión peruana posan sonrientes junto a un hombre disfrazado de la mascota olímpica. Metros más allá, una pareja alemana repite la foto con una escultura donde se lee “Un mundo nuevo”, el lema de estas Olimpiadas.
Teresa, una vendedora de Agua de Coco dice tímidamente que ella no sabe a qué mundo nuevo se refiere. Ha visto cómo en los últimos meses ha aumentado el número de indigentes en las calles. El mes pasado, una foto capturada por el cineasta Felipe Barcellos se volvió viral. En ella se ve a una señora durmiendo en la calle y de fondo, el colorido letrero de El mundo nuevo que cubre la entrada del tunel que une Botafogo y Copacabana.
Al continuar el rumbo por la avenida Atlántica, justo frente al mar, aparece otra delegación de deportistas. Es la selección nacional de rugby de España, que se pasea en sus chaquetas rojas, tenida oficial de los representantes ibéricos. Altos, imponentes, no pasan inadvertidos y posan con algunos seguidores. Ignacio Martínez, rugbista español, es parte del equipo que llegó hace una semana a la capital carioca y se percató de inmediato de la presencia militar. Martínez explica que como europeo y antes las experiencias recientes con atentados terroristas, las medidas de seguridad le parecen necesarias y positivas.
“Están muy militarizada las calles, pero es por nuestra seguridad. No sé cómo será acá el día a día. A pesar de la amenaza, en este sitio se está velando mucho por la seguridad”, asegura Martínez.
Lo que pasa arriba no se sabe abajo. Eso la policía lo tiene claro. Amnistía internacional también. Por eso la organización de derechos humanos creó una aplicación llamada Fuego Cruzado, que mapea los lugares donde han habido tiroteos. En un mes de uso, la aplicación registró más de 756 notificaciones. Más de 30 mil personas bajaron el programa en sus celulares.
En cada mega evento deportivo como el Mundial de Fútbol o los Juego Panamericanos, los vecinos de las favelas saben que la situación se va agudizar.
Vítor Santiago, un vecino de Maré, en la zona norte de la ciudad, quedó parapléjico al recibir un tiro por parte del ejército en una operación realizada durante la Copa del Mundo 2014. Según Santiago, el Estado en ningún momento solidarizó con su caso. Por eso, no duda en catalogar a la seguridad de Río como fracasada y racista.
Vítor Santiago llegó al hospital con un 7 por ciento de posibilidad de sobrevivir y pasó casi 100 días internado. Nadie pagó por su hospitalización, exámenes o silla de ruedas. Él, también es pobre y negro.