El enclave de la muerte

  • 15-09-2016

El Aeródromo Eulogio Sánchez, conocido como Aeródromo Tobalaba, fue el centro de operaciones del Comando de Aviación durante los años más cruentos de la dictadura. Emplazado a poca distancia de la Villa Grimaldi, del Comando de Telecomunicaciones, de la Academia de Guerra y del perverso y sombrío Cuartel Simón Bolívar; fue usado regularmente por la DINA y el Ejército durante varios años para eliminar cuerpos de personas detenidas en los distintos centros de detención, tortura y exterminio de la DINA.  Los cuerpos eran llevados directamente al Aeródromo a al Regimiento Peldehue, para luego emprender vuelo mar adentro, donde eran lanzados.

La vinculación de este lugar con el terrorismo de Estado ha quedado probada por la justicia. Desde el Aeródromo Tobalaba despegó la comitiva militar ordenada por Pinochet y comandada por Sergio Arellano Stark, que viajó por distintas regiones del país con el supuesto objeto de “acelerar los consejos de guerra”. El resultado fue el  asesinato y desaparición forzada de casi un centenar de personas. No olvidemos que Pinochet fue capturado en Londres por este emblemático caso, para luego ser liberado y sobreseído por temas de salud, muriendo en 2006 sin condena. Arellano, por su parte, recibió seis años de prisión, pero en 2015 se le sobreseyó arguyendo demencia. A principios de este año murió en la impunidad, provocando una herida que dejará cicatrices en la memoria social de Chile.

Igualmente, cerca del nueve de septiembre de 1976, Marta Ugarte fue trasladada junto a otros detenidos desde la Villa Grimaldi al Regimiento Peldehue, donde se le dio muerte. A su cuello amarraron un alambre, su cuerpo fue cubierto con un saco. Luego la subieron a un helicóptero Puma del Comando de Aviación del Ejército, cuyo centro de operaciones se hallaba en el Aeródromo, en dirección a la costa, mar adentro, desde donde fue arrojada.  Así como el desierto devolvió restos, el mar también devolvió el cadáver de esta profesora y militante del Partido Comunista. El 12 de septiembre de 1976, en la playa La Ballena de la localidad de Los Molles, su cuerpo fue hallado sin vida. El primer informe de autopsia  concluyó una muerte violenta, producto de un homicidio. El crimen fue encubierto con la ayuda de nuestros medios oficiales, aún vigentes, El Mercurio, La Segunda y La Tercera, quienes afirmaron que esta mujer había sido víctima de un crimen pasional. Por este emblemático caso han recibido condena recientemente 28 ex agentes de la DINA.

Vecinos y activistas sociales de la comuna de La Reina en la actualidad están impulsando una propuesta de reparación simbólica del Aeródromo Eulogio Sánchez, consistente en la instalación de un memorial. Así se ha hecho también con el Cuartel Simón Bolívar, verdadero centro de exterminio y el secreto mejor guardado de la dictadura.  Por suerte, hoy tenemos contundentes investigaciones que nos permiten acceder a la historia de este recinto, para lo cual recomendamos la lectura del libro La danza de los cuervos, del periodista Javier Rebolledo y la visualización del documental El Mocito, de Marcela Said y Jean de Certeau. Este  filme narra la historia de Jorgelino Vergara, un hombre que de joven desempeñó  labores  de guardia y  sirviente  en  el cuartel  Simón  Bolívar, a  cargo de la  Brigada “Lautaro”. En 2007, Jorgelino reveló a la justicia la existencia del único cuartel, conocido hasta ahora, destinado  exclusivamente al exterminio. Hasta entonces el cuartel Simón Bolívar era una especie de leyenda, señalan investigaciones periodísticas.  Este último 11 de septiembre nos encontramos en Simón Bolívar con un grupo de gente, probablemente residentes del condominio. Estaban allí para impedir que la gente fuera a prender velar, estaban allí, en actitud vigilante, obstaculizando el ejercicio de la memoria.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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