Armar un ranking de “los mejores” siempre es un ejercicio engañoso. Depende de la subjetividad de los encuestados, de quienes son éstos y de las valoraciones y estéticas de ese momento preciso en que se hace la encuesta. El sitio web CineChile lleva 7 años trabajando en rescatar y reconstruir la memoria de la cinematografía nacional, al mismo tiempo que informando y proponiendo maneras de acercarse también a la producción actual. Como una manera de marcar este aniversario se invitó a más de 300 personas que están vinculadas con el audiovisual local -críticos, realizadores, académicos y otros- a responder cuáles son, a su parecer, las películas más importantes en la historia del cine chileno. 77 profesionales respondieron a nuestra invitación y fue con esas respuestas que se armó la lista que tuvo a estas diez películas como las más nombradas y que se puede ver en extenso en CineChile:
“El Chacal de Nahueltoro” / Miguel Littin, 1969, Largometraje de ficción
“Tres Tristes Tigres” / Raúl Ruiz, 1968, Largometraje de ficción
“Valparaíso mi Amor” / Aldo Francia, 1969, Largometraje de ficción
“La Batalla de Chile, la lucha de un pueblo sin armas. Parte I, II y III” / Patricio Guzmán, 1975-1979, Documental
“Largo Viaje” / Patricio Kaulen, 1967, Largometraje de ficción
“Machuca” / Andrés Wood, 2004, Largometraje de ficción
“La Frontera” / Ricardo Larraín, 1991, Largometraje de ficción
“El Club” / Pablo Larraín, 2015, Largometraje de ficción
“Caliche Sangriento” / Helvio Soto, 1969, Largometraje de ficción
“El Zapato Chino” / Cristián Sánchez, 1979, Largometraje de ficción
Lo que CineChile quiso hacer no fue un ejercicio cuantitativo. Ninguno de quienes respondieron la encuesta -entre quienes me incluyo- hemos visto la totalidad de la producción cinematográfica que ha producido el país en más de cien años, tanto porque la vida misma se hace corta, como porque hay parte importante de esa misma producción que está perdida y no llego a ser visionada más allá de su época de estreno. Se entiendo también que las valoraciones tienen que ver con cosas que van más allá de las películas mismas y más allá también de la discusión eterna de que es lo que se mide cuando uno habla de “las mejores”. El ejercicio de armar esta lista propone tiene más que ver con visibilizar que es lo que conocen y valoran aquellos “cinéfilos profesionales” e invitar a un público más amplio a conocer esas películas que hoy, en su gran mayoría, están disponibles en distintos formatos. De hecho, varias de ellas se pueden ver gratuitamente en línea en el archivo audiovisual de la Cineteca Nacional.
Ahora, lo más llamativo de los resultados es que las cinco películas más reconocidas pertenecen a una época específica del cine y la historia de Chile. Las tres primeras – “El chacal de Nahueltoro”, “Tres tristes tigres” y “Valparaíso, mi amor”- se presentaron en ese mítico Festival de Cine de Viña del Mar de 1969 que reunió no sólo a los cineastas nacionales del Nuevo Cine Chileno, sino a los de distintas partes del continente, que estaban repensando la manera de hacer cine influenciados por el neorrealismo y los cambios políticos y sociales que estaban viviendo nuestros países.
A mi parecer, la fijación que aún hoy tenemos con esas películas es una mezcla de varias cosas. Por un lado, son filmes en los que -siguiendo en la línea del trabajo de directores anteriores como Kaulen, Bravo, Chaskel o Kramarenco- aparece un sujeto chileno popular que no está trabajado desde el humor o el estereotipo tan común en el cine comercial de las décadas anteriores. Hay una capacidad en estos filmes de mirar lo idiosincrático con cercanía, pero sin complacencia. De reconocer las calles y el paisaje también como personajes determinantes en la acción y de mirar la miseria a la cara como parte de la construcción que hemos ido desarrollando como sociedad y de la que debemos hacernos responsables.
Por otra parte, el resultado estético de estas películas habla de la habilidad extraordinaria de estos realizadores para crear relatos innovadores con lo mínimo. Cuando se compara las condiciones de producción de estos filmes – la complejidad del uso de los equipos de la época, la falta de recursos económicos, las complicaciones técnicas de las filmaciones, etc.- con lo que quedó en pantalla, no queda sino rendirse ante el talento de estos cineastas y sus equipos. Los extensos planos secuencias en que la cámara fluye en espacios imposibles, la composición de cada fotograma y la coherencia total de estos filmes nos hablan de realizadores que tenían muy claro el sentido de lo que estaban haciendo. Las versiones restauradas de estos filmes hoy nos permiten apreciar aún mejor los detalles de esa propuesta.
Por último, creo que esas películas siguen siendo las más reconocidas porque nos hablan de un Chile que perdimos y añoramos. De un momento en que, por primera vez, gran parte de la población sentía que era protagonista de la construcción del destino de su país. El entusiasmo y la esperanza de esos años -y el rol que los cineastas tuvieron en ese contexto- es algo que quedo en la memoria colectiva, incluso de aquellos que no fuimos parte de esa experiencia, como un momento lleno de posibilidades y efervescencia. Es posible que el brutal final de esa época, los oscuros años de la dictadura, la negociada transición y la distancia que hoy tenemos con lo político nos hacen idealizar aún más esa época. No es raro que, por lo menos a través del cine, queramos volver allí, a eso que fuimos, que pudimos ser.
No hay duda de que desde hace varios años el cine chileno está viviendo un gran momento. La diversidad y calidad de parte importante de la numerosa producción nacional está dando títulos para reconocer, quizá con el tiempo podamos también valorar lo que hoy se está creando y añadir títulos de épocas más recientes a esta lista.