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“El príncipe inca”: Todos somos mestizos

En “El príncipe inca” una cámara silenciosa y cercana es testigo del viaje físico y espiritual que emprende el protagonista para tener más información de los orígenes de su familia, una búsqueda que se vincula no sólo con la memoria familiar, sino también con la inquietud del pintor respecto al haberse sentido siempre distinto de quienes le rodeaban.

Antonella Estévez

  Domingo 18 de septiembre 2016 18:59 hrs. 
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La periodista y realizadora Ana María Hurtado acompaña al pintor Felipe Cusicanqui en un viaje por Bolivia en busca de sus raíces, a encontrarse con parte de su familia y con el mito de que sus antecesores fueron nobles incas. La primera reacción del espectador es la de incredulidad respecto de la relación entre este hombre de aspecto aparentemente anglosajón y los habitantes precolombinos del altiplano latinoamericano. Poco a poco el documental va revelando la historia que conecta la sangre inca con este artista chileno.

El reconocimiento del mestizaje indígena es un tema que, como nación, nos ha costado mucho. Varias generaciones de chilenos han intentado armar su árbol genealógico únicamente desde Europa, buscando con insistencia aquel ancestro que llegó a estas tierras en barco sin valorar la riqueza de la sangre autóctona que todos tenemos en nuestras venas. Independiente de nuestra apariencia y procedencia, los chilenos somos mestizos y es interesante como últimamente la pregunta por la identidad nos ha llevado a revalorizar ese gen indígena y a ir en su búsqueda. “El príncipe inca” no es el primer documental que nos permite acompañar este proceso, un ejercicio similar al que hace aquí el protagonista, es el que hacia la realizadora Paola Castillo en “Genoveva”, un muy interesante trabajo en donde la construcción del mismo documental está vinculada con el camino que realiza la cineasta en busca de su abuela mapuche.

En “El príncipe inca” una cámara silenciosa y cercana es testigo del viaje físico y espiritual que emprende el protagonista para tener más información de los orígenes de su familia, una búsqueda que se vincula no sólo con la memoria familiar, sino también con la inquietud del pintor respecto al haberse sentido siempre distinto de quienes le rodeaban. Desde una visita a la Biblioteca Nacional para el análisis de unos documentos antiguos que vinculan al protagonista con la nobleza inca, hasta llegar a la capital boliviana para conocer la casa que construyó su abuelo, la película va registrando el impacto que la información que va encontrando genera en el protagonista.

Lo más bello del documental son las escenas en el altiplano. La potencia de ese paisaje conmueve al protagonista y también al espectador. La realizadora se detiene en la materialidad de esa naturaleza con planos detalles que nos permiten observar las texturas y colores de los distintos elementos que conviven en este espacio. Esa misma materialidad se conecta directamente con el trabajo de Felipe Cusicanqui que va a generar una serie de obras a partir de materiales recogidos en el viaje cuyo proceso de creación de alguna manera va a ir resumiendo esta experiencia y va a servir de epilogo a esta película.

Lo que llama la atención es el énfasis en la idea de realeza que cruza todo el documental. Nos preguntamos si el protagonista hubiese estado tan interesado en conocer sobre sus raíces si sus antepasados hubiesen sido gente del pueblo y no los nobles. En algún momento, el protagonista cuenta que su abuelo decía que ellos eran príncipes y no reyes, porque no tenían reino. Y por interesante que pueda ser la historia particular de Felipe Cusicanqui, lo más potente del documental es esa reflexión por el mestizaje, por aquello que hemos negado y que nos define. Por aquello que una vez que somos capaces de mirar de frente nos retorna una mirada de nosotros mismos más compleja, nos enriquece y nos hace ser más nosotros mismos.

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