Continúa en trámite el proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres causales: inviabilidad del feto, peligro de vida de la madre y violación. Recientemente aprobado en la Cámara de Diputados, se discute actualmente en el Senado. La Comisión de Salud, con tres votos a favor y dos en contra, aprobó la idea de legislar, lo cual indica que aún queda un trecho por recorrer para su eventual aprobación o rechazo definitivo.
Chile es uno de los países más conservadores en esta materia; es uno de los seis países que penaliza el aborto sin excepción. Actualmente, el aborto es ilegal sin salvedad alguna, y las mujeres que optan por interrumpir su embarazo son tratadas por la ley como culpables de un delito. El Código Penal establece penas de cárcel para las mujeres que abortan, así como para quienes les presten asistencia. Sin embargo, según datos de Amnistía Internacional, en términos prácticos no reciben condena o son condenadas, pero sin cumplimiento de prisión efectiva.
Razones para modificar la ley vigente abundan. En primer lugar, la criminalización del aborto viola los derechos humanos; eso lo señalan organismos y tratados internacionales suscritos por Chile. En segundo lugar, el riesgo es mayor: las mujeres que deciden abortar en Chile deben hacerlo de manera clandestina o, derechamente, fuera de su país. Este escenario de desprotección, que además involucra el maltrato, el riesgo de vida, la desinformación y la desigualdad fundada en el poder adquisitivo, constituye una violación a los derechos fundamentales. Un ejemplo de esta situación de desatención es el hecho de que los abortos se realicen mayoritariamente sin ninguna supervisión médica, mediante la ingesta de Misoprostol, fármaco vendido ilegalmente (según cifras de Amnistía Internacional). En tercer lugar, el aborto en Chile fue íntegramente penalizado bajo un Estado terrorista ilegítimo. Poco antes de irse, Pinochet promulgó esta ley. Al menos, cabe ponerla en cuestión, someterla al escrutinio público. A propósito, y en cuarto lugar, aproximadamente un 70% de la población aprueba la despenalización del aborto en las tres causales señaladas (según varias encuestas, como Adimark y Cadem).
Cuando la discusión sobre el aborto se zanja entre la defensa de la vida y la defensa de la libertad, corremos el riesgo de volver mediocre una discusión que debiera ser abierta, democrática e inteligente. Pongamos en duda aquello que se da por sentado, aquellos argumentos que se sustentan en un sentido común cada vez más cuestionado. Por ejemplo, ¿qué dato sustenta la conclusión sobre el gran daño sicológico que genera en las mujeres practicarse un aborto, siendo este clasificado de por sí como un acontecimiento traumático, como si parir un hijo anencefálico no lo fuera mucho más? Del mismo modo, oponerse al aborto no es equivalente a ser un defensor de la vida. Carl Sagan, el famoso astrónomo, en su libro Miles de millones, nos refresca los nombres de aquellos locuaces opositores del aborto; grandes filántropos, como Hitler, Stalin y Mussolini… Desde la otra vereda, el mismo Carl Sagan nos sitúa en el contexto de una interrupción voluntaria del embarazo durante el último trimestre, lo que, incluso para los más radicales defensores de la libertad, resulta brutal.
Todos estos ejemplos nos indican que en estos temas mejor es trabajar con escala de grises; tratar de ponerse en los zapatos de otros, suspender los prejuicios y los dogmas. Quizá así sea posible abordar con altura de miras un tema nunca exento de controversias.