Recién había terminado de leer “El Río”, una de las primeras obras del delincuente Alfredo Gómez Morel, en el cual, entre sus muchas andanzas, delata una crisis de identidad, cuando llega a mis ojos “Los fuegos del pasado”, la última novela con el detective Heredia de Ramón Díaz Eterovic.
Antes, quisiera destacar que “El Río”, como todos los libros de Gómez, han pasado por editores rigurosos que han corregido los originales de quien aprendió a escribir durante una permanencia de tres años en la cárcel, una de las centenares sentencias, más breves por cierto, que transcurrió detrás de las rejas. Es destacable que Pablo Neruda prologara la versión de Gallimard, “La riviere Mapocho”, publicada en Francia en 1974.
Díaz Eterovic dejó de trabajar como funcionario público hace tres años para dedicarse exclusivamente a escribir. Este año, aparte de “Los fuegos del pasado”, aporta el libro infanto-juvenil “Misterio en la Cueva del Milodón” y la antología de autores latinoamericanos “El crimen tiene quien le escriba”.
Magallánico de corazón, tiene a un detective de la Patagonia instalado en un calamitoso departamento, cerca de La Piojera y de la Estación Mapocho, con su gato Simenon, nombre inspirado en el novelista belga.
Renato Batista quiere saber sobre su identidad, quiénes fueron sus padres. Contrata con desconfianza a Heredia cuya pinta deja mucho que desear, según lo describe siempre el autor. Sin embargo, se da maña para seducir a atractivas mujeres. La única con la que proyectaba casarse, Doris Fabra. De la PDI, ha sido baleada en un enfrentamiento con narcotraficantes y Heredia está solo, pobre y con poco trabajo. Le escucha sus lamentos, como siempre, su gato mamón.
Es curioso, pero Heredia también sufrido una crisis de desconocimiento de su origen. En una de sus obras, Díaz lo pone a buscar a su padre, ex pugilista y cuando lo encuentra la desilusión es grande. Producto de su actividad, el veterano esta senil y es poco lo que saca en limpio el detective particular, salvo que conoce al autor de sus días.
Lo positivo en este escritor magallánico es que no pasa por alto la oportunidad de recordarle al lector, el pasado mediano del país. La presencia de la dictadura en su tiempo y en su descendencia, está vigente. Lo hace con delicadeza
Díaz Eterovic en esta obra le hace un guiño a su amigo magallánico de encuentros literarios y de brindis, el escritor Oscar Barrientos Bradacic, que tiene un alias llamado Aníbal Saratoga en sus libros. Asimismo rinde homenaje al poeta Teillier y a lo que fue en su tiempo “La Unión Chica”.
Pese a no ser un bohemio, el magallánico alternaba con los animadores de los brindis en verso y prosa.
Sobre la personalidad del autor hay mucho y poco que decir: es un hombre a quien jamás se le han subido los humos a la cabeza y de una sencillez abismante; accesible al máximo, solidario.
En su ciudad natal, es común verlo, durante sus visitas, esperando un colectivo, no es impresionable con el lujo. En Santiago habita un barrio de clase media, que ha sido el suyo por varias décadas.
Sus premios, su presencia en el extranjero, la traducción de obras suyas en la Serie Noire de Gallimard le han otorgado un peso que ignoro si ha sido suficientemente evaluado en Chile.
Un libro entretenido, “Los fuegos del pasado”, que hurga en el tema de la identidad, que podría hacerse extensivo al del propio país, cada vez más alejado de ella, pese a las banderas obligatorias, las cuecas a pieforzado en este mes que da paso a la primavera, a recuerdos trágicos y a la alegría artificial que regala, por ejemplo, la chicha en cacho.