Aun cuando obtuvo el Premio a la Novela Alfaguara en el 2003, es una obra vigente especialmente cuando Donald Trump amenazaba con muros a sus vecinos aztecas.
El desarrollo de la obra “Diablo Guardián” o la misteriosa relación entre Violetta (el alias de Rosa del Alba) y Pig (cerdo), casi hubiese sido imposible en las garras del siniestro magnate tan contrario a los inmigrantes en circunstancias que su primera esposa Ivana es checa, nacida en Zin.
Los términos utilizados permiten interiorizarnos en esta mezcla yanqui-mexicana, su nefasta influencia en una clase media que es capaz de teñirse el pelo rubio, de abuelo a nieta, aun cuando los de la pelvis acusen el color original.
La protagonista se pasea entre una prostitución sui generis y el microtráfico. Puede escapar de Laredo gracias a 140 mil dólares que le sustrae a su madre, quien recolectaba dinero para la Cruz Roja, guardando la mitad para ella. Lo divertido es que el dicho quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, cobra validez cuando Violetta sustrae a su madre esa fortuna y logra establecerse en un mundo neoyorquino que abarca desde noches en hoteluchos mugrientos plagados de chinches y ratones y en otros lujosos como el Plaza frente al Central Park y compras en “Sack´s”. Cómo lo logra, es parte de su amplio repertorio que se basa (sic), en dirigirse a su “empresa” con los ojos bien cerrados y las piernas bien abiertas. Sus reflexiones son abyectas para el mundo de igualdades de hoy: “los senos son como el dinero, ninguno acepta que los necesite, pero ninguno deja de pensar en ellos”.
La palabra Cotlacue, la diosa madre de los aztecas y de a fertilidad, es usada como un sinónimo de cómo definir a la gente rasca: Violetta afirma: no quiero “pinches coatlicues”, y tiene afinidad con aquellos cargados de “cois” (cocaína) como un tal Nefistófeles, con el cual experimenta un chantaje recíproco.
Pig, el hombre que la ama y al cual le entrega su versión grabada y con videos, para que arme su tan ansiada opera prima, es un mamón que en el colegio ya se hacía de ácidos para vender a sus compañeros. El mismo no es adicto.
Casi toda la acción se desarrolla mientras Violetta, sola en Nueva York como menor de edad. Hasta para hacerse pasaporte y licencia de consumir apela a sus negocios underground.
Mientras, cae en mis manos “Adiós Hemingway” del cubano Leonardo Padura (Premio Nacional de Literatura 2012). El novelista que nos pinta el autor, es un viejo decadente, aun cuando murió antes de cumplir los sesenta y un años. Hemingway jamás fue héroe de la guerra civil, amaba una Cuba a su pinta, sufría de achaques, próstata y bebía en exceso. Desmitifica Padura, el célebre Floridita y la receta daiquiri. El protagonista, ex policía convertido en escritor, parte denostando al norteamericano y finalmente aterriza en un efecto amor odio. Nada se habla de Batista ni de Castro, solo que Hemingway efectivamente era asediado por el FBI, Hoover y el Macartismo. Al parecer existe un chantaje sobre un supuesto homosexualismo de Hemingway, tema que por lo demás ha sido abordado por varios estudiosos.
Una novela breve, muy interesante que nos ubica en una Cuba actual y del pasado mediano.
Tal como Hemingway no quiso ver la Cuba real, Padura concentra su objetivo en el personaje, su ficticio involucramiento un crimen en su Finca Vigía y el FBI en acciones que actualmente tomaría en sus años la CIA.
La presencia en los anaqueles de literatura de Cuba y México es positiva, cuando pese al boom latinoamericano de hace cuatro décadas que permitió que conociéramos lo que ocurre en las letras Américas, los lectores aún se orientan por la prensa tradicional que apunta a los best sellers norteamericanos y europeos.