A propósito de la elección de Donald Trump en Estados Unidos, en todo el mundo se especula sobre la irrupción en la política de los multimillonarios después del fracaso de los políticos en tantos gobiernos de la Tierra. Desde siempre existen quienes creen que un personaje muy rico en el poder puede ser garantía de que éste no robe ni se corrompa, cuando en realidad pueden ser contados con los dedos de las manos quienes en posesión de una fortuna pierdan alguna vez el interés por acrecentarla. Como se ha comprobado tantas veces, ni siquiera los más poderosos narcotraficantes, que viven constantemente en ascuas, se resuelven a abandonar o delegar sus riesgosas actividades.
Suele ocurrir, erróneamente, que a muchos multimillonarios se les reconoce capacidad de emprendimiento, tesón y talento, cuando en realidad su riqueza casi siempre proviene de acciones ilícitas, de legados hereditarios y, muy corrientemente, de defraudar al fisco, explotar a quienes les trabajan, cuanto abusar de los consumidores. El propio Trump, nos dice su biografía, partió con un préstamo de un millón de dólares que le otorgara su padre, incrementando su riqueza, posteriormente, en el deleznable oficio de cobrarle las deudas a los estadounidenses o emigrantes morosos.
El caso de Silvio Belusconi, en Italia, también nos habla de una fortuna construida ilegítimamente. Lo mismo que ocurre con el cuestionado Mauricio Macri, en Argentina, así como con otra serie de jefes de estado de todo el mundo que llegaron a sus gobiernos en andas del dinero para seguir aumentándolo durante su gestión. Millonarios de América Latina, del África y del Asia tan ricos como los que hoy se señalan y que suelen encandilar a los ciudadanos pero, sobre todo, a los partidos y las clases políticas que ven en ellos la posibilidad de seguir aferrados al poder y resultar victoriosos en los comicios.
Ya de Jorge Alessandri Rodríguez, en el siglo pasado, se decía que por su riqueza y su soltería prometía a Chile un gobierno independiente, sobrio y probo en el que volcaría su larga experiencia de exitoso empresario. Pero ya comprobamos lo mediocre que fue su primer gobierno, como alos que se pusieron a robar bajo su alero, en lo que se derivara el rechazo popular que se le propinara a su nuevo intento de convertirse en Presidente de nuestra República. Pese a que siempre asegurara que no tenía ambiciones personales; que solo lo movía el profundo amor por el país y el servicio público.
Del caso más cercano, el de Sebastián Piñera (quien se hiciera inmensamente rico en apenas una década) ya comprobamos cómo su gobierno fue un rotundo “más de lo mismo” de los gobiernos de la Concertación que antes fustigara tan duramente. Mucho se le reprocha, asimismo, que su fortuna, más que de su capacidad, fue producto de su audacia, deslealtad y de una serie de negocios turbios que, incluso, lo expusieron ante los Tribunales de Justicia. Es evidente, además, que con su riqueza terminó controlando al partido que decidiera incorporarse para hacer carrera política. Así como en el fútbol se hizo colocolino, a objeto de sintonizar con la principal hinchada, del mismo modo que lo hicieran en sus respectivos países sus colegas Berlusconi y Macri.
Por cierto que los millonarios en el poder solo pueden ofrecer un mundo hegemonizado por el dinero y por quienes lo poseen a raudales. Sometido a las trágicas leyes del mercado neoliberal que acrecientan siempre las inequidades; partidarios del consumismo y del desprecio a la idea de una vida digna y justa para todos, cuanto del debido respeto del medio ambiente. Por algo, son los más altos líderes morales y religiosos de la Tierra los que condenan al capitalismo, la extrema riqueza y la concentración económica.
Por esto mismo es que un siniestro sujeto como Trump, aunque fue muy hábil en captar el malestar de la población, lo que ofrece es perseguir a los inmigrantes, despreciar las advertencias de los ecologistas y frenar las acciones del Estado en favor de la gratuidad y acceso universal a la salud y la educación. Claro, porque solo ven en estos derechos una oportunidad cierta de buenos negocios y rápido lucro.
Sabemos que la corrupción de la política es muy responsable de la posibilidad que siempre tienen estos monstruos de llegar al gobierno de nuestros estados. Sobre todo cuando las elecciones hoy se ganan con la propaganda millonaria y el cohecho abierto y descarado. Cuando las ideas no se debaten, y los medios de comunicación se hacen parte de las maquinarias políticas, empresariales y electorales. Cuando los ciudadanos están intermediados por supuestos representantes que le niegan el acceso a una democracia realmente participativa, en que el fracaso y la falta de probidad, por ejemplo, puedan derribar de sus cargos a quienes incumplan sus promesas o frustren las esperanzas de sus pueblos. Cuando hay tantos gobernantes que en pocos años pierden por completo su credibilidad y se mantienen en los gobiernos y parlamentos amparados en las leyes que ellos mismos dictan para perpetuarse y medrar en sus cargos.
Solo la incultura y la indolencia ciudadana pueden explicar esta tendencia ganadora de los multimillonarios. Un país con formación cívica y conocimientos de historia jamás elegiría a los Trump, los Macri, los Piñera y los Berlusconi; menos todavía los volvería a reponer en los gobiernos después de sus siempre frustradas experiencias. Ante el fracaso de las clases políticas, lo que debieran hacer los ciudadanos conscientes y libres sería descubrir nuevos líderes en el mundo social y en las instituciones más respetables de la sociedad. Cuando incluso famosos escritores, intelectuales, artistas tantas veces han resultado mucho mejores que los políticos profesionales y, por cierto, los multimillonarios.
Pero en lo que la historia ha sido más elocuente es en el acceso al poder de los líderes sociales probados en la lucha contra la opresión y la injusticia. En la confianza que los pueblos, a veces, les entregan a sus señeros y abnegados combatientes. Y cuyo ejemplo más destacado en los últimos años fuera un personaje tan ejemplar como Nelson Mandela en Sudáfrica, como antes y después de él otros líderes de los movimientos de liberación más hermosos de nuestra existencia humana. Personajes que se proponen siempre servir a sus naciones sin pretender perpetuarse, además, en el poder.
Como desgraciadamente suele ocurrir con tantos algunos personajes que terminan rindiéndose a su pretendido mesianismo. Cuando sabemos, en realidad, que la historia la hacen los pueblos, aunque la escriban los ganadores.